Por Sangüesa pasan dos ríos: uno de agua y otro de peregrinos. El primero es el Aragón, un río famoso por sus crecidas, que ha inundado la ciudad seis veces: en 1330, 1430, 1582, 1634, 1739 y 1787. La última fue la peor. La noche del 24 al 25 de septiembre de 1787, los árboles arrastrados formaron tal atasco en el puente de Sangüesa que el río enloqueció, saltó las murallas y anegó las calles hasta los dos metros de altura, causando una tragedia. De las 465 casas que había, solo 39 quedaron en pie.
Siendo grande, el Aragón es un arroyuelo comparado con el otro río, el de los peregrinos que pasan y han pasado por esta ciudad navarra a lo largo de su historia. Porque Sangüesa se creó hace 901 años precisamente para eso: para ser parada importante del Camino de Santiago aragonés, el que cruza el Pirineo por el puerto de Somport. Este río, en vez de tragedia, sembró Sangüesa de vida y vistosos edificios. En su día llegó a tener doce hospitales, tres parroquias y cuatro conventos. A pesar de las crecidas del Aragón y de los embates del tiempo –ese río silencioso que puede con todo–, numerosos templos y casas solariegas siguen dando lustre al casco histórico. Por eso dicen, y es verdad, que Sangüesa tiene un monumento en cada calle.
Una prudente decisión adoptada por las autoridades de Sangüesa tras la riada de 1787 fue la de que, en lo sucesivo, todos los primeros pisos de la ciudad se hiciesen de piedra. Eso, más lo que ya era antes de roca, explica los numerosos monumentos que hay. Sobre todos ellos destaca la iglesia de Santa María la Real, obra cumbre del románico. Su portada, abarrotada de figuras (¡más de 300!), cuenta mil historias al peregrino, incluida la leyenda nórdica del héroe Sigurd y el herrero Regin. Hablando de herreros, vale la pena ver trabajar en su forja a Pedro Mancho, creador de muchas de las aldabas y herrajes que se admiran paseando por la ciudad. Su taller se encuentra frente al palacio de Vallesantoro, actual Casa de Cultura, edificio que posee uno de los aleros de madera más espectaculares de Navarra. Otro taller que hay que visitar es Lo que yo hago, donde Elena Carlos hace y vende bolsos únicos pintados a mano. Está frente a Santa María la Real.
Situada a medio camino entre el Pirineo y la Ribera, la comarca de Sangüesa tiene paisajes para todos los gustos: de montaña y de los otros. Al sur, hay un lugar ideal para admirarla de un solo vistazo, Gallipienzo, una villa medieval plantada en lo alto de un cerro que domina el verde valle del ancho río Aragón y, al fondo, manchadas de nieve la mayor parte del año, las cumbres pirenaicas. Cerca, en Cáseda, junto al antiguo camino que unía Tudela con Sangüesa, se levanta la ermita de San Zoilo, magnífico templo del siglo xiv que ofrece también unas soberbias vistas. A los altos arcos góticos de su portada y de su cabecera pentagonal y al firmamento desde el mirador estelar que hay allí instalado. ¿Contaminación lumínica? Cero.
“La foz de Lumbier se recorre cómodamente siguiendo la vía verde del Irati, el trazado de un antiguo ferrocarril”
Al norte de la comarca, subiendo hacia la montaña, se descubren dos famosos espacios naturales: las foces de Lumbier y Arbayún . La primera es un pequeño pero abrupto cañón labrado por el río Irati, afluente del Aragón, en el que anidan 200 parejas de buitres leonados, además de alimoches y quebrantahuesos. Se recorre cómodamente siguiendo la vía verde del Irati, el trazado del antiguo ferrocarril de vía estrecha Pamplona-Sangüesa, que circuló de 1911 a 1955 y fue el primer tren eléctrico de pasajeros de España. Desde el aparcamiento se va a pie o en bici hasta el final de la hoz. Para alcanzar el llamado puente del Diablo hay que trepar por un sendero no apto para niños. La de Arbayún es la reina de las foces de Navarra, con paredes calizas de hasta 300 metros de altura y casi seis kilómetros de extensión. La senda que se acerca desde el alto de Iso lleva dos horas, solo ida.
También hay monumentos importantes en la comarca de Sangüesa. Uno de ellos es el castillo de Javier, donde nació y vivió 18 años san Francisco Javier, el Apóstol de las Indias, fundador de la Compañía de Jesús y copatrono de Navarra (junto a san Fermín), cuya vida y milagros se cuentan con todo detalle en las salas, lienzos y dioramas del museo que hay instalado dentro de la fortaleza. Es un lugar de peregrinaciones multitudinarias, las Javieradas, que sorprende por su ambiente y su monumentalidad a todos los visitantes, sean devotos del santo o no.
“Sobre la cripta de Leyre descansa la iglesia en la que moran eternamente los diez primeros reyes de Navarra”
Otro monumento que hay que ver, sí o sí, es el monasterio de Leyre. Merece la pena acercarse al atardecer para contemplar desde su altura, con una luz dorada, el embalse turquesa de Yesa. Luego nos despediremos del sol para adentrarnos en la penumbra misteriosa de la cripta, que es lo más antiguo del románico en Navarra, un recinto oscuro y sobrecogedor de columnas enanas y capiteles gigantes. Son los llamados Pilares del Reyno, sobre los que se sostiene la iglesia que se levanta encima, y en la que, a su vez, moran eternamente los diez primeros reyes de Navarra. Si permanecemos en el templo hasta las 19.00, oiremos a los 21 monjes de Leyre cantar gregoriano. Por 5 euros (lo que cuesta la entrada al monasterio) no se puede viajar más en el tiempo. Bienvenidos a la Edad Media.
El apunte experto
- Visitas recomendables son el taller de forja de Pedro Mancho y el de bolsos pintados a mano de Elena Carlos, en Sangüesa.
- Pedalear por la vía verde del Irati, en la foz de Lumbier. La empresa Irati E-bike (iratiebike.com) proporciona bicis eléctricas y guía.
- Las noches en el mirador estelar de la ermita de San Zoilo, en el pueblo de Cáseda, con el astrónomo Jon Teus, de la empresa Observar el Cielo (observarelcielo.com).
- El dulce típico de Javier son las alpargatas, que hacen y venden en el hotel Xabier.
- La solemne celebración de la liturgia en canto gregoriano en el monasterio de Leyre tiene lugar todos los días a las siete de la tarde.
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