Es ciudad desde 1331 y, aunque es minúscula en extensión y vecinos, apenas 500 habitantes, se crece en Navidad, cuando sus históricos rincones se iluminan y se llenan de casetas de madera decoradas transformándose en un lugar de cuento. Desde finales de noviembre y hasta el 5 de enero, su atmósfera navideña se extiende por tres lugares que acaparan toda la atención: el parque Rey Balduino, el Anticlinal y el Allée Verte, el agradable paseo arbolado que bordea el río Ourthe, en el que los vecinos de esta diminuta ciudad medieval disfrutan de la naturaleza y de las vistas de su arquitectura histórica.
A diferencia de las grandes ciudades, en Durbuy se vive una Navidad tranquila y auténtica, lejos del bullicio, pero llena de encanto. La ciudad es mínima, sí –rival en tamaño de la croata Hum y de la burgalesa Frías–, pero su entorno medieval envuelve con un espíritu navideño muy especial. Las preciosas calles empedradas de su casco antiguo y sus casas de piedra del siglo XVII ya están iluminadas con una espectacular decoración, en el mismo centro se ha instalado un gran árbol de Navidad y repartidos por las calles y plazas del casco antiguo, encontrarás puestos de madera donde comprar productos artesanales, regalos únicos, adornos navideños, castañas asadas, quesos y especialidades de la región, pero también disfrutar de un vino caliente para templar el cuerpo.
Como en cualquier gran ciudad, en la Navidad de Durbuy no falta una pista de hielo para patinar al aire libre, conciertos de coros y espectáculos navideños, la visita de Santa Claus para los más pequeños y los platos típicos de invierno que sirven en los restaurantes locales, entre los que no faltan el estofado de jabalí y postres festivos, que se toman acompañados de cervezas artesanas locales, como las que se producen en las abadías trapenses de Orval y de Chimay, las más famosas de Bélgica.
QUÉ VER EN DURBUY
En Durbuy hay que dejarse llevar por su laberinto de callejones peatonales, sobre todo por la rue Daufresne de la Chevalerie, la más antigua de la ciudad, cubierta de guijarros procedentes del río Ourthe, y dejarse envolver por su atmósfera medieval, entrar en sus coquetas tiendas de artesanía y productos locales, conocer su pequeño museo de historia y arte y llegar hasta el castillo de los Condes de Ursel, la imponente fortaleza que domina la ciudad desde un promontorio rocoso. No está abierta al público, pero su monumental fachada y su ubicación junto al río merecen una visita.
Sorprendente es también el gran icono natural de la zona: el anticlinal de La Roche-à-Frêne –popularmente conocido como de Omalius–, la espectacular formación geológica de capas y capas de roca plegadas desde hace millones de años que ofrece unas impresionantes vistas panorámicas de la ciudad medieval desde su mirador.
En una visita a esta preciosa población situada en el corazón de la región montañosa de las Ardenas, en el sureste de Bélgica, que se extiende también por Luxemburgo y Francia, no pueden faltar las caminatas por los bosques cercanos para disfrutar de los paisajes invernales o hacer una visita al Parque Les Topiaires, que, aunque cubierto de nieve, ofrece un paseo muy atractivo entre una colección de más de 250 esculturas vegetales con forma de animales o personajes mitológicos. En los meses de buen tiempo abre el laberinto de Barvaux-sur-Ourthe, uno de los más grandes de Europa, que ocupa 10 hectáreas de plantas de maíz y 3 metros de altura y tiene una temática diferente cada año.
DÓNDE DORMIR Y COMER EN DURBUY
La ciudad más pequeña del mundo tiene un puñado de encantadores hoteles boutique para pasar unos días en Navidad. Ubicado en la zona peatonal, el Hôtel Victoria es un alojamiento familiar de estilo art déco que combina encanto histórico con las comodidades modernas y cuenta con un restaurante-grill (maisoncaerdinael.be). Elegante y buena relación calidad-precio, el hotel-restaurante La Calèche (lacaleche.be) y preciosas y cálidas las 12 habitaciones del hotel Léa y las del 7 by Juliette (maisoncaerdinael.be).