La adrenalina a flor de piel y los puños apretados; la respiración acelerada y el corazón tratando de, por todos los medios, no salirse de su lugar. A más de un viajero estos síntomas le resultarán familiares incluso al disfrutar de un vuelo de lo más usual. Sin embargo, hay aeropuertos con características muy específicas que provocan que la experiencia sea algo mucho más desafiante. Aunque la profesionalidad de los pilotos hará que todo resulte un simple paseo, te contamos cuáles son aquellos aeropuertos del mundo cuyos aterrizajes jamás olvidarás.
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FUNCHAL, TODO UN RETO
Está considerado uno de los más peligrosos del mundo, y todo aquel que haya aterrizado en él, muy probablemente lo corroborará. El aeropuerto Internacional Cristiano Ronaldo, ubicado en la capital de la isla lusa de Madeira, supone un verdadero desafío para aquellos pilotos que vuelen al destino. ¿Las razones? En primer lugar, por las condiciones climatológicas, que hacen que los fuertes vientos, a veces impredecibles, sean algo bastante usual en la zona. Por otro lado, por la localización del aeropuerto, que se halla sostenido por pilares sobre la propia costa de la isla y el mar, pegado a grandes paredes rocosas. Hasta hace unos años la pista, además, resultaba bastante corta, por lo que los pilotos debían saber jugar con todos esos elementos en contra para acabar la maniobra de manera exitosa. Es por esto que, todos aquellos que vuelan con destino a Madeira, reciben una formación especial.
GIBRALTAR, ENTRE DOS AGUAS
El aeropuerto con el que cuenta esta peculiar colonia británica en nuestro territorio sureño es una lengua de cemento abrazada por el mar a ambos lados y a solo 500 metros, tanto del centro histórico de la ciudad, como de la vecina La Línea de la Concepción. Una pista transversal asomada al estrecho que separa el Mediterráneo del Atlántico, además de Europa y África. Pero el aeropuerto de Gibraltar no solo cuenta con esta peculiaridad: la pista de aterrizaje atraviesa también la vía principal que conecta La Roca, como se le conoce cariñosamente, con la frontera con España, la avenida Winston Churchill, por lo que cada vez que un avión va a tocar tierra o despegar, los gibraltareños se ven obligados a cortar el tráfico y esperar. ¿El plus? Que contemplar en primera fila uno de los aterrizajes más complicados y peculiares del mundo, es un verdadero espectáculo.
LUKLA, EN BUSCA DE LA AVENTURA
Si hubiera que definir con una imagen un lugar que simbolice, verdaderamente, un reto para los pilotos sería esta pequeña, estrecha y empinada pista de aterrizaje ubicada entre los altos picos del Himalaya. Nos hemos ido en esta ocasión hasta Nepal, a uno de los destinos favoritos de los verdaderos aventureros, los montañeros que ansían conquistar la cima más alta del planeta, el Monte Everest. Muchos de ellos escogerán el aeropuerto de Lukla como comienzo de su hazaña, pues es el lugar más alto al que se puede acceder en avión, 2.860 metros sobre el nivel del mar. Aterrizar en escarpados riscos, con los fuertes vientos que se dan por esta zona, y en una pista que mide tan solo 450 metros, pondrá a prueba, sin duda, la maestría de los profesionales del aire.
AMAZONÍA ECUATORIANA, UN OASIS EN EL PARAÍSO
En esta ocasión no te hablamos de una, ni dos, ni tres: nos referimos a todas esas pistas inesperadas que surgen a lo largo del bosque tropical más extenso del mundo para servir de lugar de aterrizaje a las avionetas que conectan la civilización con la naturaleza más pura. Pequeños terrenos alargados colmados de tierra y vegetación a los que llegan a diario diminutas avionetas que transportan a habitantes de la zona, quienes muchas veces utilizan este transporte para acudir al médico, ir a comprar comida o visitar a familiares. Lo peculiar, en este caso, es el encontrarse en una zona de lo más salvaje, para cuyas maniobras de despegue y aterrizaje hay que conocer bien el entorno. Además, no existen horarios fijos para los vuelos, sino que se contratan los servicios de manera particular. ¿Y a qué lugares llegan? A comunidades como las de Sarayaku, Lorocachi, Masaramo o Moretecocha, entre otras muchas. Poblaciones remotas colmadas de exotismo.
BARRA, DIÁLOGO CON LA NATURALEZA
Puede que existan aeropuertos situados en lugares más remotos, más peligrosos, o más difíciles. Pero, a singular, quizás pocos superen a este pequeño aeropuerto del norte de Escocia situado en la bahía de Traigh Mhor, en la punta de la isla de Barra, donde los fuertes vientos y el clima inhóspito típico de estos lares añaden adrenalina al asunto. El Aeropuerto de Barra fue, curiosamente, uno de los primeros de todo el Reino Unido, pues se construyó —y, lo de construyó, es un decir, ahora te explicamos por qué— casi al mismo tiempo que el de Gatwick, nada menos que en 1936. Resulta que en esta ocasión no existe pista de aterrizaje como tal, sino que las avionetas que llegan hasta aquí toman tierra en plena playa, una extensión de arena que, dos veces al día, queda cubierta por las mareas. Una serie de postes señalan la cabecera de las tres pistas que la conforman, en las que solo pueden aterrizar pequeñas avionetas de turbohélice. Dos vuelos conectan este hermoso lugar con el aeropuerto de Glasgow diariamente. Eso sí: debido a las particularidades de su localización, solo está operativo durante el día.
SAN MARTÍN, A 25 METROS... ¡SOBRE NUESTRAS CABEZAS!
Imagina la estampa: miles de bañistas disfrutan, bajo el sol del Caribe, de las paradisíacas aguas turquesas de una de las playas más hermosas del mundo. De repente, otean algo en el cielo a lo lejos. Un punto que cada vez va ganando en tamaño, poco a poco se acerca más y más. De repente, no dan crédito a lo que ven sus ojos: un inmenso avión de hasta 400 pasajeros parece que va a aterrizar justo donde se hayan ellos, el tren de aterrizaje casi les roza las cabezas... Aunque finalmente toman tierra unos metros más allá, en el lugar donde arranca la pista de aterrizaje del Aeropuerto Internacional Princesa Juliana, en la isla caribeña de San Martín. Famoso por la ubicación que posee, entre la playa de Maho y las colinas vecinas, resulta de lo más emocionante contemplar la escena, que recuerda más a una película catastrofista de Hollywood que a la realidad. Aunque el final, eso sí, siempre resulte feliz.