Bañándose en la playa, bailando en las fiestas locales o en bicicleta por los prados. Así han transcurrido siempre los veranos de las hermanas Pombo en Cantabria, y así siguen siendo, porque nunca se han desvinculado de esta tierra. “No hay sitio en el que sea más feliz que en la tierruca», dice María, y por ello eligió este lugar para casarse con Pablo Castellano, lo hizo en la colegiata de Castañeda, después de que el empresario se declarara en los acantilados de Langre con un impresionante anillo. Su hermana Marta lo corrobora: "La luz de esta tierra es especial".
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«Cantabria es mi sitio de felicidad absoluta, donde siento paz, desconexión, es mi paraíso», ha dicho María. La familia Pombo es feliz en ese rincón de la costa cántabra que es Ribamontán al Mar, un municipio que se asoma a la bahía de Santander, al que se escapan siempre que pueden, y en el que está su “sueño en construcción”, que no es otro que el proyecto de varias viviendas que están levantando en un terreno de Galizano. Casa Vasa es el nombre del hogar de la influencer y, a falta de remates, sus seguidores ya han podido ver la evolución de las obras en Instagram y en el documental Pombo –esta semana estrena su segunda temporada–, que próximamente será una realidad. Para ellos, este enclave cántabro tiene un vínculo sentimental, pero descubramos todos sus atractivos:
LOS ACANTILADOS DE LANGRE
Fue en Langre donde Pablo Castellano pidió matrimonio a María Pombo, un enclave no puede ser más espectacular. Desde la meseta verde donde pastan las vacas da vértigo asomarse al acantilado cortado a cuchillo que protege la playa. Y es normal, porque son 25 metros de altura los que tiene el semicírculo de paredes verticales que protege el arenal de Langre. Desde el mirador panorámico situado sobre el puntal rocoso que la divide en dos se contempla una inmensa franja de la Costa Trasmiera que se extiende entre Somo y Santoña. Alrededor, un entorno rural salpicado de casonas montañesas. Y abajo, tras descender por una empinada escalera de madera, la playa solitaria. Porque la de Langre es más para ver o hacer surf que para bañarse.
SOMO, LA PLAYA DE LOS SURFISTAS
Los que buscan la tranquilidad de la playa y quieren alejarse del bullicio de las urbanas de Santander cogen el barco que cruza la bahía y en 15 minutos plantan la toalla en la arena de Somo, la preferida de los surfistas, la primera reserva natural de surf en España. La larguísima lengua de arena fina y dorada de 7 kilómetros de longitud, si se incluyen las contiguas playas de El Puntal y Loredo –famosa por el Derby que se celebra en su arena desde hace 60 años–, está rodeada de agua por todas partes menos por la que le une a tierra. A sus espaldas, una zona de dunas y, enfrente, la estampa más regia de la capital cántabra.
Para los que se atreven con el surf, son numerosas las escuelas que abren en Ribamontán al Mar: en Galizano está Laola (escueladesurflaola.com); en Langre, Langre Beach (langre-beach.surf); en Loredo, Loredo Surf School (loredosurfschool.eu), y en Somo, la Escuela Cántabra de Surf (escuelacantabradesurf.com), la decana de las escuelas españolas.
EN BARCO POR LA BAHÍA
En El Puntal de Somo se toman los barquitos de Los Reginas (losreginas.com) que, en una breve travesía, dejan en el céntrico Paseo de Pereda de Santander, desde donde es posible empezar a descubrir la capital cántabra: el Centro de Arte Botín, el puerto pesquero, la catedral, la península de la Magdalena con su palacio que fue residencia de la realeza, las playas del Sardinero o los acantilados rocosos entre el cabo Menor y cabo Mayor.
LA RUTA DE LOS ACANTILADOS
Del aparcamiento de la playa de Loredo parte esta ruta que se extiende a lo largo de 6 kilómetros y tiene como meta, después de dejar atrás la de Arenillas, la de La Canal de Galizano, una gran piscina en pleamar donde desemboca el arroyo Herrera. Sin apenas dificultad, lo mejor de la ruta es ver cómo se despliega toda la belleza del paisaje agreste y el bravío mar Cantábrico batiéndose contra los acantilados. A partir del peñasco de Santa Marina, la mayor de las islas del Cantábrico y a la que no se puede acceder, y hasta la bahía de Santander, comienza una larguísima lengua de arena.
Desde Galizano también se puede llegar hasta la cueva de Cucabrera para disfrutar de las vistas, que, en días despejados, alcanzan hasta Santander. En el mismo borde del acantilado, un sendero desciende hasta el borde del mar.
ENTRE PINOS POR EL MONTE DE ARNA
Muy cerca de la playa de Somo se encuentra el pinar de Arna que forma parte del Anillo Verde de la bahía de Santander y que el mismo Alfonso XIII mandó que repoblaran con el fin de mejorar la vista desde la ciudad, pues el entorno carecía de árboles. Perfumada del olor de los pinos, la ruta, de 3 kilómetros, avanza sobre dunas y en paralelo al mar mientras se contempla una preciosa vista de las playas de Somo y Loredo, y también se ven acebos, encinas, laureles, jaras o espinos.
Otro sitio que merece la pena visitar en las proximidades es el santuario de Nuestra Señora de Latas. Cuentan que hace siglos, un temporal del Cantábrico cubrió de arena este templo a medio camino entre Somo y Loredo y solo se veía su torre. Muy cerca de la playa, el que es uno de los centros religiosos más antiguos de Cantabria fue levantado en el siglo XVI sobre los restos de un antiguo monasterio del VIII y es la obra más importante del municipio.
POSADAS Y CASONAS
No son el 'sueño' de la familia Pombo, pero Ribamontán al Mar cuenta con un buen puñado de alojamientos donde uno se siente como en casa. Íntimas y especiales son las villas y suites de La Posada de Somo (laposadadesomo.com), íntimas y especiales, a 300 metros de la playa. Y agradables, los apartamentos Playa Galizano (apartamentosgalizano.com), en una típica casona rural. Pero si hay un lugar que derrocha encanto en el entorno es Torre de Galizano (hoteltorredegalizano.com), en la localidad homónima, que ocupa una antigua casa de indianos de 1872 y sus propietarios, los hermanos Marañón, han convertido en un hotel gastronómico, donde el producto kilómetro 0 es protagonista de su restaurante.