Decía Camilo José Cela en su Viaje a la Alcarria que los jardines de estilo francés de la Real Fábrica de Paños de Brihuega son “unos jardines románticos para morir de amor”. Si bien es cierto que, paseando bajo sus árboles, entre multitud de especies arbóreas, pajareras restauradas y mesas-reloj de sol, la mente se relaja y la vista se pierde contemplando el frondoso y verde valle del Tajuña, hoy el Nobel iría más allá, porque haría mención también a la preciosa panorámica que se admira desde la piscina infinita de esta arquitectura industrial del siglo XVIII que acoge el primer cinco estrellas de Guadalajara. Un edificio histórico que vive nuevos tiempos como refugio para viajeros hedonistas.
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A vista de dron, Brihuega tiene dos edificios singulares por su forma circular, uno es su enorme plaza de toros, que tiene nada menos que 7000 localidades, el triple del número de vecinos y más cercano al de visitantes que acuden a ver la floración de la lavanda cada mes de julio; el otro, la antigua fábrica que el mismísimo Fernando VI regaló al pueblo por su apoyo a la causa de los Borbones y que tanta prosperidad dio a esta localidad de tradición textil. El mismo que, desde que reabrió sus puertas como hotel hace solo unos meses bajo la marca Castilla Termal, está revolucionando la Provenza española.
RELAX EN LA REAL FÁBRICA DE PAÑOS
No son hoy artesanos e hilanderas los que se mueven por las instalaciones de la Real Fábrica de Paños que puso en pie el arquitecto Juan Manuel de Villegas y llegó a acoger casi un centenar de telares con los que se hacían textiles para tapicerías y bordados, sino visitantes que buscan desconectar de la rutina en un entorno tranquilo con aguas termales, tratamientos de relax y buena gastronomía. Hay numerosos elementos originales que se han conservado del edificio industrial, como las enormes tinajas que decoran la entrada, la enorme puerta de madera de la recepción, los arcos y las vigas vistas de sus 78 habitaciones y suites adecuadas a la arquitectura del edificio de planta redonda, las escaleras de piedra… Pero el nuevo espacio resulta moderno cuando se combina con techos acristalados, materiales naturales, mobiliario y baños de diseño, luz a raudales y una estudiada iluminación que invita al sosiego y a la calma.
Porque a este hotel termal se viene precisamente a relajarse, empezando por su zona wellness, de cerca de 2000 m2, a la que se puede acceder aunque no se esté alojado. Dos piscinas, diferentes jacuzzis, chorros y cortinas de agua y una carta de tratamientos en la que no faltan los rituales con productos de la tierra, empezando por la lavanda y la miel de la Alcarria, y hasta un masaje con telas de lino inspirado en la Real Fábrica de Paños que recibe el nombre de 1750, el año en el que fue inaugurada.
Los sabores castellano-manchegos están muy presentes a cualquier hora del día en La Redonda, la gran zona común, donde se concentra la propuesta gastronómica del hotel bajo una enorme cúpula de cristal. En los desayunos se degustan los quesos que se elaboran en la quesería artesanal de Hita o en la de El Recuerdo, ubicada en el pueblo de Centenera. La cuajada y la mantequilla dulce proceden de Cañada Real, en Soria, y no falta la famosa Torta de la Virgen de los obradores locales. En este mismo patio circular hay una carta de gastrobar más informal o de restaurante para comer y cenar con propuestas más elaboradas.
MÁS BRIHUEGA PARA NO PERDERSE
Pero es obligado salir del círculo de la Real Fábrica de Paños para redondear la escapada a este pueblo que es conjunto histórico y fue finalista a Capital del Turismo Rural 2024. Algunos lugares ya se han descubierto de lejos desde los jardines o la piscina exterior, como la antigua muralla árabe del siglo XII o el conjunto que forman el castillo de la Piedra Bermeja y la iglesia románica de Santa María de la Peña. Pero mejor verlos de cerca.
La iglesia de San Felipe, la más bella de Brihuega, queda muy próxima a la Real Fábrica de Paños y en ella llaman la atención sus tres rosetones, su torre octogonal separada del templo y un interior que evidencia el fino trabajo de los canteros medievales.
