En Manzanares el Real hay castillos para todos los gustos. A los que les gusta ver monumentos, les chifla el Castillo Nuevo, que en realidad no lo es tanto, porque se construyó en el siglo XV, pero lo parece. Los que prefieren las ruinas se acercan al Castillo Viejo, que está a diez minutos de paseo del otro, y se ponen a cavar con los arqueólogos. Y los que no sienten atracción por los castillos de los hombres, ya sean nuevos o viejos, se calzan las zapatillas de senderismo o los pies de gato y caminan o trepan por los adarves, murallas y torres de la Pedriza, “escombrera de castillos de mano de Dios, naturales” (Manzanares arriba o las dos barajas de Dios, Miguel de Unamuno, 1917).
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EL CASTILLO DE LOS MENDOZA
El Castillo Nuevo de Manzanares el Real, el famoso, fue levantado a finales del siglo XV por los primeros duques del Infantado, Diego Hurtado de Mendoza y su hijo Íñigo López, miembros de una de las familias que más mandaban en Castilla durante la Baja Edad Media. Para ello contrataron a Juan Guas, el arquitecto de los Reyes Católicos. No era un castillo para defenderse, sino para lucirse. No para dar leña, sino envidia. Por eso tenía y tiene cosas puramente decorativas, propias de una residencia palaciega –que es lo que fue–, como las molduras que dan soporte al adarve y las bolas de las torres. O como el patio porticado y sus galerías de arcos carpaneles con fustes acanalados y capiteles octogonales, labrados con motivos florales y figurados. O como el Paseador de Juan Guas, una logia de arcos rebajados, con tracerías dobles ojivales y lobuladas, que es una de las galerías más plácidas y hermosas del gótico isabelino, un mirador donde los visitantes no se cansan de contemplar el embalse de Santillana, en el que se remansa el recién nacido Manzanares. También se ve, al este del embalse, la mole piramidal del cerro de San Pedro, al que algunos llaman, entre veras y burlas, el Kilimanjaro madrileño, por su similitud con el gigante tanzano, solo que a escala 1:4.
Aunque está como nuevo, el castillo se caía de viejo en 1965, cuando la casa ducal se lo cedió a la entonces Diputación Provincial de Madrid por un periodo de 50 años, prorrogable a 60. La Administración se ha gastado desde entonces otros tantos millones de euros en restaurar, embellecer y mantener un lugar que ha sido cuna de la Comunidad de Madrid –en sus salas se celebró el acto de constitución de la Asamblea de Parlamentarios y se aprobó el Estatuto de Autonomía en 1983– y uno de sus monumentos más emblemáticos, visitado por más de 100.000 personas al año. En 2025, vencido el plazo, los madrileños se despiden de él con emoción casi de padres porque abandona sus amorosos cuidados y regresa a manos de la casa del Infantado, si bien Almudena de Arteaga y del Alcázar, la actual duquesa, se han comprometido a mantener “una línea continuista a nivel museístico y de apertura al público”. Faltaría más.
Hasta el 4 de enero de 2025, la fortaleza mejor conservada de Madrid será un palacio para los niños –los de verdad y los de corazón– gracias al programa Navidad en el castillo de Manzanares el Real. En el taller El árbol de los deseos, los chavales aprenderán a hacer bolas de papiroflexia inflable llenas de buenos deseos para adornar el árbol de Navidad del patio del castillo. El 21 y el 22 de diciembre, habrá un belén viviente en el palenque del castillo, además de un mercado y de un caldo ofrecido por las asociaciones de mayores del municipio. El aforo estará limitado a 550 personas y la entrada será gratuita, que se obtendrá pasando antes por la oficina de turismo (calle del Cura, 5). Por último, el 4 de enero, en la Sala del Infantado del castillo, el Cartero Real recogerá de manos de los niños todas las cartas dirigidas a los Reyes Magos.
