Umbría es la otra Toscana, por sus suaves y verdes montes, sus campos amarillos de girasoles, los Apeninos en el horizonte y esa colección de pueblos de esencia medieval y ritmo tranquilo. Es el paisaje que envuelve a Gubbio, la “ciudad de piedra” y la más antigua de la región, que no es tan sonora como otras clásicas de Italia, pero también está repleta de arte y encanto medieval. Situada a 170 kilómetros de Florencia, a los pies del monte Ingino y atravesada por el río Camignano, un paseo por su laberinto de callejuelas y callejones empedrados va desvelando su larga historia.
Para ti que te gusta
Este contenido es exclusivo para la comunidad de lectores de ¡HOLA!
Para disfrutar de 8 contenidos gratis cada mes debes navegar registrado.
Este contenido es solo para suscriptores.
Suscríbete ahora para seguir leyendo.Este contenido es solo para suscriptores.
Suscríbete ahora para seguir leyendo.TIENES ACCESO A 8 CONTENIDOS DE
Recuerda navegar siempre con tu sesión iniciada.
Dos monumentos, sobre todo, delatan que Gubbio no nació ayer: el anfiteatro romano y las tablas Eugubinas, un conjunto de siete tablas de bronce que se remontan a los siglos III-I a.C. que son clave para la comprensión de la antigua lengua umbriana y se encuentran en las salas del museo municipal situado en el palazzo dei Consoli (cónsules).
Si magnífico es este edificio, con una espectacular fachada que domina cualquier perspectiva de la ciudad, espléndida y un gran balcón con arcadas es la imponente plaza della Signoria, a la que se asoma, delimitada por otro palacio, el del Pretorio. En el Duomo (catedral) de Santi Mariano e Giacomo, con un interior de una sola nave, se pueden ver obras interesantes de Nucci y Ghepardi, una Piedad firmada por Dono Doni y la Madonna del Belvedere de Octavio Nelli.
Antes de llegar a la catedral deténte a admirar el Palacio Ducal de los Montefeltro, obra del Renacimiento italiano que cuenta con un maravilloso patio interior y cuyo studiolo (dependencia semiprivada dedicada al estudio y a la meditación) del duque se ha reproducido idéntico al original, expuesto en el Metropolitan Museum de Nueva York. O a ver la fuente de los Matti, frente al palacio del Bargello, y dar las tres vueltas requeridas alrededor para obtener el certificado de ‘loco’, que es lo que significa matti.
Gubbio tiene también hay un puñado de iglesias interesantes dentro de las antiguas murallas medievales por las que tienes que pasar, como San Francesco y Santa Maria Nuova, San Giovanni Battista y la basílica dedicada a San Ubaldo, el patrón, accesible en teleférico, pues corona la cima del monte que vigila la ciudad.
Pero el arte también se va descubriendo según se camina por el centro histórico, porque en sus callejuelas que ascienden por la montaña y conectadas con escaleras y ascensores –Baldassini, via dei Consoli, Galeotti…– abren las puertas numerosos talleres de artesanía donde comprar cerámica, cuero, hierro, oro y finos bordados, una tradición desde tiempos remotos que se transmite de generación en generación.
En Gubbio lo artesanal tiene mérito y es el orgullo de la ciudad. Lo puedes comprobar pasando por el Museo de Cerámica de Porta Romana, por las escuelas de jóvenes dedicados a la producción de laúdes y violines y restauración de muebles de madera, en muchas de las herrerías diseminadas por el centro histórico donde los artesanos reinterpretan con toques art nouveau y art decó las tradicionales formas gótico-renacentistas, en la larguísima loggia dei Tiratori, donde los tejedores tendían los paños de lana recién tejida y, en Navidad, viendo el árbol de que se construye en la ladera del monte Ingino y que aparece en el Libro Guinness de los Récords por ser el más grande del mundo.
Y como pasear abre el apetito, habrá que probar la cocina de Gubbio, perfumada por el aroma intenso de la trufa blanca que se utiliza como condimento para todas las pastas y que, aún hoy, se producen respetando estrictamente las antiguas técnicas. Cogerás fuerzas para luego visitar en los alrededores las gargantas de Bottaccione y el monasterio de Sant’Ambrogio, que luce frescos en su iglesia y cuevas en su subsuelo.