La más exacta definición de bucolismo reside en las poblaciones medievales que descansan en el tramo central del Loira, allí donde este río, que fue el sueño de la nobleza francesa, atraviesa la discreta provincia de Turena. Un territorio famoso por sus quesos y sus bodegas trogloditas, pero también por su naturaleza armónica y por sus elegantes castillos, claro, que no podían faltar en este valle.
Con un impecable conjunto urbano que se asienta sobre un afloramiento rocoso, Loches es, tal vez, una de las villas más bonitas, trazada con casas homogéneas que flanquean el sube y baja de las callejuelas. Todo en este rincón, al que se accede en tren desde París en poco menos de una hora, resulta sereno y hermoso, deliciosamente dispuesto como en una pintura perfecta.
SIGUIENDO LA FLOR DE LIS
Esta población recostada sobre el río Indre (un afluente del Loira) ocupó un emplazamiento estratégico en la ruta que llegó a unir la capital gala con España hasta que el derrumbamiento de un puente obligó a desviar el trayecto. De este rico pasado subsisten numerosos testimonios, monumentos renacentistas a los que conduce la estela de una flor de lis tallada en el pavimento. Siguiendo su pista se da con los grandes hitos.
El ayuntamiento (Hôtel de Ville) es uno de ellos. Un llamativo edificio que ha tenido muchos usos a lo largo de la historia (desde prisión hasta palacio de justicia) y que se erige al lado de la puerta Picois, una de las tres entradas que dan paso a la ciudad antigua. Es a través de cualquiera de ellas como entramos a la zona fortificada para admirar la belleza pétrea de esta ciudad. Un recinto abrochado por más de dos kilómetros de murallas por el que a Loches se le conoce como ‘la pequeña Carcasone’.
LA FAVORITA DEL REY
Solemne y majestuoso, es el castillo el que ocupa el centro de todas las miradas. Un castillo emplazado en la parte más alta, que pese su aspecto defensivo, ejerció de casa de campo para la realeza y de ahí su magnífica terraza y su recoleto jardín. Es aquí donde recibieron visitas tan importantes como la de Enrique II de Inglaterra o la de Ricardo Corazón de León.
Otras paradas interesantes son las que exige la torre Saint-Antoine, una de las más antiguas del continente, o el Museo Lansyer, el pintor paisajista del siglo XIX que, con su trazo, se anticipó a los impresionistas. Pero nadie quiere perderse la iglesia colegiata de Saint-Ours y su arquitectura única: dos campanarios rematados por pirámides octogonales. Es aquí donde encontramos un jugoso chisme del pasado: la tumba de Agnès Sorel, que fue la amante de Carlos VII y la primera mujer que logró que sus hijos fueran reconocidos, por lo que ha pasado a la historia como “la favorita” del rey.
ESCENAS DE LA CIUDAD
A Loches hay que contemplarla desde el jardín público que se extiende a la orilla del Indre, todo cubierto de flores, y que permite obtener magníficas vistas del perfil de la ciudad. Pero también hay que experimentarla desde el mercado que se celebra todos los miércoles y sábados. Es uno de los más grandes de Turena, al que llegan los productores locales para ofrecer sus productos en alegres y coloridos puestos.
Aunque siempre habrá quien, para comer, prefiera sentarse en una mesa. En ese caso, lo mejor será reservar en Le George (le-george.com/lhotel), en pleno casco viejo y junto a la ribera del río. Este pequeño restaurante, que fue reformado hace unos años en un estilo contemporáneo (aunque manteniendo la esencia de sus orígenes de 1820), emplea productos regionales y de temporada en una gastronomía típicamente francesa. Es, además, un hotel, ideal para pasar la noche con vistas a una de las estampas más bucólicas de Loches.