AMBERES
Junto a Brujas y Gante, Amberes forma parte del triángulo de ciudades que se suelen visitar en una escapada a Bélgica, porque están bien comunicadas en tren. La segunda más poblada del país es también uno de los puertos más importantes de Europa gracias al río Escalda y mundialmente famosa por su producción de diamantes. Tomando como punto de partida la Grote Markt (plaza mayor) se van descubriendo sus edificios, desde la impresionante estación de tren (una de las más bellas del mundo) a la catedral de Nuestra Señora, la fortaleza medieval Het Steen y la calle principal del barrio de Zurgenborg. Nadie se pierde una visita a la casa museo de Rubens.
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NAMUR
La capital de Valonia es una gran desconocida. Y no debería serlo, por donde está, entre los ríos Sambre y Mosa, por su descomunal ciudadela –un pulmón verde de ocho hectáreas y kilómetros de túneles–, su elegante castillo convertido en hotel, las maisons del barrio Henri Lemaître, la abadía barroca de Floreffe y su premiada cerveza.
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BRUJAS
Es pequeña, abarcable y una de las urbes medievales mejor conservadas de Europa. Cuenta con un centro histórico declarado Patrimonio de la Humanidad y resulta perfecta para recorrer a pie y dar algún paseo en lancha por sus bellos canales, actividad que le ha valido el nombre de la Venecia del norte. Así es fácil entender porque es la ciudad más visitada de Bélgica. Calles de adoquines, arcos de ladrillo, iglesias de piedra…, la ciudad rebosa encanto en cada rincón.
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BRUSELAS
La capital de Bélgica y de Europa es un mosaico de culturas y lenguas con muchas facetas por descubrir. Está su Grand Place, “la plaza más bella del mundo”; el barrio Europeo, sede de las principales instituciones de la UE; las Galeries Saint-Hubert, con sus tiendas exclusivas y sus suntuosos cafés, su catedral y la basílica del Sagrado Corazón, y el Manneken Pis, icono de Bruselas. Y también sus otras caras: la gourmet, la verde y la nocturna. Más de una escapada merece esta ciudad.
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DINANT
"La Perla del Mosa" le dicen a esta preciosa ciudad bañada por este río y escoltada por las montañas de las Ardenas que queda a solo a 40 minutos en tren desde Bruselas. Dos son sus iconos monumentales: la antigua ciudadela, a la que se puede acceder salvando más de 400 escalones o a través de un funicular, y la colegiata de Notre-Dame, coronada con su espectacular cúpula en forma de bulbo. Y dos que la definen como ciudad de la buena vida: su cerveza y su gastronomía.
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DURBUY
Enclavada en los meandros del Ourthe, Durbuy no solo es una ciudad encantadora de Bélgica, es también la más pequeña del mundo. Tiene un centro histórico de calles peatonales encantador –sobre todo la empedrada Daufresne de la Chevalerie–, antiguas murallas y una naturaleza extraordinaria le confieren un encanto romántico indiscutible. Al que también se suman el parque de Les Topiaires y la original formación rocosa del peñasco del anticlinal de Homalius.
Las ciudades más pequeñas del mundo (por unas cosas o por otras)
GANTE
Los hermanos Van Eyck dejaron a Gante una obra mundialmente famosa que nadie se pierde cuando pasa ella: la Adoración del Cordero Místico en la catedral. Pero la ciudad que en el siglo XVI llegó a ser la más grande de Europa tiene muchos otros atractivos, desde sus edificios gremiales reflejados en el agua a la fortaleza de los Condes, su colección de museos o los innumerables restaurantes del barrio del Patershol, su animada vida universitaria y sus campanarios, que son numerosos e invitan a mirar hacia arriba.
LOVAINA
Subido en una bicicleta, como se mueven los universitarios se tiene que descubrir esta ciudad y su bonita calle Mechelsestraat, donde abren un buen número de tiendas y cafés con agradables terrazas. Ante la vista también pasarán sus viejos edificios medievales, sus abadías y el barrio del Beaterio, Patrimonio de la Humanidad.
MALINAS
Entre Amberes y Lovaina, a solo 10 minutos en tren desde el aeropuerto de Bruselas, Malinas es otra de las grandes desconocidas de Bélgica y, sin embargo, llena de atractivos, empezando por sus monumentos Patrimonio de la Humanidad. Descubrirla es contemplar sus fachadas de la calle Haverwerf, que datan del siglo XVI, subir a lo alto de la torre de Rumbold, montar en barca al atardecer por el río Dijle, que cruza el casco histórico, entrar en el palacio de Margarita de Austria, que fue el primer edificio renacentista de los Países Bajos, sentarse en una terraza en Grote Markt e impregnarse del espíritu joven de esta ciudad belga.