La costa que une Cassis con Marsella forma uno de los paisajes naturales más escarpados y abruptos del Mediterráneo. Un espectacular y sinuoso tramo de apenas 20 kilómetros que transcurre entre una sucesión de blancos acantilados calcáreos que se precipitan a plomo sobre el mar azul, constrastando poderosamente con el turquesa de unas aguas que llevan años batiéndose contra la roca. Este paisaje protegido, conocido como el Parque Nacional de las Calanques (calanques-parcnational.fr), da lugar a pequeñas y atractivas calas para el baño que se visitan mejor antes de que comience la temporada alta.
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Numerosos senderos conducen hasta lo más alto de las calanques, pero algunas son de tan difícil acceso que la mejor manera de admirarlas es subirse a uno de los barcos que realizan excursiones por esta zona del litoral francés y disfrutar de este privilegiado espacio de excepcional biodiversidad, en el que habitan más de 80 especies diferentes de pájaros, como el águila perdicera, reptiles, numerosas especies vegetales y otras marinas entre las que, además de peces y alejándonos un poco más de la costa, podemos llegar a encontrar delfines y la ballena rorcual.
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El itinerario comienza en Cassis, uno de los pocos puertos pesqueros de la Costa Azul que se las ha arreglado para mantener el mismo encanto original que en su día cautivó la imaginación de artistas como Signac o Derain. Dominado por el impresionante castillo de los Condes de les Baux, de época romana, este pueblo atrapa por lo colorista de sus casas y sus barcos, por su paisaje de viñedos, su delicioso licor de bayas y por esos estupendos vinos blancos con los que acompañar su rica gastronomía marinera.
Tomando rumbo a Marsella desde Cassis, la primera calanque que aparece es Port Miou, la más larga -se adentra un kilómetro y medio hacia la costa-. Tras dejar atrás sus escarpadas paredes blancas de las que cuelgan jardines y villas de espectacular belleza, se alcanza la de Port Pin, otro delicioso brazo de mar de color esmeralda. En ella encontramos una encantadora playa de arena blanca y aguas cristalinas muy demandada durante el verano. A partir de aquí el salvaje macizo de las Calanques se manifiesta en todo su esplendor.
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Una de las más majestuosas, además de apreciada por los escaladores, es la de En-Vau, cuya pequeña playa de arena blanca y agua cristalina lleva a la Gruta del Diablo, una poderosa cueva esculpida por las olas. No muy lejos se alzan las crestas calcáreas de Castelviel, cuya vista es espectacular desde el mar. A partir de aquí el acantilado se empina cada vez más sobre las aguas hasta alcanzar los 460 metros de la Grande Candelle.
Enseguida aparece ante la vista la vertiginosa calanque de Devenson y el Ojo de Vidrio, una poderosa roca excavada en lo alto de la pared que gracias a sus reflejos calizos se ha convertido en un potente faro natural. Siempre guiados por el perfume natural del bosque de pinos se alcanza la calanque de Sormiou (en la imagen) y, junto a ella, las de Morgiou y les Goudes; las tres habitadas por pescadores marselleses que faenan y duermen en pequeñas cabañas, algunas de las cuales se convierten en improvisados restaurantes donde degustar un buen plato de sardinas. Un acertado pasatiempo antes de llegar al primer puerto marsellés y poner fin a esta excursión por el macizo de Calanques que posee la magia de un entorno preservado y maravilla por su belleza natural y salvaje.
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MEJOR ÉPOCA PARA VISITAR EL PARQUE NACIONAL DE LAS CALANQUES
La primavera y el otoño son las dos mejores épocas para disfrutar del macizo de las Calanques sin el agobio del turismo de masas, y son ideales también para la práctica del buceo y la escalada. En verano el puerto de Cassis puede aumentar considerablemente su población, pero aún repleto es un lugar encantador; y las playas, perfectas para el descanso.
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