En ocasiones no hacen falta grandes excesos ni lujos exagerados para encontrar la plenitud. La esencia de la vida, lo que colma el alma de felicidad y belleza, lo conforman los momentos más simples, los detalles más sencillos. Recorrer a paso lento sobre un elegante caballo los paisajes de la Sierra Morena sevillana supone, no cabe duda, uno de ellos.
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Es esta afirmación la que acapara mis pensamientos mientras, sentada en una silla de enea y con una copa de vino en la mano, observo cómo el atardecer llega para abrazar el campo hispalense. Me encuentro a las afueras de Cazalla de la Sierra, ese pequeño pueblo de enrevesadas callejuelas blancas que un día se convirtió en capital del reino. Corría el verano de 1730 cuando Felipe V de Borbón e Isabel de Farnesio, junto a un séquito de 1600 personas, hacían de este enclave sevillano su lugar de retiro estival.
Sierra Morena está catalogada como la reserva y el destino turístico starlight más grande del mundo
En este rincón de la campiña, aquellos aires majestuosos marcados por edificios señoriales quedan lejanos en tiempo y espacio, pero en su lugar encuentro cobijo entre los muros de un cortijo del siglo xvi, el de Taramona, con una parte en ruinas. Un aperitivo a la luz de las velas nos espera, a mí y a los otros cuatro compañeros, en esta aventura junto al antiguo horno. Tras los muros encalados de la parte nueva, en coquetas habitaciones y a solo un puñado de metros de donde descansan los caballos con los que mañana arrancaremos nuestra ruta, dormiremos hoy.
Este encantador proyecto es el sueño cumplido de George Scott, nuestro anfitrión. Un británico nacido en Triana (¿o es tal vez un trianero de corazón británico?) que, desde el año 2018, regenta una empresa de rutas a caballo muy especiales por la sierra hispalense. Fue trabajando en la gestión de un hotel en Rajastán, en la India, cuando decidió apostar por regresar a la tierra que le vio nacer, la que sus padres, ingleses, escogieron en los años 70 para formar una familia. Desde aquí ofrece a quienes sienten cierta sensibilidad por lo auténtico esta experiencia de varios días que combina las tradiciones más arraigadas con el contacto con la naturaleza , agradables conversaciones y deliciosa comida local.
El punto de partida a la particular gesta es un desayuno en el que no faltan ni el aceite de oliva ni los quesos locales. Ricas viandas que nos dan energía antes de que nos asignen nuestros caballos: Taranto, un jovenzuelo de aspecto enérgico y manso, será el encargado de llevarme por los caminos públicos más desconocidos. Senderos, vías pecuarias y cordeles que el propio George se ha encargado de gestionar. El gran manojo de llaves en su bolsillo es la prueba de los años de arduo trabajo hasta conseguir ganarse la confianza de agricultores y ganaderos para dejarle atravesar sus tierras cada día.
Bajo un cielo limpio transcurren horas en las que se suceden dehesas que dan paso a olivares, viñedos, almendros o castaños. También cortijos en ruinas que salpican el paisaje, siluetas en blanco tras las que se intuyen las líneas onduladas de la sierra. Una bota de vino ameniza las paradas en las que, al cobijo de cualquier encina, nuestro cicerone desvela curiosidades sobre estos rincones que formaron parte de su infancia.
Felipe V de Borbón e Isabel de Farnesio pasaron uno de sus veranos en este enclave sevillano
Como por arte de magia, el pantano del Pintado asoma espectacular. El equipo de George se ha encargado de organizar un almuerzo campestre con recetas como el ajoblanco o la tortilla de patatas. Tras el festín, rematado con una merecida siesta a la sombra, continúa el camino en compañía de una piara de cerdos ibéricos. De vuelta a Taramona, en el singular guadarnés, de los rincones más especiales del cortijo, sorprende una cena de aires románticos. Una noche que acaba con George poniendo la banda sonora a la velada desde el piano del salón.
La segunda jornada se inicia cuando el sol brilla ya fuerte en el cielo. Un día en el que las sendas pedregosas nos guían entre la más densa vegetación. Hemos logrado escapar del estrés , de la tecnología, de la vida rápida y frenética, para dejar paso a la conexión con el entorno, con el paisaje y con nosotros mismos. También, claro, con los compañeros de viaje, desconocidos que, a estas alturas, se han convertido en amigos. El Parque Natural de Sierra Morena nos pone en el camino el río Huéznar, que sorteamos en varias ocasiones. De repente, el caballo se gira, parece intuir un jabalí en la lejanía.
La conexión con el entorno, con el paisaje y con nosotros mismos está detrás de estas rutas por la naturaleza
Más charlas, más silencios, más reflexiones..., y un atardecer multicolor que estalla justo cuando arribamos a la Finca San José, donde varias jaimas rajastanís entre olivos centenarios nos acogerán en nuestra última noche. Refugios de esencia campestre a los que no les falta un detalle, pero sin luz ni agua corriente, para apreciar lo especial de la sencillez y concluir que, para disfrutar, no hace falta nada más. Envueltos en un poncho que nos protege del frío, cenamos las delicias de Josué, el chef, bajo un candelabro suspendido de un árbol y a la luz de las velas. Después, el crepitar de la hoguera, en torno a la que hay dispuestas varias sillas, hace de canto de sirenas y pone el broche de oro a la experiencia. Alrededor, todo es oscuridad. El todo y la nada fundidos en uno. Es esta, bien lo sabemos, la verdadera felicidad.
El apunte experto
››El casco histórico de Cazalla de la Sierra sorprende por sus edificios señoriales, iglesias y conventos.
››Para conocer la historia de los anisados tradicionales de Cazalla hay que visitar alguna de sus destilerías.
››Al anochecer, contemplar las estrellas y reconocer las galaxias, pues Sierra Morena está catalogada como Reserva y Destino Starlight.
››Hacer acopio de productos de la Sierra Norte, como sus ibéricos y quesos artesanos.
››Una visita a la bodega Colonias de Galeón (coloniasdegaleon.com) para catar sus vinos.
Guía de viaje
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