CASTILLO VIEJO: POESÍA Y ARQUEOLOGÍA
Al oeste de la población, nada más cruzar el río Manzanares por el Puente Viejo, como hacían los rebaños que iban de La Rioja a Extremadura por la Cañada Real Segoviana, se descubre a mano derecha el Castillo Viejo, con cuyas piedras se erigió el Nuevo y del que no queda gran cosa: un muro rectangular de 45x37 metros que apenas supera la altura de un hombre. Lo que sí es grande y flota en el aire es el poético recuerdo del Marqués de Santillana, el más insigne, culto y honorable de los Mendoza, que aquí vivió y se inspiró para escribir una de sus famosas serranillas: “Por todos estos pinares / nin en el Val de la Gamella, / non vi serrana más bella / que Menga de Mançanares”. Su hijo, el primer duque del Infantado, mandó desmontarlo para construir el Nuevo. Luego se usaría para cultivar centeno en su interior, para enterrar a los muertos del pueblo junto al muro sur y, últimamente, para desenterrar secretos, pues desde 2021 ha sido objeto de cuatro campañas arqueológicas –todas en junio–, en las que los interesados pueden participar como voluntarios. Junto al Castillo Viejo hay un panel informativo con dos códigos BIDI para descargarse una audioguía y el cuaderno de las excavaciones arqueológicas, dirigidas por Joaquín Barrio, catedrático de Arqueología de la Universidad Autónoma de Madrid. Para participar en ellas como voluntarios, hay que estar atentos a las convocatorias que se anuncian en la web manzanareselreal.es
EL CASTILLO NATURAL DE LA PEDRIZA
Para visitar bien el tercer castillo de Manzanares –el natural, el macizo granítico de la Pedriza–, un solo día no basta, ni un fin de semana, casi ni toda una vida. Tan intrincado es este formidable pedregal. En todo caso hay que madrugar, porque al parque natural solo pueden entrar 270 vehículos diarios y enseguida cierran la barrera de acceso, situada cerca del Centro de Visitantes (Camino de la Pedriza s/n), a dos kilómetros de la población. Un truco para evitar los madrugones y las colas es olvidarse del coche y salir caminando desde la misma villa de Manzanares el Real. Siguiendo la senda Maeso, señalizada con trazos de pintura blanca y amarilla, subiremos en dos horas y media hasta el Yelmo, el peñasco más reconocible de la Pedriza, que es como un gigantesco casco medieval. En la web turística de Manzanares el Real se describen con detalle esta y otras rutas a pie por el parque: manzanareselreal.org/es/que-hacer/camina.
Otra opción interesante para adentrarse en la Pedriza es estacionar en el aparcamiento del Tranco (Avenida de la Pedriza, 77), que no tiene horarios ni restricciones de acceso –aun así, se llena pronto–, y seguir la senda de las Carboneras, también marcada con trazos blancos y amarillos. En una hora se estará en la Gran Cañada, una alargada pradera donde se debe dejar el camino más evidente y transitado, el que sube al Yelmo, para desviarse a la derecha, remontando el arroyo que corre por la vaguada de las Cerradillas, hasta descubrir en media hora más el Elefantito, que es una de las grandes maravillas de la Pedriza, un berrueco en el que la erosión ha esculpido con admirable detalle la trompa, las orejotas y el abultado frontal de un paquidermo. Solo le falta barritar. La naturaleza es una gran artista.
Un plan alternativo a los anteriores, si no está en buena forma o se va con niños poco acostumbrados a andar, es seguir desde el aparcamiento del Tranco el sendero que sube por la orilla cada vez más salvaje y solitaria del Manzanares, internándose en la Garganta Camorza, un cañón de puro granito de dos kilómetros de longitud y hasta 200 metros de profundidad por el que los caminantes avanzan como hipnotizados, fascinados por los rápidos que forma el río recién nacido, por sus cascadas y por sus pozas de aguas tan claras que, más que verse, se suponen. Una hora se tarda en llegar paseando por la garganta hasta el aparcamiento de Canto Cochino, el mayor de los que hay situados dentro del parque natural, y otra hora en volver por el mismo camino.
