En medio de la exposición Sorolla, Una Nueva dimensión, casi se puede sentir la caricia tibia del Mediterráneo en la piel y ese arrebato húmedo de salitre, volúmenes y color tan característico del luminista (modernista o impresionista para otros) que alumbró más de 2000 obras catalogadas. Tras el éxito de la muestra en Valencia y Barcelona, es Bilbao quien honra el centenario de la muerte de Joaquín Sorolla en Cercedilla (Madrid), un lejano 10 de agosto de 1923 (sorollaexpo.es/bilbao).
Next Museum (nextmuseum.net) acoge, de lunes a domingo y hasta el mes de febrero, esta muestra que permite bucear, con gafas 3D incluidas, por la obra del valenciano. Una locura artística que agradecemos, y mucho, a las tecnologías expositivas de nueva generación, cuya magia es convertir el arte en una experiencia sensorial. Un nuevo concepto de museografía didáctica e interactiva, de realidad virtual e instalaciones digitales, que nos permiten soñar, por unos instantes, que somos parte de la luz, el viento y el dulzor azul mediterráneo que, con tanta maestría, avivó Sorolla en sus lienzos.
IMITAR A SOROLLA
Instaló su estudio al aire libre y sus pinceles capturaron la cotidianidad del pueblo, y la belleza del momento, con precisión fotográfica. La exposición así lo refleja en las diferentes salas expositivas. La Valencia de Sorolla gira en torno a una ciudad cambiante, en expansión, que conservaba a las afueras el ritmo de su gente trabajadora e infatigable. El entorno familiar profundiza en la intimidad del Sorolla más familiar, el cautivado por la personalidad de su esposa Clotilde. Aquí, claro está, no podía faltar el autorretrato familiar realizado por Antonio García Perís, su suegro y reputado fotógrafo del momento. El entorno artístico refleja la visión trágica de España tras la pérdida de las colonias, aunque en Valencia el espíritu de finales de siglo fue más optimista.
Este encuentro con Sorolla, tan influenciado por Goya y especialmente por Velázquez, también cuenta con la Sala Educativa Familiar dedicada a la participación de todos los visitantes. Efectos lumínicos, experimentos cromáticos de los pigmentos y un sketch&post proyectan, previo escaneo, un mural visible y grupal en el que cada uno expresa el Sorolla que llevamos dentro.
Sin embargo, si algo cautiva de verdad es la Sala Inmersiva de más de 300 m2 de superficie que, en bucle, proyecta una película de 360º. Una fantasía de 21 minutos de duración, con una banda sonora compuesta ad hoc por el músico y productor Rafel Plana, elaborada a partir de imágenes de varios cuadros del pintor que reviven gracias a las animaciones en 2D y 3D, efectos digitales y otras técnicas generativas. Valencia; Capturando la esencia del paisaje; Retrato de España. La Hispanic Society (donde no falta, por ejemplo, la catedral de Burgos nevada); y Capturando la esencia humana, es la antesala del momento culmen de la muestra. Es en la Sala de Realidad Virtual donde, gracias a unas aparatosas gafas, podemos nadar en el interior de los cuadros de Sorolla, rozar los naranjos, escuchar el susurro de las pisadas en el suelo, volar al compás del graznido de las gaviotas y sentir la brisa del solano mientras los niños juegan en la playa. Un momento poético que nos recuerda por qué, un siglo después, el valenciano nos sigue fascinando con su tratado Mediterráneo y la fuerza de aquellos pinceles de viento y mar. También los hubo de denuncia social, tal y como reflejó en obras como Y aún dicen que el pescado es caro.
TIRARSE A LA PISCINA
A Sorolla le habría llamado la atención el concepto vanguardista y contemporáneo del Azkuna Zentroa Alhóndiga Bilbao (azkunazentroa.eus), su mirada local e internacional, y el diálogo fluido entre artistas y público generalista. De hecho, la Alhóndiga Bilbao, antiguo almacén de vino en sus inicios, es punto de encuentro para amantes del cine, el arte, la música y la lectura, que cuentan con una biblioteca minimalista con más de 400.000 libros y otros soportes. Incluso los más pequeños son asiduos de una ludoteca ambientada con árboles de madera, donde podrían haber jugado Joaquín, María y Elena, los hijos de Sorolla.
No importa que haga sol o llueva: desde su atrio, sello de Philippe Starck, se puede observar a lectores de diferentes edades que, de cuando en cuando, levantan la mirada por unos instantes para pensar u observar el movimiento incesante del vestíbulo. Algunos acuden para sumergirse en su múltiple cartelera cultural y otros se entretienen, sin más, en el café matutino que sirven en su cafetería de diseño. Hay quien no se resiste a subir hasta la azotea, muy animada en los días de estío, para contemplar las vistas del ensanche de Bilbao. Para tener la ilusión de navegar en el asfalto, ya que los edificios residenciales circundantes están rematados con una proa.
