Una semana después del fallecimiento de Víctor Manuel de Saboya en la ciudad suiza de Ginebra, el príncipe de Nápoles e hijo del último rey de Italia será despedido por familiares y amigos en la basílica de Superga, un templo en las cercanías de Turín que mandó construir uno de sus antecesores, y en el que descansan los restos de otros muchos royals. Previamente, en otro edificio vinculado a los Saboya, el castillo de Venaria, estará instalada la capilla ardiente para todos a aquellos que quieran darle su último adiós.
Turín, la capital del Piamonte, fue durante siglos corazón del Reino de Saboya y los espléndidos palacios, castillos, pabellones de caza y residencias que la familia del apodado ‘príncipe eterno’ mandó levantar en la ciudad y sus alrededores entre los siglos XVII y XVIII invitan a viajar en el tiempo. Son un conjunto de 22 edificios desde los que ejercían su poder o en los que pasaban su tiempo de ocio, que la Unesco ha incluido en su lista del Patrimonio Mundial, y de los que te descubrimos los más representativos:
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PALACIO REAL
En la grandiosa piazza del Castello, el corazón de la ciudad y donde convergen las grandes arterias de Turín, se levanta el gran símbolo del poder de los Saboya. Tras su sobria fachada, estancias profusamente decoradas con tapices, frescos y todo tipo de lujos, como el salón del trono y los apartamentos del príncipe de Piamonte y del duque de Aosta. La entrada al palacio está flanqueada por las estatuas de los dioses romanos Cástor y Pólux y en una de sus alas se encuentra la Armería Real. En la misma plaza está el templo de la lírica turinesa, el Teatro Regio, y la Real iglesia de San Lorenzo, donde se exhibe una copia sobre tela de la Sábana Santa.
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PALACIO MADAMA
A Cristina de Francia, regente de Carlos Manuel II, está dedicado este palacio en el centro de la piazza del Castello, que llegó a ser sede del primer Senado del Estado Unificado italiano. Merece la pena cruzar las puertas del edificio de piedra blanca no solo por admirar las colecciones del Museo Cívico de Arte Antiguo que acoge, también por el placer de subir y bajar la ostentosa y amplia escalera marmórea que creó Filippo Juvarra para que las amplias faldas de las damas del XVIII se exhibieran en toda su redondez.
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CASTILLO DEL VALENTINO
A orillas del Po y en medio de uno de los parques más antiguos de Turín, el del Valentino es uno de los castillos tardomedievales más bellos de Italia. Lo compró Emanuele Filiberto de Saboya en 1564 y alcanzó su esplendor en el siglo XVII con Cristina de Francia, quien lo transformó en un castillo según el modelo francés. Después de ser residencia de la corte albergó varias escuelas y organismos y la Exposición Universal en 1911 y actualmente facultad de Arquitectura de la Universidad Politécnica de Turín. Con cita previa se pueden visitar sus salas con columnas y frescos.
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PALACIO CARIGNANO
Las formas curvilíneas de su fachada de ladrillo distinguen a este original edificio barroco piamontés que Emanuele Filiberto de Saboya-Carignano encargó a Guarino Guarini, su arquitecto de cabecera, para representar la grandeza de su estirpe. El palacio en el que nacieron Carlo Alberto y su hijo Vittorio Emanuele II hoy acoge los aposentos de los príncipes de Carignano, mientras que las salas de la planta noble son la sede del Museo Nacional del Risorgimiento italiano.
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VILLA DELLA REGINA
Sobre una colina a dos pasos del centro de Turín se levanta esta residencia con jardines a la italiana con juegos de aguas y áreas agrícolas que nació como una viña de corte para el cardenal Maurizio de Saboya, quien abandonó la púrpura catedralicia para casarse con su sobrina Ludovica Cristina. La que fuera residencia predilecta de duquesas, princesas y reinas de la Casa de Saboya, fue un centro docente posteriormente y ahora es un museo nacional que contiene ricos frescos y pinturas, muebles antiguos y un viñedo en producción.
PALACIO VENARE
El Versalles italiano llaman a este antiguo pabellón de caza construido a 10 kilómetros de Turín por el frívolo duque de Saboya Carlos Manuel II, lo que da pistas de que es la más grande de las residencias saboyanas. En taxi o en el autobús 11 se llega al imponente complejo para pasear por sus maravillosos jardines con fuentes escenográficas, visitar la iglesia dedicada a San Uberto, patrón de los cazadores, admirar la Galería Grande y las caballerizas, obras maestras del arquitecto Filippo Juvarra y descubrir en sus majestuosas salas una amplísima colección de pinturas, estatuas, estucos y obras de arte contemporáneas realizadas por grandes artistas.
CASTILLO DE RIVOLI
Para conocer otra de las residencias de los Saboya en la lista del Patrimonio de la Unesco hay que conducir 15 kilómetros desde Turín hasta Rivoli, a la entrada del valle de Susa, donde se encuentra este antiguo fuerte militar del siglo XI que pasó a manos de la Casa Real italiana dos siglos después. Fue el primer lugar donde se veneró públicamente la Sábana Santa y, desde 1984, es sede del Museo de Arte Contemporáneo y acoge obras de grandes maestros como Picasso, Warhol, Klee o Kandinsky.
CASTILLO DUCAL DE AGLIÈ
Un magnífico parque de estilo francés con una monumental fuente de agua rodea esta magnífica construcción levantada sobre los restos de un antiguo castillo que fue la casa favorita del Carlos Félix de Cerdeña, duque de Saboya, y de su esposa Maria Cristina de Borbón-Napóles, además de residencia de veraneo de los Duques de Saboya-Génova y hogar de infancia de la reina Margarita Teresa. Es imposible resistirse al encanto de sus 300 salas y galerías que exponen una increíble colección de arte que abarca desde restos arqueológicos hasta objetos orientales.
CASTILLO REAL DE RACCONIGI
Mucho antes de que los Saboya lo convirtieran en una de sus residencias comienza la historia milenaria de esta imponente construcción que Victor Manuel III convirtió en su lugar de vacaciones y vio nacer a su hijo, Humberto II, último rey de Italia. Sus jardines, obra del paisajista Xavier Kurten, son un primor, con senderos, un lago con una pequeña isla, puentes, ruinas, una gruta y diferentes edificios entre los que pasear después de admirar en su interior una magnífica colección de retratos.