Aún no han llegado las primeras nieves, y Ezcaray, a lo lejos, aparece como un cogollo de piedra enmarcado por bosques ocres, pardos y anaranjados. Es, tal vez, su estampa más característica, con los viñedos riojanos listos para la vendimia y antes de que el invierno desplome su telón blanco sobre el paisaje cromático. Entonces, este típico pueblo de montaña escondido en el valle del río Oja se verá inundado de esquiadores, atraídos por los descensos que proporciona la estación de Valdezcaray. Pero nada de permanecer en letargo el resto del año. La belleza de su entorno y todo un repertorio de placeres a la carta lleva a triplicar su población también en los meses estivales. Va a ser que darse a la buena vida tiene mucho que ver con descubrir las bondades de este territorio.
A Ezcaray se viene a conocer uno de los conjuntos de arquitectura popular más interesantes del norte: calles empedradas que dan muestra de su pasado medieval, viejos soportales y casonas de piedra rojiza de las que cuelgan miles de flores. Hay monumentos, claro, como el palacio del Conde de Torremúzquiz, la Real Fábrica de Paños de Santa Bárbara o la iglesia de Santa María la Mayor. Pero hay, sobre todo, sabor popular, de terruño, de calor de hogar. Los vecinos se saludan por su nombre y los niños corretean en la plaza de la Verdura, la misma que acoge, desde hace 25 años, el reputado Festival de Jazz . Este evento, que tiene lugar la segunda quincena de julio, nació impulsado por Ebbe Traberg, un escritor, periodista y humanista que cayó rendido a los encantos de esta villa. Para los lugareños fue siempre “el holandés”, a pesar de que había nacido en Dinamarca.
“Armani, Loewe o Hermès hacen sus encargos en el taller artesanal de la familia Valgañón”
También a Ezcaray se viene a realizar hermosas caminatas por la sierra de la Demanda entre pinares, hayedos y rebollares. Como la que conduce a la ermita de Santa Bárbara para apreciar unas vistas fabulosas, casi siempre acompañados por el buitre leonado o el águila real, dos de las especies protegidas que sobrevuelan estos parajes. Quien prefiera la bici puede plantarse, en apenas media hora, en Santo Domingo de la Calzada para maravillarse con la catedral, como lo hacen los propios peregrinos a su paso por el Camino de Santiago.
Pero a Ezcaray se llega sobre todo atraídos por la ocasión de darse dos caprichos. Uno es el de comprar una de las mantas de mohair elaboradas por la familia Valgañón desde 1930. Ligeras, mullidas, gustosísimas, son el último vestigio de una tradición artesanal de la que quedan pocas muestras en el mundo. Su taller y tienda en el centro del pueblo recibe encargos de firmas tan prestigiosas como Armani, Loewe o Hermès.
“Junto a templos de picoteo, el placer en Ezcaray es disfrutar a la mesa de propuestas tradicionales y de vanguardia”
El otro capricho tiene que ver con el paladar, al que esta localidad cuida especialmente. Porque además de “chatear” en barras rebosantes de pinchos, lo suyo es darse un homenaje en el lugar que ha elevado a Ezcaray al olimpo gastronómico. Hablamos de Echaurren, que, además de un maravilloso hotel gourmet, son dos restaurantes (y otras dos propuestas más informales) que recogen una tradición familiar que se remonta a cinco generaciones: Tradición y El Portal de Echaurren, agraciado con dos estrellas Michelin. Francis Paniego es hoy el rostro visible de esta saga, en la que convive la cocina tradicional riojana (bajo el sello que dejó su madre, Marisa Sánchez) con su propia apuesta de alta gastronomía de vanguardia. Solo cuando se saborean sus delicias (desde unas croquetas ya míticas a otras elaboraciones rompedoras) se entiende por qué esta localidad riojana es, a todas luces, un plan perfecto.
El apunte experto
- En invierno, practicar esquí en Valdezcaray, que, pese a ser una estación pequeña, goza de un entorno precioso.
- Recorrer el paseo arbolado del río Oja y detenerse a tomar algo en La Estación, un antiguo apeadero de tren rehabilitado y convertido en bar.
- Comprar alguna prenda de mohair (bufanda, chal, echarpe…) en Mantas Ezcaray.
- Tomar un cóctel creativo y delicioso en el Troika Bar.
- Volverse con alguna delicia autóctona (miel, alubias, quesos artesanos o vino de Rioja) adquirida en El Colmado.
Guía de viaje