Un juego de reflejos capturaría el interés de Sorolla. La piscina interior suspendida en el aire, entre dos cuadriláteros, y donde tantos nadadores van a diario, ya que la entrada es libre, proyecta una danza muy especial durante las mañanas de junio. Un brillo que ondula entre las paredes de ladrillo rojo de este edificio declarado Bien de Interés Cultural, mientras las siluetas de los nadadores en movimiento son música visual para los que curiosean desde las 43 columnas artísticas del vestíbulo.
FLORES, SEDA Y UN PERFUME PARA CLOTILDE
El parque del Arenal abraza, las mañanas de domingo, el color de los productores locales de flores y plantas. Si por un casual fuera un día de labor y Sorolla quisiera sorprender con un detalle a la mujer que ha pasado a la posteridad como su amor, su compañera, su intendente y su musa, a son de mar llegaría hasta el umbral de Ruíz de Ocenda (ruizdeocenda.com). Aromas secretos, paz y mucho gusto reinan en este espacio que, en 1991, abrió su alma a las flores artificiales. A lo largo de estas tres décadas, ha incorporado a su catálogo de caprichos flores naturales, perfumería nicho de autor, marcas únicas en Bilbao e incluso en el resto de España, complementos y bisutería de artistas locales, velas con fragancias exquisitas y otros artículos que, contra viento y marea, echarían el ancla en nuestro hogar.
Olores y colores en armonía, como corresponde a artículos exclusivos y elegidos con mimo. Si pretendiera que Clotilde percibiera el sutil aroma de una reina, elegiría el perfume que los monjes de Santa María Novela crearon con motivo de los esponsales de Catalina de Médici. Para un aroma celestial, se decantaría por las notas cítricas de Angeli di Firenze: un homenaje a los ángeles de barro, los voluntarios que salvaron el corazón y la historia de Florencia durante la gran inundación del 4 de noviembre de 1966. Hoy en día, también necesitamos esas alas.
LA GAVILLA, UN GUIÑO VALENCIANO
Situada en la calle Colón de Larreategui, 32, en La Gavilla Bilbao (lagavillabilbao.com) la mirada azul de David Morrondo González se enmarca entre ramilletes de trigo, vinos de Requena y las burbujas rosas nacaradas de La Vie en Rose, elaborado en esta zona interior de la Comunidad Valenciana. Imposible disimular su pasión por el arte de la gastronomía. Curtido con Arguiñano en la Escuela de Ayala, con Martín Berasategui o con Francis Paniego en Marqués de Riscal, su largo peregrinaje, con varios océanos de por medio, le condujo a diversos países. En EEUU, concretamente en Washington y Las Vegas, recuerda sus años con José Andrés, de quien aprendió cocina y actitud. Hay dos platos que Sorolla, famoso por las paellas que servía en su Palacete de Madrid, no pasaría por alto. El primero, la vieira con emulsión de coliflor y reducción de naranja valenciana, pipas de calabaza y gajos cítricos. El segundo, un tartar de atún rojo marinado con soja, cebolleta, palomitas de amaranto y nueces pecanas procedentes de Valencia. ¿Por qué será que no han abandonado la carta desde que esta tasca acogedora abrió sus puertas!
PALACIO ARRILUCE, ROMÁNTICO Y BELLE ÉPOQUE
Pintar y amarte, eso es todo. ¿Te parece poco? Esta declaración, firmada por el puño y letra del luminista, da una idea de la pasión que Sorolla sentía por Clotilde. Fue, sin fisuras, su mitad. Ambos hubiesen apreciado la arquitectura elegante del Palacio de Arriluce Hotel (palacioarrilucehotel.com), un 5 estrellas lujo miembro de la colección The Leading Hotels of the World (LHW) que marcó tendencia entre la emblemática aristocracia de Vizcaya a principios del siglo XX. En este emplazamiento único, donde la ría de Bilbao se funde con el Cantábrico, es fácil imaginar a la pareja paseando por las mansiones palaciegas de Getxo o por los cercanos acantilados que huelen a mar enredado. Saboreando las propuestas gastronómicas del chef Beñat Ormaetxea, que ha ultimado en el restaurante Delaunay un menú inspirado en los platos tradicionales vascos en Navidad. Disfrutando de los cuidados del spa o del magnífico campo de croquet.
A media tarde, el mago de la luz mediterránea retrataría a su esposa sentada en el barco privado que parte desde el palacio y que, una vez deja atrás su estela marina, inicia su recorrido por la ría de Bilbao. No olvidaría el Guggenheim y su reflejo metálico en el agua. Ni a Puppy, engalanada con su vestido floral cambiante sobre una alfombra de niños y curiosos. Tampoco el Puente Colgante, Patrimonio de la Humanidad. Ni por supuesto a la grúa Carola, símbolo de aquel Bilbao de los Altos Hornos, tan lejano y cercano a la vez.