Las tropas napoleónicas no se enteraron de que existía Patones de Arriba: tan disimulado estaba y está su caserío de pizarra en un barranco de la sierra de la Caleriza donde hoy no se puede ni aparcar, de los muchos turistas que visitan ese pueblo arcaico, legendario, extraordinario, que está entre los más bonitos de España.
1.TORREMOCHA DE JARAMA: ROMÁNICA, ARTESANA E ILUSTRADA
Torremocha del Jarama, en cambio, que está al lado, es ahora el que parece que no existe, porque no para nadie. Razones hay para todo lo contrario. Hay, por ejemplo, una bella iglesia, la de San Pedro Apóstol, del siglo XIII, que es una de las pocas románicas que existen en la región y está decorada con pinturas murales. Pero lo que justifica parar en Torremocha y echar un rato largo es el Centro Artesanal Torrearte (torrearte.org), donde laboran y venden lo que hacen 15 artesanos y productores locales: miel ecológica, quesos artesanales, jabones naturales, forja, mimbre... Ahí mismo, junto a Torrearte, hay un Museo de la Agricultura en el que se exhibe desde el más tosco arado romano hasta un trillo de discos metálicos con asiento y palanca para voltear la parva que, a principios del siglo XX, debió de ser el Ferrari de las eras. Saliendo del pueblo por la calle Río Jarama, a 500 metros de las últimas casas, se descubre un puente fantasmal, un puente sin agua, entre campos de cereales.
En su día el puente de los Majuelos vio correr el canal de Cabarrús, una gran acequia construida a finales del siglo XVIII por el conde homónimo, francés afincado en España, amigo de Jovellanos e ilustrado como él, que soñó poner en regadío estas tierras de la vega del Jarama. Pero los nativos, por las razones que fueran, prefirieron el secano, y hoy de aquel sueño apenas queda nada: solo piedras polvorientas en un mar de espigas. Una de las escenas de Madres paralelas, de Pedro Almodóvar, se rodó aquí. Otro puente, varias casillas en ruinas y la gran Casa de Oficios, espléndidamente conservada y envuelta en campos de lavanda para celebrar banquetes de bodas, recuerdan también aquel sueño ilustrado.
2.LA HIRUELA: A LA SOMBRA DEL HAYEDO
Al igual que Torremocha está eclipsada por Patones, La Hiruela (turismolahiruela.es) lo está por la sombra exagerada que proyecta el hayedo de Montejo de la Sierra, que es casi lo único que les interesa a quienes visitan la Sierra del Rincón. En el mismo valle donde se esconde este famoso bosque, el del alto Jarama, se encuentra el mucho menos conocido pueblo de La Hiruela, que es el que mejor se conserva de toda la sierra madrileña. Para muestra, el molino Nuevo, que está en perfecto estado de revista. Rodeado por una idílica alameda, este molino ofrece la oportunidad casi única de contemplar en Madrid el proceso tradicional de la molienda, desde que el agua se desvía por el largo caz hasta que se reintegra al Jarama, pasando por la alberca donde se almacena y el edificio donde giran dos piedras movidas por sendas ruedas hidráulicas que hay en el sótano, visibles a través de unas aberturas acristaladas.
El museo se puede ver por libre de 12.15 a 12.45 y de 16.00 a 17.00, pero hay una visita guiada –sábados, domingos y festivos, de 11.00 a 14.00– que, por solo tres euros, permite escudriñar el museo etnológico, seguir la senda Los oficios de la vida –entre frutales, colmenas y carboneras– y acercarse al molino atravesando los robledales y saucedas que arropan al alto Jarama, los más bellos sotos de Madrid. ¿Y hay mucha gente en el río? No, solo pescadores de truchas.
3.COLLADO VILLALBA: ASÍ ERA LA SIERRA HACE UN SIGLO
Próxima parada: Villalba. ¿Qué Villalba? ¿La de Lugo? No, Villalba de Guadarrama. Pero lo que se ve al salir de la estación de Cercanías no un pueblo bonito, ni mucho menos. Es un lugar lleno de coches y gasolineras, centros comerciales y polígonos industriales, edificios de cuatro plantas y chalés que, si se pusieran uno detrás de otro, llegarían hasta la otra Villalba, la lucense. Ya, es que este es el barrio de la estación de Collado Villalba. A tres kilómetros de este lugar anodino –diez minutos en taxi o 15 en autobús– se encuentra la vieja población, que se acurruca alrededor del Ayuntamiento y de la Piedra del Concejo, un peñasco de granito donde se labraron varias gradas en 1724 y se reunían antaño los ediles al son de una campana. Alrededor se ven casas bajas de piedra, como era costumbre hacerlas todas antes del desarrollismo. De piedra también, aunque cada vez más altas, eran las viviendas de los primeros veraneantes, los que llegaron con el tren a finales del siglo XIX. Una de ellas es el Castillo de Peñalba, un casoplón centenario que hoy es un centro cultural y un jardín público de altos pinos, cedros, abetos, madroños y setos laberínticos de boj y ciprés, con una pajarera llena de jilgueros, verderones, pardillos, perdices, faisanes, patos y gansos. También hay un bar-restaurante con terraza, El Castillo de Peñalba (mesoncastillo.es), desde donde se puede contemplar todo lo anterior saboreando un Waikiki: alitas, patatas y patitas de calamar con salsa tamari.
