Imagina un lugar lejos de casa que se sienta como un hogar; un enclave donde los límites estén dibujados por las doradas orillas del mar. Así arranca la carta que me da la bienvenida al Galileo, el precioso velero de 48 metros de eslora y solo 24 camarotes en el que recorreremos, durante una semana, los rincones más recónditos de las legendarias islas Cícladas. Un navío de madera que destila aires señoriales y traslada a épocas pasadas atracado en el pequeño puerto ateniense de Marina Zea y, rodeado de yates y barcos de lujo, espera a que todo esté a punto para zarpar. Suavemente, el velero comienza a moverse dejándose mecer por las olas. La costa queda entonces atrás y da inicio una singladura con la que llevo fantaseando mucho tiempo.
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¿Quién no querría viajar en un crucero que le lleve a descubrir la Grecia de rincones insospechados, desconocidos edenes y lugares retirados de la masificación? La bandera de Grecia ondea en la popa mientras Valeria, camarera del bar en cubierta, se afana en preparar un delicioso cóctel. Unos minutos que son tiempo suficiente para aprenderse mi nombre, mi origen y mis gustos. El lujo, no cabe duda, se halla en pequeños detalles como este. No tardan los aromas en emanar de la cocina anticipando el festín que está por llegar. El horizonte se incendia a lo lejos con los colores del atardecer justo cuando da comienzo la primera cena del viaje. Un sinfín de sabores desfilan por las mesas del comedor y animan a brindar con los vecinos de camarote: americanos, canadienses, australianos...
Recogida, tranquila y apacible es Chora, la capital de la Isla de Folegandros
Al llegar a la isla de Poros, un paseo nocturno por el puerto reta a subir hasta la torre del reloj, en la cima de una colina, y admirar las vistas a la luz de la luna. Solo unas horas más tarde, la isla de Poliegos, deshabitada desde hace décadas, pero hogar de cabras y serpientes, da los buenos días con sus aguas de azules imposibles, las mismas que salen en las infinitas postales y folletos turísticos del país.
El primer chapuzón sucede en una de sus calas, perfecta para animarse con el snorkel. Si existe el paraíso, probablemente se parezca a esto. Pero los atraques continúan, como lo hacen también las horas en cubierta disfrutando del simple placer de tomar el sol, embriagarse de la brisa marina y contemplar el horizonte, un Mediterráneo infinito moteado de pequeños edenes para inspeccionar.Así se alcanza Folegandros, donde el turismo de masas brilla por su ausencia. Caminar por las recogidas, tranquilas y apacibles calles de Chora, su capital, supone tener como anfitriones a los gatos más amistosos de las Cícladas, que guían en el paseo por las entrañas del antiguo castillo, hoy refugio de un puñado de casas. Ropa tendida, buganvillas y, como colofón, una encantadora plazuela conquistada por las mesas de una taberna local. Toca saborear entonces las recetas de la Grecia más tradicional.
Santorini cuenta con su propia Pompeya: el yacimiento de Akrotiri, el pueblo sepultado por la erupción de un volcán
Tras irnos a dormir con la imagen de lo idílico, el escenario al despertar es bien distinto. Santorini, con su caos y sus multitudes, da un baño de realidad. Fondeados frente a la isla, una zódiac acerca hasta los pies de Fira para subir en funicular y comenzar una excursión que lleva a Oia, con sus cúpulas azules y su belleza incuestionable, con sus influencers en acción y sus miradores a la caldera del volcán. O dar un salto al yacimiento de Akrotiri, porque esta isla cuenta también con su propia Pompeya.
De vuelta al barco, espera una fiesta íntima en cubierta en la que, entre risas, aprendo los pasos del sirtaki, la danza tradicional griega. La iluminada Fira vigila de fondo. Uno de los placeres que brinda un viaje en velero de este tipo es poder disfrutar de los amaneceres más espectaculares. En la madrugada, la mar ha querido mostrar que, cuando quiere, también sabe ser brava, lo que anima a ver salir el sol desde cubierta y en absoluta soledad. La misma soledad que acompaña durante los baños en las próximas islas: el binomio de Paros y Antiparos, que, en el mes de octubre, ya fuera de temporada, se antojan destinos excepcionales para olvidarse del mundo, rebosantes de coquetos enclaves donde entregarse a chapuzones eternos.
Lo mismo ocurre en una cala semioculta junto a la sagrada Delos. Los geógrafos bautizaron a las Cícladas con ese nombre al ver que formaban un círculo en torno a ella. Deshabitada desde tiempos inmemoriales, recorrer las ruinas donde nacieron los dioses Apolo y Artemisa supone dejarse abrazar por los ecos de la Antigüedad. Y de nuevo el goce de la improvisación en una aventura que se escribe día a día. El viento impulsa las aguas que llevan hasta Mykonos para reencontrarnos con la popularidad hecha isla. Unas fotos por allí, una cenita por allá, y vuelta al barco para dormir en mi camarote, donde me empiezo a sentir –ya lo advertían– como en casa.
El goce de la improvisación marca esta aventura que se escribe día a día
La recta final del viaje sorprende con otro tesoro: Syros, una ciudad señorial con edificios que son la perfecta combinación entre neoclasicismo y esencia veneciana. Perderse por las callejuelas de su zona más alta, Ano Syros, es quizás uno de los recuerdos más memorables, aunque el aprendizaje llega de mano de la historia. Habitada por cristianos y ortodoxos, la pacífica convivencia entre ambas religiones lleva siglos siendo ejemplar. Con la emoción a flor de piel y la memoria del móvil rebosante de imágenes, Galileo pone rumbo a Atenas para culminar un viaje sin igual. Me despido elevando una copa de vino al aire y prometiendo, con el corazón en la mano, que regresaré muy pronto a este rincón del mundo donde la belleza alcanza cotas sublimes. Donde se condensa la magia del Mediterráneo. Un pedacito de paraíso que es ya mi hogar.
El apunte experto
- Hacer la visita guiada al yacimiento arqueológico de Delos, Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, supone descubrir su fascinante historia entre ruinas y más de mil gatos.
- El laberinto de callejuelas de Ano Syros es un lugar para perderse repleto de hermosos rincones.
- En lo más alto de Chora, la capital de Folegandros, la iglesia de la Virgen María regala los mejores atardeceres.
- Tomar un café en los jardines del cine de verano de Mykonos permite huir de las multitudes en un oasis en pleno bullicio.
- La fascinante vida marina de las playas de Paros se descubre haciendo snorkel.
Guía de viaje
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