A simple vista, podría pasar desapercibido. Es un edificio sencillo, de tres alturas y fachada blanquiazul, que se levanta junto al puerto de una pequeña isla rodeada por la inmensidad del Atlántico. Pero detrás de su discreta apariencia, el Café Sport de Horta –o Peter’s Café, como también se le conoce–, en la azoreña isla de Faial, ha sido un faro para marineros de todo el mundo desde que abrió sus puertas en 1918. En su interior, historias de aventuras y misterios de alta mar resuenan entre sus paredes, pues este pequeño local ha albergado a mercantes, balleneros, soldados de la Royal y la US Navy, patrones de yate… e incluso espías…
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Hoy es un hito turístico del archipiélago y, aunque los tiempos han cambiado, el ambiente que se respira en su interior sigue transportando al visitante a mil aventuras en alta mar. Tanto es así, que, si Moby Dick se hubiera escrito en el siglo XX, el capitán Ahab habría acudido al Peter’s en busca de arponeros para perseguir al temible objeto de su obsesión.
Ese mismo espíritu de aventura, lejos de difuminarse con la modernidad, se percibe aún en las nueve islas de las Azores; a ello contribuye su origen volcánico y un entorno natural sobrecogedor y exuberante, de una belleza difícil de describir; no es extraño, por tanto, que, en varias ocasiones, The New York Times haya destacado al archipiélago como un destino imprescindible para los exploradores del mundo moderno. Y es que las Azores, casi abandonadas como un fragmento perdido de la Atlántida en mitad de las aguas misteriosas y encrespadas del Atlántico, son un auténtico imán para todo tipo de visitantes deseosos de aventuras.
Un crisol de historia y geología
Situadas estratégicamente a medio camino de América y Europa, las Azores fueron durante siglos testigos del paso de galeones cargados de oro y especias que viajaban entre el Nuevo Mundo y el viejo continente. Ese papel de “puerta” del Atlántico convirtió al archipiélago en un apetecible botín para piratas y corsarios, siempre ávidos de una buena presa, y siglos más tarde en un punto clave para la industria ballenera, como bien inmortalizó Hermann Melville en Moby Dick: «De estos marineros de la pesca de la ballena, un número no pequeño pertenece a las Azores, donde los barcos balleneros que parten de Nantucket tocan puerto para aumentar sus tripulaciones con los rudos campesinos de esas rocosas costas»…
Por todo ello, desde su descubrimiento hace casi seis siglos, las Azores han atraído a todo tipo de viajeros en busca de aventura. Hoy los espíritus intrépidos que visitan las Ilhas da Bruma –nombre poético con el que también se las conoce– no llevan sables al cinto ni arpones para cazar cetáceos, pero las emociones que buscan están garantizadas en estas tierras llenas de volcanes y paisajes sobrecogedores.
Viaje al centro de la tierra
El agitado origen del archipiélago, una de sus principales señas de identidad, esculpió con lava y ceniza su fisionomía, dejando enclaves espectaculares para el geoturismo. Sin salir de Faial, por ejemplo, se encuentra el Capelinhos, un volcán que rugió por última vez en 1957, creando varios kilómetros cuadrados de tierra firme y sepultando en parte un icónico faro bajo cuya superficie se encuentra hoy un interesantísimo centro de interpretación.
En todas las islas hay impresionantes caldeiras (cráteres), aunque destaca la de Sete Cidades, en la isla de São Miguel, cuyo interior da cobijo a una pintoresca aldea y a las dos lagunas –una verde y otra azul– más fotogénicas de las Azores. En el otro extremo de la isla está el Valle de Furnas, otro cráter tapizado de frondosa vegetación. Allí se puede degustar un plato tradicional, el cozido das Furnas, que se prepara enterrando las ollas durante horas para aprovechar el calor volcánico.
La intrincada geología azoreña permite también adentrarse en las entrañas de la Tierra, como si fuéramos personajes de una novela de aventuras. Para quienes crecimos alimentando la imaginación con los apasionantes relatos de Julio Verne, la experiencia de descender hasta el fondo del Algar do Carvão –una de las cicatrices volcánicas de la isla de Terceira–, es toda una aventura digna del profesor Lidenbrock en Viaje al centro de la Tierra. No en vano, la bajada hasta el corazón de esta honda garganta de origen telúrico –que alcanza los 90 metros de profundidad– permite adentrarse en un bellísimo recorrido subterráneo adornado por helechos, estalactitas de lava, bóvedas geológicas colosales e incluso un apacible lago cuyas aguas nunca han visto la luz del sol.
A esta chimenea volcánica y a los verdes paisajes del antiguo volcán del Monte Brasil, en Terceira, hay que añadir la Gruta do Natal, un tubo lávico de más de 700 metros de longitud que hoy cuenta con un interesante centro de visitantes. Al indudable atractivo que suponen sus riquezas geológicas, se suma un detalle poco común: la cavidad volcánica acoge en la actualidad diferentes ceremonias y eventos sociales, desde bautismos a bodas.
