Fue el centro de los cabarés en el siglo XVIII, cuando las noches se bañaban en bohemia y en charlestón, cuando la madrugaba alcanzaba a los artistas atormentados en busca de musa y a las enérgicas bailarinas de cancán. Caía el telón de la oscuridad y el erotismo, y todo sucedía en Pigalle. Por algo era el barrio rojo de París.
Para ti que te gusta
Este contenido es exclusivo para la comunidad de lectores de ¡HOLA!
Para disfrutar de 8 contenidos gratis cada mes debes navegar registrado.
Este contenido es solo para suscriptores.
Suscríbete ahora para seguir leyendo.Este contenido es solo para suscriptores.
Suscríbete ahora para seguir leyendo.TIENES ACCESO A 8 CONTENIDOS DE
Recuerda navegar siempre con tu sesión iniciada.
Hoy, mucho tiempo después, el rincón que se extiende al pie de la colina de Montmatre, cerca de la Basílica del Sacré-Coeur, sigue siendo el lugar al que acudir para empaparse de ambiente festivo. Porque Pigalle es una zona vibrante y creativa, tal vez algo más comercial y mucho menos transgresora, que pese a adaptarse a los dictados de la modernidad, no ha perdido su condición de meca de las locas noches parisinas.
CLÁSICO ENTRE LOS CLÁSICOS
Locales culturales, teatros, restaurantes, bares, salas de conciertos y clubes nocturnos conforman el paisaje urbano de este barrio, en su día frecuentado por figuras tan célebres como Josephine Baker, Duke Ellington, Pablo Picasso y el omnipresente Ernest Hemingway.
Pero si hay un lugar representativo como ninguno, este es el Moulin Rouge, abierto en 1889, en el que descansa la nostalgia de los tiempos pasados. Impertérrito a dos guerras mundiales, un incendio y varias crisis económicas, ha sido, es y será siempre el rey de los cabarets. Un lugar que se mantiene cargado de anécdotas, como la de aquel revuelo que, en 1907, provocó el beso de la escritora Colette a otra mujer en pleno escenario.
CÓCTELES Y DRAG QUEENS
Moulin Rouge, inmortalizado por Degas, Renoir y, especialmente, Toulouse-Lautrec (son famosos sus carteles con los espectáculos de la temporada), es la mayor reliquia de esta época glamourosa de París. Pero no es el único cabaret que se mantiene en Pigalle. También de la Belle Époque queda Maison Souquet, un antiguo burdel reconvertido en hotel-boutique con un bar donde hacen cócteles deliciosos que llevan el nombre de cortesanas. Las paredes forradas de terciopelo rojo, las lámparas de flecos y la música de Edith Piaf garantizan un fantástico viaje en el tiempo. Otros cabarets de hoy en día ofrecen espectáculos de drag queens, como Sister Midnight, donde además de shows con muchos tacones y plataformas, se sirven excelentes tragos y ricos aperitivos.
Curioso como ninguno es Le Carmen, emplazado en una sofisticada mansión del siglo XIX con arañas colgadas del techo y una decoración suntuosa. Es donde se dice que Bizet compuso la famosa ópera que da nombre a este local, que al atardecer sirve ricos cócteles y a la noche se transforma en una discoteca en la que (con el atuendo apropiado) se pueden soltar las caderas hasta bien entrada la mañana.
UNA SESIÓN DE COMPRAS
En Pigalle, donde todo gira en torno a la plaza del mismo nombre, la vena canalla se conserva sobre todo en la parte norte, donde más brillan los neones. Algo diferente, aunque sin perder el carácter divertido, es Pigalle Sur, al que se conoce como Sopi. Una zona con un cierto toque hípster, que ha caído bajo las garras de la gentrificación.
Es el lugar donde encontrar bistrós tradicionales y coctelerías de autor. Locales con mucho estilo que hacen las delicias de los modernillos. Pero, sobre todo, es el lugar donde entregarse al shopping en encantadoras boutiques o interesantes concept-stores. La moda, los objetos de diseño y la decoración son los productos estrella.