Tampoco es fea la casa modernista donde veraneaba el escultor Mariano Benlliure, Villa Genarito, hoy un colegio de maristas, el Santa María de Villalba. Lo de llamarle Villa Genarito fue porque la mujer de Benlliure, la tiple Lucrecia Arana, se hizo famosa interpretando a Genaro en la zarzuela La cruz blanca, de Apolinar Brull. El jardín es un sombrío pinar, pero el zócalo de la casa está sembrado de girasoles de mayólica. ¿Girasoles en la sierra de Guadarrama?: caprichos de artistas. ¿Y qué más hay en Collado Villalba, aparte de casas? Pues hay una gran pradera, la dehesa boyal, donde pacen las últimas 50 vacas del municipio, con un circuito perimetral de 3,5 kilómetros y, en la esquina noroeste, un bosque de enormes encinas centenarias. Por allí pasa el arroyo de la Poveda, que es refugio de anfibios, aves y fresnos monumentales. Casi en la esquina contraria, hay un mirador panorámico con un panel que ayuda a identificar 43 cumbres de la sierra. Todo eso te pierdes por no conocer Collado Villalba.
4.NAVALQUEJIGO: UN MUERTO MUY VIVO
Para conocer el siguiente pueblo, o lo queda de él, hay que volver a la estación de Villalba. Por allí pasa cada hora un tren de Cercanías que se dirige a El Escorial. Cinco minutos después, para en Las Zorreras, desde donde solo hay que bajar andando otros cinco por el camino de tierra que nace enfrente del aparcamiento –calle de Juan Hurtado de Mendoza, si lo buscamos en Google Maps– para plantarse en Navalquejigo, un pueblo que fue bastante importante –más que El Escorial, al que hoy pertenecen sus terrenos–, con una iglesia fortificada del siglo XIII y una picota del XVIII, símbolo y señal de que en esta villa se administraba justicia. Por Navalquejigo pasaba –hay carteles que lo recuerdan– la Cañada Real Segoviana, la autopista por la que los rebaños mesteños iban y venían a Extremadura. Pero nada dura eternamente: el pueblo se fue muriendo poco a poco y, a lo largo del siglo XX, acabó siendo abandonado y fagocitado por la urbanización de Los Arroyos.
En 1993, alguien compró Navalquejigo y lo puso a la venta por 110 millones de pesetas: 687.500 euros. Así estuvo varios años, vacío y fantasmal, con unos burdos avisos pintados en las paredes: “Se vende pueblo” y un número de teléfono. ¡Un pedazo intacto del Madrid medieval, tan significativo como las murallas árabe y cristiana de la ciudad o la torre de los Lujanes, liquidado como un trasto viejo! Pero por suerte no se vendió. Nadie se atrevió a derribar estas históricas piedras y a levantar sobre ellas más chalés de ladrillos. En 1997, unos jóvenes reconstruyeron por su cuenta y riesgo las viejas casas, reavivaron los hogares y labraron los huertos de alrededor. Y así sigue en pie Navalquejigo. Desde 2006 es Bien de Interés Cultural.
5.OLMEDA DE LAS FUENTES, EL PUEBLO DE LOS PINTORES
Allá en los años 50 del pasado siglo, los pintores Ricardo Macarrón y Álvaro Delgado iban en moto de Madrid a Pastrana atraídos por el bello fantasma de la princesa de Éboli cuando, casi ya en la provincia de Guadalajara, descubrieron un lugar que les “recordaba a los pueblitos de las serranías andaluzas”. Tanto les gustó, que Álvaro se quedó, luego llegaron otros artistas –14 en total– y Olmeda se convirtió en el pueblo de los pintores. A diferencia de otros pueblos bonitos, que hacen una enérgica promoción turística, aquí sienten una despreocupación muy bohemia por la fama y solo se han gastado en unos folletos que se dispensan gratuitamente en la puerta del Ayuntamiento y en unas placas que explican quiénes fueron, qué pintaron y dónde vivieron Álvaro Delgado, Luis García Ochoa, Francisco San José, José Vela Zanetti, Eugenio Fernández Granel…
Paseando por Olmeda de las Fuentes, uno se cruza también, sin saberlo, con pintores vivos –como la francesa Lucie Geffré, una retratista excepcional establecida aquí en 2014– con el lutier Demian Reolid y con Josete Ordóñez, el guitarrista de las estrellas. Todo esto se cuenta con más detalle en el reportaje El triángulo de los sueños, publicado en el último número de ¡Hola! Viajes. Puedes comprarlo en tu quiosco de prensa habitual o adquirirlo online aquí: suscripciones.hola.com/publicaciones/publicaciones-viajes