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Alberobello, el pueblo de los 'trulli' que parece de cuento

La fascinante arquitectura de esta localidad de Puglia, en el sur de Italia, esconde una pizca de misterio y mucha magia


Actualizado 29 de mayo de 2024 - 13:58 CEST
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Italia esconde al sur, en el tacón de la bota, una región de claro sabor rural que nada tiene que ver con sus grandes ciudades de arte, más bien parece griega. Es Puglia, el escondite estival de milaneses y romanos que van en busca de las playas más bonitas del país en sus 800 kilómetros de costa bañada por dos mares, el Adriático y el Jónico. No es lo único porque también está la capital, Bari, y pueblos tradicionales encantadores adornados de castillos, palacios, templos históricos y preciosos hoteles y cafés: Polignano a Mare, Monopoli, Martina Franca, Locorotondo, Alberobello... De todos, el más icónico es este último, que no está junto al mar, sino a 20 kilómetros de distancia, pero que nadie se quiere perder por sus trulli, esas antiguas construcciones que la Unesco ha declarado Patrimonio de la Humanidad y le dan ese aire de cuento.

 

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Son más de 1500 trulli los que se concentran en Alberobello, una fascinante arquitectura en piedra seca, con tejados cónicos o piramidales y pocos aberturas que tiene sus raíces en la época prehistórica y que, aunque se puede admirar en otras localidades del valle de Itris, es aquí donde se encuentran en mayor número. Tienen su historia, cómo no, pues se cree que son resultado de una estrategia ideada para que sus propietarios pudieran desmantelarlos en poco tiempo, y así evitar el pago de un impuesto obligatorio establecido por el reino de Nápoles.

 

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En los tejados de los trulli se pueden observar una serie de extraños símbolos que los antiguos residentes asociaban al hecho de atraer la buena suerte para la familia o la cosecha. Posteriormente, estos llegaron a utilizarse como el número de la casa. Los expertos coinciden en afirmar que el origen de la forma cónica de sus tejados podría estar en la influencia oriental que llegó a esta parte de Italia a lo largo de los siglos. Sea como fuere, lo cierto es que se han convertido en un gran atractivo turístico tras su restauración y nuevos usos.

 

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Paseando por sus callejones empedrados se pueden ir viendo los trulli en detalle, porque están pegados unos a otros, pero para tener la mejor vista del conjunto hay que tomar distancia. Algunos se pueden visitar por dentro, como el Trullo Sovrano, que alberga un museo de artes y costumbres y es el único de dos plantas. El Museo del Territorio-Casa Pezzolla se extiende por un complejo de 15 conos interconectados donde conocer la evolución de la cultura arquitectónica de Alberobello. Los fines de semana tienen lugar en él representaciones en vivo y talleres sobre encaje, música y danzas populares.

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Alrededor de un millar de trulli se agrupan en el distrito de Rione Monti, el barrio más grande de Alberobello, en el que se descubre el trullo Siamés, dos conos fusionados con dos entradas en dos calles diferentes que tienen detrás una leyenda de amor y odio entre dos hermanos. En el más pequeño del centro histórico, el de Rione Aia Piccola, los 400 que reúne tienen uso residencial, aunque algunos tienen abiertas sus puertas a los curiosos que pueden entrar a ver el interior a cambio de la voluntad.

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Por la popular scalinata dell’Amore, en cuyos escalones se puede leer la letra de la canción de amor I Trulli di Alberobello, cantada en el festival de San Remo en 1958, se accede al mejor mirador del barrio de Rione Monte y de la localidad: el Belvedere Santa Lucia. Al atardecer, ver todos los trulli de un vistazo resulta espectacular.

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Hay trulli convertidos en museos, en bares, en restaurantes y en tiendas de recuerdos y talleres de artesanía local, como los que se suceden a lo largo de via Monte San Michele, que sube a la colina en la que se encuentra la curiosa iglesia de San Antonio da Padova, que, por supuesto, es la única iglesia-trullo del mundo.

Y entre paseo y paseo por el centro histórico de Alberobello, hay que hacer una pausa y saborear las especialidades gastronómicas locales, empezando por la pasta orecchiette de Apulia acompañada de grelos y anchoas, las bombitas de carne típicas del valle de Itria y probar el barattiere, frutas de verano crujientes que aportarán frescura inmediata al paladar.