En el centro de la isla se encuentra la Caldeira de Guilherme Moniz, un gigantesco cráter de gran belleza paisajística que es posible recorrer, ya sea a pie o a caballo. Una opción cómoda y muy divertida pasa por visitar los principales enclaves geológicos y paisajísticos de la Isla Violeta a bordo de potentes todoterreno, una posibilidad que ofrecen empresas como Comunicair (www.comunicair.pt), con rutas a la carta que permiten descubrir todos los secretos de la isla o realizar actividades más originales, como acampadas de varios días en paisajes volcánicos, en las que se prohíbe el uso del más mínimo atisbo de tecnología.
Para los más audaces, la Sociedade de Exploraçao Expeolóxica Os Montanheiros (www.montanheiros.com) organiza visitas espeleológicas a todas aquellas cuevas de la isla con mayor interés científico o deportivo.
Otros enclaves telúricos son la Furna do Enxofre –una de las cavernas volcánicas más grandes del mundo, en Graciosa–, y la Gruta das Torres, un tubo lávico de más de cinco kilómetros de longitud en la isla de Pico.
Gigantes del océano profundo
A los amantes del turismo activo y de aventura les esperan también otras actividades igual de apasionantes: hay paseos a caballo que recorren caldeiras de volcanes como el citado Capelinhos, rutas en mountain bike, planes para bucear con tiburones azules o salidas en barco para contemplar cachalotes y otros cetáceos.
De hecho, el pasado ballenero de las islas es otro de sus atractivos, pues hasta hace justo 40 años, muchos azoreños se dedicaban a la caza de baleas. Aquel legado reciente sigue fresco en la memoria, y se preserva en los distintos museos sobre las Fábricas de la Ballena que se reparten en las islas de Faial, Pico o São Jorge, y en el Museo del Scrimshaw del Café Sport, que custodia auténticas obras de arte realizadas sobre dientes de cachalote.
Los tiempos han cambiado y, en las aguas que rodean las islas hoy estas criaturas titánicas se deslizan con elegancia entre las olas sin temor al silbido de los arpones. Ballenas, cachalotes –y también delfines, tiburones y otras criaturas marinas–, habitantes ancestrales de estas aguas, ofrecen un espectáculo hermoso y sobrecogedor. Navegar junto a ellos es experimentar la verdadera inmensidad del océano y sentir el latido del planeta en el vaivén de las olas. Los barcos de empresas como Ocean Emotion (oceanemotion.pt) o Aguiatur (aguiaturazores.com) parten en busca de estas criaturas entre abril y octubre, aunque el espectáculo, como el mar, nunca descansa del todo, y también es posible contemplar a estos fascinantes animales en otras épocas del año.
Para quienes deseen sumergirse aún más en este reino acuático, las Azores ofrecen la oportunidad de bucear en sus aguas cristalinas, donde los arrecifes volcánicos y los pecios descansan en un silencio casi sagrado. Aquí, entre tiburones azules y cardúmenes de peces, el viajero se convierte en un explorador de los abismos marinos. Quienes prefieran el surf o la vela no quedarán tampoco defraudados gracias a las célebres corrientes y vientos que acompañan todo el año al archipiélago.
Algunos momentos para el relax
A pesar de la abundancia de aventuras, las Azores también ofrecen refugios de tranquilidad, como sus bellas playas, la mayoría de arena volcánica –en São Miguel, la isla más grande y turística, destaca la de Mosteiros–, aunque no faltan arenales blancos como los de Praia Formosa, en Santa Maria, que presume de ser la más bonita del archipiélago.
También es posible bañarse en rincones más exóticos: en piscinas naturales creadas por la lava, en aguas termales –por ejemplo, en las Termas do Carapacho, en Graciosa–, o en las cascadas de agua caliente de Caldeira Velha, en São Miguel.
Para paseos urbanos, uno puede perderse por las históricas calles de Angra do Heroísmo, capital de la isla de Terceira y declarada Patrimonio de la Humanidad por su trazado urbano y su papel como “puerta” del Atlántico. También se pueden recorrer en la isla paisajes volcánicos vestidos con tupidos bosques de laurisilvas y cryptomerias, o visitar los coloridos imperios, capillas de vistosos colores que salpican toda la isla y compiten entre ellas en espectacularidad.
Si lo que se busca es paz y sosiego absolutos, en ese caso lo mejor es refugiarse en la isla de Corvo, la más pequeña. Con sus escasos 425 habitantes, este diminuto enclave que fue refugio de piratas es un edén de tranquilidad. Con sus afilados acantilados y aldeas pintorescas de casas blancas y negras, este es, sin duda, el lugar perfecto para desaparecer.