Con numerosos manantiales y cauces subterráneos, el agua es la riqueza de Brihuega y brota en multitud de fuentes durante todo el año, como la de los Doce Caños, en la plaza de los Herradores, junto al antiguo lavadero. No le falta su leyenda, pues cuenta la tradición que la moza que beba el agua fresca de cada uno de los 12 caños de esta fuente, conocida también como “la Blanquina”, encontrará novio.
UN PASEO POR EL CASCO ANTIGUO
Brihuega posee la estructura típica de los pueblos de la Alcarria: calles estrechas y sinuosas protegidas por aleros, balcones y arquillos que comunican calles entre sí, con restos de soportales. Tomando la calle Torija, por la que discurre el recorrido de Cela en su viaje literario, surge un agradable paseo a la sombra de la gran muralla de piedra caliza que protegió a la villa durante más de cinco siglos y llegó a tener un total de 1750 metros y cinco puertas, como la de la Cadena o el Arco de Cozagón, que conducía a Toledo pasando por Aranjuez. Como hicieron la mayor parte de los personajes ilustres que visitaron Brihuega –desde obispos y embajadores a reyes como Fernando II el Santo o Alfonso X el Sabio–, se tiene que cruzar este para conocer el cogollo monumental situado al sur
Muy próxima a la plaza de toros, testigo de la tradición taurina briocense, está la casa que albergó la sede del Colegio de Gramáticos, construida por un vecino que hizo fortuna en las Américas y que después compraría el célebre reportero Manu Leguineche. Llegó a Brihuega para su afición a la caza y terminó enamorándose de la tranquilidad de este lugar que conserva viva la memoria de tan ilustre vecino.
Enfrente está el convento de San José, que fue habitado por monjes franciscanos descalzos, algunos “insignes en santidad y letras” y en la actualidad alberga el Museo de Historia de Brihuega y el primer Museo Mundial de Miniaturas, con una magnífica colección de objetos –algunos incluidos en el Libro Guinness– del briocense Juan Elegido Millan, conocido como el Profesor Max, famoso por sus espectáculos de hipnosis y telepatía. ¿Te imaginas La Última Cena pintada en un grano de arroz? ¿Y las 7 maravillas del mundo en una lenteja?
En este mismo entorno fortificado, que fue lugar de recreo para el rey Al-Manún y su hija, la princesa Elima, está la iglesia cisterciense de Santa María de la Peña que guarda la talla románica de la patrona de la villa y, junto a ella, el castillo de la Piedra Bermeja. Su patio central está ocupado por un impresionante cementerio romántico, pero hay que pagar una simbólica entrada para visitar la capilla mudéjar y la sala noble restauradas. Solo así se disfrutará de su terraza, desde la que se contempla otra de las mejores panorámicas de los tejados del pueblo y de la vega regada por el Tajuña.
Saliendo por la puerta de la Guía, los pasos llevan hacia la plaza del Coso. Aquí se levanta la Real Cárcel de Carlos III, que, además de prisión fue escuela, academia de música y biblioteca y ahora alberga la oficina de turismo. Frente a este edificio están las cuevas árabes, un laberinto de galerías y túneles que recorren todo el subsuelo del pueblo y fueron utilizadas como almacén de víveres en épocas de asedio.
En el entramado urbano hay todavía más paradas, como el antiguo convento de as Jerónimas, del siglo XVI, que funciona hoy día como centro de eventos, la iglesia de San Miguel o la de San Simón, una singularidad en Brihuega por su arquitectura mudéjar. Dicen que pudo haberse levantado sobre la que fuera la mezquita de la localidad, permaneciendo oculta más de un siglo convertida en vivienda privada.
El círculo se cierra en el Parque de María Cristina, una arbolada plaza en el centro del pueblo donde tomarse un respiro. Ya sea en la sombreada terraza del Kiosko de la Alameda, en la taberna o en el restaurante, con una carta de platos que hermanan Guadalajara con regiones sureñas, será el mejor el punto y final a esta escapada tranquila y de lujo para hedonistas a solo 90 kilómetros de Madrid.