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Entrar en el Palacio de Monterrey es hacerlo en un lugar íntimo y a la vez un museo. No tiene los lujos de otros palacios de la Casa de Alba, como el de Las Dueñas o el de Liria, ni sus jardines en los que recrearse, pero tiene el encanto de ser un hogar habitado. Por fuera, es un edificio monumental, uno de los mejores ejemplos de la arquitectura del Renacimiento y máximo exponente del plateresco; por dentro, una casa vivida.
© David ArranzTomando la peatonal calle Compañía vemos, una tras otra, algunas de las grandes joyas patrimoniales de Salamanca, empezando por la Casa de las Conchas, la Clerecía –sede de la Universidad Pontificia–, varios conventos, la iglesia de San Benito, en la plaza del mismo nombre, y, frente a la iglesia conventual de la Purísima, el palacio de la Casa de Alba, que mandó construir en el siglo XVI el tercer conde de Monterrey.
La arquitectura y la historia del palacio la empezamos a descubrir en el exterior, siguiendo las indicaciones de la audioguía que facilitan en la taquilla. Sentados en uno de los bancos de la plaza de las Angustias contemplamos la magnífica fachada de este edificio rectangular que sirvió de inspiración para otros muchos, como el Museo Arqueológico de Sevilla, el Palacio de la Diputación de Palencia o la Academia de Caballería de Valladolid.
© NJphoto / Alamy Stock PhotoConocemos que el proyecto fue un encargo a los arquitectos Rodrigo Gil de Hontañón y a fray Martín de Santiago, que en su construcción participaron numerosos artistas, artesanos y canteros locales y que su fachada lateral es solo una parte de la que se proyectó, pero aún así es magnífica. La adornan torreones con escudos de armas, cresterías caladas que son una auténtica filigrana en piedra y chimeneas de inspiración francesa. Harían faltan horas para verla en detalle.
© David Arranz/Palacio de MonterreyPero la audioguía nos lleva ahora, ya sí, a recorrer sus salas, que en el siglo XIX acogieron una escuela pública y hoy, en manos de la Fundación Casa de Alba, están abiertas a las visitas para conocer su legado. El recorrido por sus cuatro plantas guía por sus salones, decorados con cuadros y fotografías familiares, en las que se ve a Carlos Fitz-James Stuart, a sus dos hijos, Fernando, duque de Huéscar y Carlos, conde de Osorno, a sus padres, doña Cayetana y don Luis Martínez de Irujo, a su abuelo Jacobo..., retratos familiares como los de cualquier casa.
© David Arranz/Palacio de MonterreyEn el recorrido todo parece estar dispuesto para encontrarte a sus propietarios charlando en los salones frente a las grandes chimeneas de piedra de Villamayor donde solo falta avivar el fuego, sentados a la mesa en el comedor o leyendo un libro de su biblioteca. Vidrieras con escudos, artesonados comprados a las monjas de Salamanca y el de la escalera procedente del castillo de Castronuevo, vajillas de porcelana, paredes enteladas y mobiliario de décadas pasadas adornan las estancias del palacio.
© Palacio de MonterreyNos llama la atención, especialmente la cerámica de Talavera del baño, incorporada en las últimas reformas. Y otras muchas piezas, como los dos paisajes de José de Ribera, el busto del Gran Duque, la colección de objetos de planta o el juego de llaves –uno de los tres únicos que se conservan– que abre el sepulcro de Santa Teresa de Jesús, y tiene su explicación, por la gran amistad que unió a la mística con la Casa de Alba, gracias al apoyo de esta a la fundación de sus conventos.
© Palacio de MonterreyTambién amistad tuvieron Alfonso XIII y don Jacobo, el XVIII duque de Alba, y prueba de ello son las cadenas que cuelgan en la entrada principal y que el monarca se alojara hasta en dos ocasiones en las habitaciones de las plantas superiores del palacio. Las celdas del servicio quedan en la inferior, al mismo nivel que vemos la zona de lavandería y las cocinas, preparadas para servir un banquete.
© David Arranz/Palacio de MonterreyPara terminar la visita al palacio de Monterrey, una casa con alma –como lo es el Museo Casa Lis, que se visita con entrada conjunta (8 €)– nos quedamos con las espectaculares vistas que se contemplan desde la terraza del torreón, con la ciudad a los pies y el grandioso edificio de la Universidad Pontificia de Salamanca frente a los ojos. Merecen una foto.
