Conducir por las retorcidas carreteras que se despliegan por los paisajes del Priorat es ya toda una aventura. Dejarse llevar por las sinuosas curvas que, a cada paso, kilómetro tras kilómetro, deparan sorpresas, resulta un absoluto placer. También es parte del encanto que caracteriza a esta comarca del sur de Cataluña que se extiende a lo largo de 18 mil hectáreas, un territorio al que ponemos rumbo dispuestos a entregarnos sin miramientos, a disfrutar de la desconexión y la tranquilidad tan intrínsecos a lo que el Priorat simboliza. Tan identitarios como esas lomas colmadas de viñedos que nos fascinan al otro lado de la ventanilla. Por algo el enoturismo está tan de moda en la comarca. Comienza aquí una incursión para disfrutar de todo lo que tiene para ofrecer.
Pueblos de postal... como para no enamorarse
Nuestra ruta arranca en uno de esos lugares que, por especiales, han logrado convertirse en todo un referente del Priorat. Hablamos de la aldea de Siurana, un pueblo que invita a viajar al medievo y en el que el encanto de lo rural prevalece a pesar de los autobuses que, a diario, llegan hasta este rincón entre montañas dispuestos a conocer cada uno de sus atractivos. Tras avanzar por la serpenteante carretera que sube hasta la localidad, dejamos el coche en el aparcamiento público para continuar explorando a pie: solo los locales tienen acceso en vehículo a sus entrañas.
El empedrado de sus calles, tosco y desigual, ya delata que nos hallamos en un enclave con historia. Paseamos por sus vetustas calles flanqueadas por imponentes fachadas de piedra y sentimos la esencia de un pasado que se asoma en cada esquina, ya sea en las ruinas de la fortaleza musulmana que aún resisten a la entrada de la aldea, o en la coqueta iglesia románica de Santa María, sencilla y hermosa a partes iguales. Fue construida entre los siglos XII y XII, época en la que Siurana fue un punto de defensa clave en la frontera islámica. Tanto es así, que se trató del último lugar que los musulmanes perdieron en Cataluña.
Continuamos el paseo parando en algún que otro negocio local para disfrutar de una copa de vino con vistas y enseguida entendemos por qué Siurana ha sido elegida, en incontables ocasiones, como uno de los pueblos más bellos de España. La triste leyenda de la Reina Mora se referencia a cada paso y nos recuerda cómo la joven prefirió saltar al vacío con su caballo que enfrentarse a las tropas cristianas cuando conquistaron el lugar.
Desde la explanada que se despliega en lo más alto del risco, el mismo sobre el que se asienta la aldea, nos dejamos abrumar por la belleza de la naturaleza que nos rodea, en la que la piedra caliza es la gran protagonista. También los valientes escaladores que se animan, en una experiencia de lo más adrenalítica, a trepar por sus empinadas paredes: desde nuestra posición se intuyen como puntitos de colores en la inmensidad. A nuestros pies, el pantano de Siurana, un vergel de azules turquesas que, visto desde el aire, compone una postal inigualable. Frente a nosotros, la grandiosidad del Parque Natural de la Sierra del Montsant, los paisajes de la Gritella y ¡ las Montañas de Prades.
Una experiencia religiosa
A la altura del Síndrome de Stendhal que produce esta pequeña aldea se encuentra también la Cartuja de Santa María de Escaladei —“escalera a Dios”—, otro de esos rincones que sorprenden y abruman en cuanto se pone un pie en él. En el siglo XII llegó hasta aquí un conjunto de monjes de la Orden de la Cartuja procedentes de la Provenza para levantar un monasterio, la primera cartuja de toda la península. Precisamente en el lugar en el que un pastor había soñado con unos ángeles que subían al cielo por una escalera, de ahí su nombre (cellersdescaladei.com).
Nos adentramos en las ruinas de lo que durante siete siglos fue un lugar resplandeciente y lleno de vida: los monjes se encargaron, hasta 1835, de cultivar los campos colindantes, de construir molinos y, sobre todo, de extender el cultivo —de hecho, fueron los primeros— de la viña. Hasta que llegó la Desamortización de Mendizábal y tuvieron que huir, quedando abandonados y expoliados durante décadas sus dominios. Avanzamos entre patios y claustros colonizados por la naturaleza. Por salas y capillas en las que se puede intuir, de alguna forma, la belleza que un día presentaron. La iglesia, utilizada hoy día para diferentes eventos, pone los vellos de punta. Incluso se ha reconstruido una de las celdas en las que los monjes vivían.
Muy cerca, la diminuta aldea de Escaladei, que hace de antesala al monasterio, cuenta con una coqueta plaza que alberga un puñado de bares. Ocupando un antiguo molino, la tienda de Montse, Molí de L´Oli, está especializada en todo lo que tiene que ver con el aceite de oliva ecológico que también se produce por estos lares. Enseres de otras épocas decoran la estancia en la que, además del oro líquido, también se pueden adquirir todo tipo de productos de la comarca.
