Estas cuevas están repletas de cristales de yeso, de cuarzo o de sal, brillantes a más no poder. Así debían de verse las estrellas hace millones de años, cuando se formaron estas grutas. Te damos también un montón de planes alternativos, por si lo de andar con casco bajo tierra no es lo tuyo.
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1. GEODA GIGANTE DE PULPÍ (ALMERÍA)
Una geoda como las que venden en las tiendas de minerales puede medir un palmo, dos, medio metro como mucho. Explorando en 1999 la Mina Rica, una antigua explotación de hierro, plomo y plata del término de Pulpí, en el extremo oriental de Almería, se descubrió por casualidad ¡una grande como un salón, de ocho metros de largo por dos de altura! La Geoda Gigante de Pulpí (geodapulpi.es) es la segunda mayor del mundo después de la de Naica (México). Abierta al público en 2019, sus paredes erizadas de enormes bloques cristalinos de yeso hacen que el visitante se sienta como Superman en la Fortaleza de la Soledad, el refugio polar donde el superhéroe vive rodeado de los cristales perfectos de Krypton.
Otra maravilla geológica de Pulpí es la playa de los Cocedores, en la pedanía de San Juan de los Terreros, una preciosa cala de roca volcánica fosilizada en la que antiguamente se cocía el esparto –de ahí, su nombre–; es decir, se ponía en remojo en agua salada para darle un blancor intenso a sus fibras. Aquí y allá, horadadas en los acantilados amarillos, se ven las cuevas donde tenían sus almacenes los trabajadores del esparto. Y otra maravilla –pero no geológica, sino etnográfica– es la multitud de casas-cueva que hay excavadas en la roca al borde del mar desde tiempos inmemoriales en la misma pedanía, entre la punta del Pichirichi y el castillo de San Juan de los Terreros. Las hay hasta de 400 metros cuadrados. En una hora, caminando sin prisa, se puede recorrer esta extraordinaria costa troglodítica. Será por cuevas en Pulpí…
2. CUEVA DEL YESO (BAENA, CÓRDOBA)
Escondida bajo un mar de olivos, a ocho kilómetros de Baena, en la margen derecha del río Guadajoz, está la Cueva del Yeso (baena.es), una de las más grandes de España de este reluciente mineral. Dentro hay galerías de hasta 12 metros de altura y salas tan flipantes como la de Cristal, atiborrada de espeleotemas, maclas, formaciones de nubes, bolas, coraloides yesíferos y cristales formados mediante procesos de evaporación y solidificación como consecuencia de las corrientes de aire. También hay una gamba única en el mundo –Pseudo niphargus baenensis– que vive en sus lagos subterráneos y la colonia de murciélagos más importante de Andalucía. Para proteger a estos, solo se puede visitar la cueva de noviembre a febrero, siempre y cuando no haya investigaciones científicas en curso u obras de acondicionamiento –de momento, se han hecho accesibles 200 de sus 2.770 metros–, cosas harto frecuentes. Por suerte, no es el único tesoro que hay escondido en este mar de olivos.
Diez kilómetros más allá de la cueva, están los restos de la Pompeya cordobesa, una ciudad ibérica y romana importante –tal vez la Ituci Virtus Iulia o la Ebora Cerealis mencionadas por Plinio el Viejo–, con un castillo medieval en lo alto, el de Torreparedones, que da nombre al yacimiento arqueológico y vistas a los 7.200.000 millones de olivos de la DO Baena y a más de 30 pueblos. El yacimiento de Torreparedones (torreparedones.es) sí que se puede visitar todo el año, y eso que los arqueólogos no paran de trabajar y de encontrar nuevos tesoros.
3. KARST EN YESOS DE SORBAS (ALMERÍA)
Hace siete millones de años, el sureste de Almería estaba cubierto por un mar que, al evaporarse, dejó un paisaje desértico y, debajo de él, una capa de yesos formidable, de 130 metros de espesor. El paraje natural del Karst en Yesos de Sorbas es el conjunto de cuevas en este material más importante de Europa: ¡más de mil cavidades en sólo 12 kilómetros cuadrados! La rareza de los karsts en yesos es tal, que los que hay en todo el planeta se pueden contar con los dedos de una mano. Aunque hay rutas para todos los públicos, hasta los más atléticos, la mayoría de los visitantes hace la básica –dos horas, fácil–, que discurre por la cueva del Yeso siguiendo las sinuosas galerías labradas y pulidas por las avenidas estacionales del barranco del Infierno, afluente del río de Aguas. En algunos puntos, como en el llamado Techo de la Alhambra, los cristales de yeso en forma en flecha fingen almocárabes que brillan con la luz de los cascos como una noche estrellada sobre los atochares de Sorbas. Más info y reservas, en cuevasdesorbas.com.
