Duna Blanca, Sáhara, Dajla, Marruecos© Javier García Blanco

MARRUECOS

Dajla: viaje a la puerta del desierto del Sáhara

Donde el Atlántico acaricia las arenas del desierto aparece esta ciudad marroquí con recuerdos de su pasado español, aventuras épicas y una naturaleza que enamora por su exotismo.


20 de enero de 2025 - 7:30 CET

El 12 de enero de 1976, la bandera rojigualda se arrió por última vez en Villa Cisneros, ciudad hasta entonces perteneciente al llamado Sáhara españolAquel gesto puso fin a 91 años de presencia ininterrumpida en esta región africana, hoy conocida como Dajla (ad-Dajla, en árabe) y bajo administración marroquí. Caprichos del destino, justo 49 años después, desde el aeropuerto dajlí despegaba rumbo a Madrid el primer vuelo de regreso de la nueva ruta aérea que Ryanair había inaugurado tres días antes, estableciendo una conexión directa entre ambas ciudades.

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De aquel pasado colonial apenas quedan huellas visibles en la actual Dajla. Entre los vestigios más notables destaca el faro de Arciprés Grande, situado en la carretera de la Costa, al norte de la península de Río de Oro. La tradición local sostiene que Antoine de Saint-Exupéry, piloto de la legendaria Aéropostale en los años 20 del siglo pasado, salvó la vida en cierta ocasión gracias a la luz de este faro, y que aquí escribió algunas páginas de su obra inmortal, El Principito

Faro de Arciprés Grande, Dajla, Marruecos© Javier García Blanco
Se cuentra que el faro de Arciprés Grande salvó la vida al autor de 'El Principito'.

En el corazón de la medina se alza, en mejor estado de conservación, la iglesia de Nuestra Señora del Carmen, que mantiene su actividad litúrgica unos pocos días a la semana. Hoy sus bancos acogen a un reducido grupo de fieles, en su mayoría inmigrantes subsaharianos de fe cristiana, que han hecho de la ciudad su hogar. 

Estos dos hitos del antiguo protectorado español, además de un antiguo cuartel de la Legión (hoy empleado por el ejército marroquí) y algunas alcantarillas que conservan el nombre original de la ciudad, son los únicos testimonios de una época en la que el español resonaba por las calles de esta ciudad puerta del desierto. Ahora, con la apertura de la nueva ruta aérea, el idioma de Cervantes volverá a escucharse con frecuencia, esta vez en boca de turistas atraídos por este destino emergente.

© Javier García Blanco
Dajla es el destino predilecto para los entusiastas de los deportes del viento.

NATURALEZA INDÓMITA

Hoy Dajla es mucho más que su historia. En los últimos años, esta ciudad tradicionalmente pesquera ha diversificado su economía gracias a un floreciente turismo. El viento constante y su privilegiada ubicación en la costa occidental africana, sobre una estrecha península que se dibuja entre el océano Atlántico y el desierto del Sáhara, la ha transformado en un destino predilecto para los entusiastas de deportes como el kitesurf y el windsurf, que acuden aquí para 'quemar' adrenalina.

© Javier García Blanco
Playa Punta de Oro.

Sin embargo, el verdadero tesoro de Dajla reside en su extraordinaria geografía y en una naturaleza deslumbrante. La península de Río de Oro (Wad Ad-Dahab, en árabe) se proyecta hacia el océano como una delicada lengua de arena, creando un espectáculo natural en el que se fusionan las tonalidades doradas del Sáhara con el intenso azul atlántico. Esta peculiar disposición da origen a una bahía protegida, cuyas aguas, tan serenas que se confunden con una laguna, sufren una fascinante metamorfosis con cada ciclo de marea. El resultado es un paisaje dinámico de una belleza sobrecogedora, único en el norte del continente africano. 

© Javier García Blanco
La silueta de la Isla Dragón recuerda a un dragón dormido.

DE LA DUNA BLANCA A LA ISLA DEL DRAGÓN

Se aprecia bien en la llamada Duna Blanca, una gigantesca lengua de arena que se asoma a la bahía y que, con las mareas, acaba rodeada por las aguas en mayor o menor medida. La travesía hasta este paraje singular constituye una aventura en sí misma: el trayecto exige atravesar el desierto en vehículos todoterreno, mientras la banda sonora de melodías árabes que emana de la radio transporta a los viajeros a épocas de grandes exploraciones.