UN PASEO POR EL PUEBLO
Antes o después de visitar los tres castillos, hay que darse una vuelta por las calles de Manzanares el Real, empezando por la plaza del Pueblo, donde el primer fin de semana de cada mes –el sábado, todo el día, y el domingo, hasta las 15.00– se celebra un mercado de artesanía. Cuatro compras recomendadas: los grabados de monumentos locales de Paz Algora, la miel cruda cosechada en los alrededores de la Pedriza de Tía Pili, la marroquinería de Míriam Camacho y las camisetas y tablas de skate de Tito Castro.
Al lado, en la calle del Cura, está la oficina de turismo y, cruzando la avenida de Madrid, la iglesia de Nuestra Señora de las Nieves. Es obra de Juan Guas, como el Castillo Nuevo, y en su jardín se ven varias estelas discoideas, lo cual indica que los primeros repobladores cristianos de Manzanares provenían del País Vasco o de Navarra, donde las hay a patadas.
Avanzando 200 metros por la calle Real, se llega a Prado Puente, donde pueden admirarse reproducciones a gran tamaño de las imágenes ganadoras del IV Concurso de Fotografía de Montaña La Pedriza, celebrado en 2024, en el que han participado algunos de los mejores fotógrafos de paisaje y montaña del mundo. Todas son espectaculares, pero la más curiosa, con diferencia, es la titulada El Yelmo en la mirada, de Julio Gosan (@juliogosan), en la que se ve el macizo granítico de la Pedriza reflejado en el ojo del propio fotógrafo, que se hizo un selfi ocular, por así decirlo. El Yelmo, la cima con forma de casco medieval, se espeja justo en el centro, en la pupila. Más fotos de la Pedriza del mismo autor, en lapedriza.es/julio-gosan.
Y OTRO PASEO POR LA ORILLA DEL EMBALSE
El paseo habitual de muchos vecinos del pueblo y, sin duda, el mejor que puede darse sin alejarse mucho de él es el que discurre por la calle de la Paz –la del cementerio– y por su prolongación –una carretera cortada al tráfico–, bordeando la cola y la orilla meridional del embalse de Santillana hasta llegar a la puerta cerrada de una finca privada. Es un paseo de cuatro kilómetros –ida y vuelta por el mismo camino– y una hora de duración, que pueden ser dos o tres si el paseante se va parando cada poco a contemplar las muchas aves que bullen en las aguas represadas del río Manzanares: ánades, somormujos, cigüeñuelas, garzas, algún que otro buitre leonado en lo alto y decenas de miles de gaviotas reidoras y sombrías que, al caer la tarde, vienen a descansar en este humedal serrano, después de pasarse el día comiendo en los vertederos de Madrid. Con el último sol, el paseante ve cómo, en la orilla contraria, el Castillo Nuevo se va fundiendo como al rojo y confundiendo con el castillo natural de la Pedriza, hasta que ambos se disuelven en las aguas cada vez más negras del embalse y desaparecen.
GUÍA PRÁCTICA
A Manzanares el Real se llega en 45 minutos desde Madrid yendo por la autovía M-607 y desviándose a la altura de Colmenar Viejo para seguir por las carreteras M-609 y M-608. Es lo que se tarda en coche y en el autobús 724 que sale de la plaza de Castilla.
Para comer o cenar, las mejores opciones son las carnes a la brasa de Los Morales (tel. 918 53 06 41), los platos de toda la vida –alcachofas con jamón y carnes del Guadarrama– de Parra (tel. 91 853 95 77) y las recetas sorprendentes de La Variable (tel. 918 53 05 36): ensalada vietnamita, gazpacho de piña, patatas a la importancia veganas...
Para alojarse, en el casco urbano está Hostel La Pedriza (hostellapedriza.es), un albergue frecuentado por escaladores, senderistas y peregrinos que siguen el Camino de Santiago de Madrid, el cual pasa por Manzanares el Real. Si se quiere más intimidad, en una urbanización a medio camino entre el pueblo y la Pedriza, se encuentra el Hotel Rural La Pedriza Original (ruralpedriza.com), con cuatro hermosas habitaciones, dojo con tatami de 100 metros cuadrados, aparcamiento, jardín y piscina de verano.