Antes, después o en vez de lo anterior, tienes que visitar la población de Sorbas, que está a un par de kilómetros de la cueva del Yeso, al borde de un escarpadísimo meandro abandonado del río de Aguas, con sus blancas casas colgadas –la Cuenca Chica, le dicen por eso– y su barrio de las Alfarerías, donde siguen haciendo cacharros a la antigua usanza. Y si eres más de andar al aire libre que de arrastrarte bajo tierra, seguirás la senda que lleva al nacimiento del río de Aguas, cuyo nombre es bien significativo, pues raro es el que en Almería tiene algunas. Caminando cauce arriba desde la cortijada de Los Molinos de Río Aguas –en el kilómetro 5 de la carretera A-1102–, avanzarás entre cañaverales, formidables desplomes de roca y pozas verdes, profundas y tentadoras, y llegarás en una hora al punto donde el río, un hilillo apenas, nace bajo una peña caída en mitad del lecho del barranco. Más arriba, ya es el desierto puro y duro.
4. LA CUEVA DE CRISTAL (LA CABRERA, MADRID)
Cerca del pueblo de La Cabrera, al otro lado de la autovía A-1, está la dehesa de Roblehorno, un bosque de encinas, robles y alcornoques del que los cabrereños sacaban antiguamente la leña y el carbón para calentarse, porque esto no es aún la alta sierra de Guadarrama, pero le falta poco y en invierno hace un frío que pela. De aquí además salía el granito para las casas y los abrevaderos, las piedras de moler y los escudos señoriales. ¿Algo más? Pues sí: también había quienes extraían buenos cristales de cuarzo transparente y ahumado de la llamada Cueva de Cristal. Un sendero circular de 3,9 kilómetros y un hora y cuarto de duración –descripción de la ruta, mapa, track y enlace a Wikiloc, en sierranortemadrid.org/ruta/usos-tradicionales/– permite acercarse hasta este lugar, que más que una cueva es una covacha, una pequeña oquedad abierta en una masa de cuarzo hialino y lechoso, con una geoda métrica que en su día estuvo repleta de cristales transparentes de cristal de roca.
La geoda se acabó de tanto aprovecharla y la masa de cuarzo no es nada fotogénica, pero la covacha sirve para engolar la voz delante de ella y explicar a niños y mayores que este cuarzo comenzó a explotarse en el siglo XVIII y que se empleaba en la industria de la óptica y en aparatos de precisión y científicos. Si se te hace corto el paseo y quieres seguir caminando, ahí al lado, al norte del pueblo, está la sierra de La Cabrera, un pequeño macizo de granito, salpicado de grandes bolos de esa misma roca, riscos que hacen las delicias de los escaladores y nidos de buitres leonados. Seis horas te llevará dar la vuelta entera a la sierra, pasando por el convento de San Antonio –del siglo XI–, rodeando el Cancho Gordo –máxima altura del macizo: 1.563 metros– y asomándote cerca del final a la cumbre más bella y característica, la del pico de la Miel. Al atardecer, cuando el penúltimo sol lo baña todo, este pan de azúcar, esta ola de pura roca, parece de oro.
5. LA MONTAÑA DE SAL (CARDONA, BARCELONA)
“Una gran montaña de sal pura que crece a medida que se va extrayendo”, así describía Catón en el siglo II una de las minas de sal más curiosas y deslumbrantes del planeta: una montaña de 120 metros que crece como una burbuja –diapiro salino, llaman a esto los geólogos– al lado de la medieval Cardona, que ha sido explotada a cielo abierto desde el Neolítico y que, solo durante el siglo XX, se perforó hasta los 1.308 metros de profundidad para extraer 38 millones de toneladas de sales potásicas. Estará ya como un coco, casi vacía, ¿no? Qué va. Quienes visitan el Parc Cultural de la Muntanya de Sal (cardonaturisme.cat), que eso es ahora, encuentran las galerías y las escaleras por las que anduvieron los mineros hasta 1990 recubiertas de trillones de nuevos cristalitos de sal, como si un fantasma –quizá el del Parador: seguir leyendo– las hubiera forrado con lentejuelas nacaradas. Catón tenía razón: no para de crecer.
De recuerdo, te puedes llevar la sal de Cardona, que se vende en el propio parque y en las tiendas del pueblo: es similar a la del Himalaya, cristalina, pura, libre de microplásticos y sala más que la marina. Menos es más y mejor para el corazón, que buena falta le va a hacer al pobre si te alojas en la habitación 712 del Parador de Cardona (parador.es). Días ha habido en que todos sus muebles amanecían juntos en el centro de la estancia, para susto inmenso del servicio de limpieza ¡Jesús! Encaramado desde hace 1.100 años en un promontorio que domina la vega del río Cardener y la Montaña de Sal, el hoy Parador de Cardona es una fortaleza de roca oscura imponente. Además de todas las vistas del mundo y de una habitación con fantasma, hay una iglesia del siglo XI, la colegiata de San Vicente, que es una joya del románico lombardo catalán. El fantasma del Parador estará de vacaciones hasta marzo de 2025 –el hotel estará cerrado, o sea–, pero el castillo se puede visitar.