Es un formato efímero, pues solo funciona unos meses al año, pero en el concello de Redondela, en Bueu o el Morrazo la tradición de ir de furanchos viene de lejos, de hace ya más de 300 años, cuando en las casas sobraba vino y se invitaba a los vecinos a tomar una cunca antes de ponerse a trabajar en la siguiente cosecha. Ha pasado el tiempo y esta tradición tiene cada vez más adeptos. La fórmula es sencilla, de lo que se trata es de disfrutar en el campo del vino de la temporada y de la cocina local en buena compañía.
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Los furanchos no salen en la Michelin ni en otras prestigiosas guías gastronómicas. Tampoco necesitan publicidad, porque se conocen por el boca a boca. Lo mejor para llegar a ellos es preguntar a algún vecino y luego fijarse en los letreros que se colocan en los cruces de los caminos o en las ramas de laurel (loureiro, como se llamaban antiguamente los furanchos) que se cuelgan en las puertas.
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La familia de viticultores propietaria del furancho abre al público una zona de su vivienda –el jardín, el garaje o la pequeña bodega, habitualmente–, para vender, durante un tiempo limitado, el excedente de vino de su cosecha. Un máximo de tres meses seguidos al año, entre el 1 de diciembre y el 31 de julio. Para acompañar los caldos se sirven varias tapas típicas y sencillas de la zona: pimientos, tortilla, empanadas, zorza (picadillo) o alguna otra especialidad del mar, como las xoubas (sardinas) o los chocos. Por normativa, solo se pueden servir un máximo de 5 platos. En esa combinación de vino cosechero, comida casera a precio económico y ambiente familiar reside el éxito de los furanchos.
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En la parroquia de Reboreda, en Redondela, abren sus puertas cada temporada varios furanchos que ya tienen cierto nombre: A Freixa, Adiós Vida, Casanova u O Tarrastal. Xurxo Amoedo Andrés es el propietario de este último, un joven que cree que el campo todavía puede seguir siendo una buena salida laboral, “mi sueño es montar una bodega”, nos cuenta. Su furancho al aire libre ocupa el jardín de la casa de sus padres, en el que dispone las mesas donde se sirven las especialidades de la casa: lomo-chorizo, oreja-zorza, embutidos, tortilla y las empanadas que elaboran su madre y su novia. “Son de bacalao, de xoubas, de pollo y también las hacen dulces, de chocolate y crema”. Platos para acompañar el vino tinto, blanco y rosado que ofrece a sus clientes “sin embotellar, porque solo así se permite”.
O Tarrastal abrirá esta temporada del 16 de mayo al 31 de julio, de jueves a domingos y festivos, en horario de tarde, de 19,30 a 12 de la noche. Los precios son populares, una jarra de vino sale por unos 7 € el litro, y las tapas entre 5 y 9, "por lo que puedes cenar por 8 o 9 € por persona”. Xurxo nos comenta que “empieza a haber una cultura del furancho” que es muy de agradecer, porque pone en valor estos rincones enxebres (tradicionales), donde “uno puede venir con la guitarra o la pandereta y ponerse a tocar o a cantar” para animar la noche.
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También en Redondela está Reboraina (reboraina.com), el furancho de Enrique Fernández-Perán, ubicado en el jardín del pazo familiar. Nos cuenta que "cada furancho tiene alguna especialidad, en nuestro caso: tortilla de patatas gallegas, empanada de maíz, tablas de embutidos, zorza y chorizos asados, para acompañar nuestro Albariño. Solo servimos vino propio y agua. Cuando se acaba, hay que cerrar, porque está prohibido comprar el de otros viticultores". Hay que tener en cuenta que los excedentes no son muy grandes, están entre los 1000 y 2000 litros de vino.
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“Antiguamente, esta tradición era un método de subsistencia para los viticultores, que abrían sus casas para ofrecen el vino de sus cosechas y la gente traía sus meriendas», continúa. Desde hace un tiempo, la Xunta regula los furanchos, que se solicitan temporada tras temporada, porque muchos de ellos no están registrados y han derivado en otro tipo de negocios de hostelería, como tascas o tabernas. Solo en la zona de Redondela abren sus puertas cada temporada en torno a una veintena de estos ‘bares estacionales’, un número parecido a los de la península del Morrazo”.
El pueblo de Cobas, en Meaño, está considerada la milla de oro por los que buscan furanchos, pues cuenta con un buen número de estos espacios: A de Juan, O Furancho Ángel, O Lar do Outeiro… También muy solicitados son los A Zapateira, en Mos, y Casa Martínez, en Vilaboa. Y veterano, el de Palmera, en Miñán, donde Perfecto Pesqueira y su mujer, Rosa Pazos, llevan 35 años sirviendo el excedente de su vino a todo aquel que pase por Marín. Algunos ya han abierto por temporada y merece la pena probar la experiencia.
RECOMENDACIONES PARA PRIMERIZOS:
- En un furancho solo se bebe vino. No es un bar, por tanto, no vas a encontrar otro tipo de bebidas, salvo agua. Y si se ofrece aguardiente, se elabora en la propia casa.
- Los mismos propietarios son los encargados del servicio del furancho, que abren en su vivienda, garaje o jardín.
- En algunos furanchos solo sirven un pincho con el vino, no disponen de tapas para compartir.
- No pidas la carta o el menú cuando visites un furancho, solo pueden ofrecer un máximo de cinco platos diferentes, lo que hay es lo que hay.
- Que no te extrañe, pero en los furanchos se habla alto, incluso se permite tocar y cantar.
- No es habitual, pero si en algún sitio se sirve café, el que se toma es de pota, no de máquina.