Los vinos, la auténtica joya del Priorat
Y llegó la hora de indagar un poco más en la que es la joya, sin duda alguna, del Priorat: sus vinos. Un objetivo fácil y complejo a la vez, ya que la oferta de bodegas que poder visitar en esta comarca vinícola es tan amplia que no sabremos por dónde empezar. En ella se halla una de las dos únicas Denominaciones de Origen Calificada de toda España, la DOCa Priorat, pero también la DO Montsant. Nombres que tienen como protagonistas unas uvas entre las que sobresalen la garnacha y la cariñena, que son el origen de un tipo de vino intenso, de ácidos muy presentes.
Una de las bodegas que hay que apuntar en la lista es la Cooperativa Falset Marçà, que ocupa un edificio de corte modernista que impacta por su monumentalidad. No en vano, hay quienes la conocen como la catedral del vino, y no es para menos, ya que fue el arquitecto César Martinell, discípulo de Gaudí, quien la diseñó. En Celler Scala Dei hacen un vino que resume la historia de lo que es el Priorat, ya que en esta bodega se embotelló, en 1878, la primera botella de vino de la región. Hoy, continúa produciendo los mismos caldos que en el pasado, solo que con maquinaria y elementos más modernos.
Josep Lluis Perez es uno de esos personajes que están ligados íntimamente a los vinos del Priorat, ya que aceptó poner en marcha una escuela de enología en el pueblo de Falset en la década de los 90. Su bodega, Mas Martinet, atesora apreciados vinos por todos conocidos en la zona. Christopher Cannan, por su parte, llegó hasta el Priorat aconsejado por René Barbier, otro de los nombres más representativos del movimiento enológico, y fundó Clos Figueras (closfigueras.info), cuya bodega podemos visitar para pasear por su finca, disfrutar de un festival gastronómico y, por supuesto, catar sus propuestas. Aunque, si lo que queremos es maridar los ricos caldos con las mejores vistas, nada como acercarnos hasta Mas Doix (masdoix.com), fundado por las familias Doix y Llagostera y ubicado entre las poblaciones de Porrera y Poboleda. Desde su mirador, cada pequeño sorbo, supondrá una experiencia para recordar siempre.
¿Una última parada? Venga, va. Mas Alta (bodegasmasalta.com) merece que nos detengamos en ella debido a su claro compromiso por la calidad, algo que trabajan muy en serio al seleccionar meticulosamente cada uno de los racimos y barricas que utilizan en el proceso de creación del vino. Una fórmula infalible para lograr que cada botella que sale de su bodega sea una obra maestra sensorial.
Durmiendo en el paraíso
También las curvas, esas que se retuercen hasta el infinito y que tanto identifican el paisaje del Priorat, son las que conducen hasta uno de los hoteles más bellos de la comarca. Hacemos check-in en Gran Hotel Mas d´en Bruno, una antigua masía del siglo XVI reconvertida en exclusivo alojamiento 5 estrellas con sello Relais & Chateâux, en la que olvidarnos por unos días del resto de mundo.
24 suites, 13 de ellas, ubicadas en el vetusto edificio —las demás fueron construidas a posteriori junto a la piscina y cuentan con jardín propio– conforman la oferta del hotel cuyo diseño, en la reforma, estuvo a cargo de Arquitectes i Associats y Astet Studio. Nos dejamos abrazar por los materiales nobles presentes en cada rincón, por los productos de alta gama que aseguran el disfrute del huésped —ahí están las sábanas de 600 gramos de algodón egipcio o las amenities de primeras firmas— y por la calma que se respira con solo mirar por la ventana al exterior. Son los viñedos, una vez más, los que se extienden por doquier hasta donde alcanza la vista.
Nada como un poco de historia mientras indagamos en el resto de bondades de Mas d´en Bruno, así que, al calor de las aguas del spa, nos topamos con los restos de un antiguo molino que nos advierte de que, en el pasado, el enclave fue una finca de labor en la que trabajaron los monjes cartujos de Escaladei, aunque la propiedad fuera de la familia Bruno.
La piscina exterior con forma de botella —¿qué otro diseño podía tener?— nos invita a daros algún que otro baño o a, simplemente, retozar en algunas de sus hamacas. Junto a ella, un pequeño bar y un moderno espacio dedicado por entero al vino en el que lo mismo se puede asistir a una cata que adquirir vinos de la región. La joya de la corona, sobre todo para quienes aman el yantar, se encuentra en Vinum, el restaurante gastronómico del hotel boutique. Un espacio elegante y sofisticado que es toda una oda al producto y al buen hacer, todo capitaneado por el chef Josep Queralt, que propone tres menús degustación diferentes. Antes o después, según se tercie, un cóctel de autor en Bruno´s Bar —o, por qué no, un vino más—pondrá el colofón ideal a la experiencia. ¡Salud!