Le llaman el Obama cubano por su gran parecido con el expresidente estadounidense. Y lo cierto es que, según lo cuenta apostado frente a una flota de vehículos clásicos a los pies del icónico Capitolio, cualquiera podría confundirlo. Nelson conduce un Cadillac descapotable del 58 de color rosa chicle (el más demandado por los turistas) con el que ofrece, como él mismo define, “paseos para despeinarse por La Habana”. Recorridos que recalan en los grandes clásicos (“ya tu sabes, el Malecón, el casco viejo, la plaza de la Revolución…”, explica), pero también en rincones que solo conocen los habaneros. Como la Isla Josefina, un paisaje natural a orillas del río Almendares, tapizado de vegetación tropical. Allí, en un chiringuito de madera escondido entre helechos gigantescos, se sirve, asegura Nelson, “la mejor piña colada del mundo”.
La Habana tiene esta capacidad de sorpresa. Justo cuando uno cree conocerla a fondo, la ciudad asalta con un nuevo rostro sin perder por ello su encanto de otro tiempo. Es así como, de pronto, entre tanta fachada decadente, la ciudad sorprende con una faceta chic. Al hilo del tímido impulso de los negocios particulares, una incipiente hornada de bares, restaurantes, tiendas y galerías de arte confirma que soplan nuevos vientos. “El arte está alzando su voz en la capital cubana”, cuenta Jorge Oliva desde su taller en la misma plaza de la Catedral, donde desarrolla un peculiar trabajo de filigrana que consiste en elaborar piezas con finos hilos de cobre y plata. Una destreza que inició ideando figuras con desechos de líneas telefónicas y que le ha reportado incontables galardones, incluido el Premio de la Unesco a la Creatividad. Este ingenio también lo comparten las chicas que lideran Dador, marca de moda local con prendas de edición limitada. Las realizan a mano, con tejidos naturales, desde un concept store de La Habana Vieja.
La UNESCO ha distinguido al artista de la filigrana Jorge Oliva con el premio a la creatividad
Aunque nada como la Fábrica de Arte Cubano (FAC) para constatar ese despegue de talento. Esta antigua industria de aceite de cacahuete es hoy un laboratorio de creación contemporánea. Un espacio espectacular que alterna naves industriales con bares y terrazas, en el que lo mismo se puede asistir a un concierto de rock que contemplar una exposición de fotografía o participar en una clase multitudinaria de salsa.
La Habana chic es también la que ha dado una vuelta de tuerca a la cocina criolla para dibujar una escena culinaria en la que hay mucho más que ropa vieja y arroz con frijoles. Una gastronomía forjada a base de agudizar el ingenio (y lidiar con las restricciones de ingredientes), que llega con toques vanguardistas en locales que destacan por su colorida decoración. Es el caso de El Chanchullero, con platos tan contundentes como económicos, y de El Cocinero, en una terraza presidida por la enorme chimenea de la Fábrica de Arte Cubano. Aquí el ambiente es el propio de cualquier ciudad europea, tal y como ocurre en El del Frente, otro restaurante que sigue la tendencia de instalarse sobre las azoteas e incluir música jazz en vivo. Entre sus especialidades destacan los deliciosos tacos de langosta.
De pronto, entre tanta fachada decadente, la ciudad sorprende con una faceta chic
La Habana vibra desde por la mañana (para un desayuno excelente, El Café, siempre atestado) hasta la noche, cuando la ciudad se desmelena en incontables salas de baile. La más insólita: Ley Seca, un speakeasy al que se accede por una puerta que simula una librería y donde los camareros lucen una estética Peaky Blinders . Es el símbolo de una modernidad que está llamando a las puertas.
El apunte experto
- Un paseo en un coche clásico de los años 50 escuchando a Omara Portuondo.
- Cumplir el ritual de Hemingway con “un mojito en La Bodeguita y un daiquiri en El Floridita”. Dicen que da buena suerte.
- Regalarse un remanso de paz con un café en los jardines del hotel Nacional con el mar de fondo.
- Asistir a un mítico atardecer en el Malecón .
- Soltar las caderas sin complejos en La Casa de la Música.
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