Además de ser un codiciado escenario fotográfico para los visitantes y un apacible rincón para el baño, la Duna Blanca ofrece una vista privilegiada de otro tesoro natural de la región: la isla del Dragón. Este islote alargado, cuyo evocador nombre surge de su perfil característico, dibuja sobre el horizonte una silueta que recuerda al lomo escamado de un dragón dormido, añadiendo un elemento mítico a este paisaje ya de por sí extraordinario.

El acceso a la isla del Dragón se realiza mediante pequeñas embarcaciones que zarpan desde el sector norte de la bahía, donde también se concentran varias escuelas de deportes acuáticos. La ausencia de embarcaderos tanto en la isla como en la playa de partida convierte cada desembarco en una experiencia singular: los visitantes deben adentrarse unos metros a pie en las cristalinas aguas para alcanzar la orilla. Una vez en tierra, un breve, pero intenso, ascenso de cinco minutos por terreno escarpado conduce a la cima del islote, que regala una perspectiva privilegiada del entorno, dominando el horizonte desde uno de los puntos más elevados de la región.

Las aguas de la bahía esconden un rico ecosistema.

En el extremo meridional de la península, Punta Sarga (Lassarga) dibuja otra estampa memorable. Este saliente que se proyecta hacia la bahía cobra vida al amanecer con el espectáculo multicolor de centenares de embarcaciones pesqueras que se preparan para la faena diaria. El enclave, además de su valor cultural y paisajístico, se revela como un observatorio natural privilegiado para contemplar la abundante fauna que puebla estas aguas. Aunque la aridez del paisaje puede llevar a engaño, las aguas de la bahía ocultan un vibrante ecosistema: hay flamencos, delfines que juegan con las olas, tortugas y aves migratorias que pintan el cielo al atardecer. 

© Javier García Blanco
Medina de Dajla.

DESCUBRIR LA VIDA EN EL DESIERTO

De regreso a la medina, hay rincones en los que descubrir el latido de su corazón cultural. El paseo marítimo alberga un centro artesanal donde decenas de talleres exponen la destreza de joyeros, bordadoras y marroquineros locales. Este caleidoscopio de creatividad magrebí dialoga con el cercano zoco, un espacio donde convergen las tradiciones saharaui, marroquí y subsahariana. El mercado, con su sinfonía de colores y aromas, cobra vida gracias a la diversidad de sus comerciantes, entre los que destacan algunos vendedores llegados del África subsahariana que han encontrado en Dajla su nuevo hogar.

Sin embargo, el verdadero espíritu de esta tierra se revela en la inmensidad del desierto. Bajo la protección ancestral de las jaimas tradicionales se despliega uno de los rasgos más distintivos del pueblo saharaui: su legendaria hospitalidad. Los Iseḥrawiyen (en lengua bereber, “originarios del desierto”) preservan en la ceremonia del té un ritual casi sagrado, indispensable en toda reunión significativa, una tradición que trasciende la mera costumbre para convertirse en símbolo de su identidad cultural.

© Javier García Blanco
Ceremonia del té.

El Al-Qayyam, elegido por la comunidad por su elocuencia, dominio de la poesía, noble linaje y prestancia física, es el encargado de oficiar este ritual ancestral. La ceremonia del té se desarrolla en tres actos, cada uno representado por un vaso con su propia personalidad: el primero, amargo como la vida misma; el segundo, dulce como el amor; y el tercero, suave como la muerte. Esta ceremonia, ejecutada con meticulosa precisión, encarna la quintaesencia de la hospitalidad saharaui y simboliza su profunda conexión con las tradiciones del desierto.

© Javier García Blanco
El “barco del desierto” llaman los locales a su medio de transporte habitual, el dromedario.

La experiencia no estaría completa sin una travesía por las dunas, ya sea sobre el majestuoso Safinatou Asshara –el “barco del desierto”, como llaman los locales al dromedario– o a lomos de un elegante caballo árabe-bereber. Durante el recorrido, los senderos que serpentean entre las arenas blancas y las playas vírgenes (como la de Punta de Oro) invitan a fundirse con el paisaje infinito, donde el cielo se tiñe de púrpura al atardecer y el viento susurra antiguas historias del desierto, como un guardián eterno de los secretos de esta tierra milenaria.

© ¡HOLA! Prohibida la reproducción total o parcial de este reportaje y sus fotografías, aun citando su procedencia.