Aragón siempre nos sorprende. Y cuando pensábamos que lo conocíamos todo de esta comunidad autónoma tan rica y llena de contrastes, un pequeño pueblo medieval, en el centro de la Comarca del Maestrazgo en Teruel, nos recuerda que aún hay mucho camino por recorrer en estas tierras, muchos paisajes que descubrir y mucha arquitectura. En esta ocasión nos detenemos en La Iglesuela del Cid, una pequeña localidad situada a 1227 metros sobre el nivel del mar, silenciosa cuando el frío arrecia pero bulliciosa en sus fiestas, que se celebran en septiembre en honor a la Virgen de Cid.
La recorremos en otoño, cuando el sol ilumina de costado los rostros de sus menos de 400 habitantes y cuando los campos se llenan de tonalidades ocres invitando al viajero a perderse por sus calles empedradas. A este pueblecito, que pertenece a la asociación Pueblos Mágicos de España, se puede llegar por carretera desde Zaragoza o Valencia y te costará algo más de dos horas en coche. Si viajas desde Madrid, te separan cinco horas, que merece la pena recorrer para disfrutar del paisaje.
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¿Qué ver en La Iglesuela del Cid?
La superficie de La Iglesuela del Cid son poco más de 40 Km2, pero hay mucho que ver. Por ello, si te decides a visitarla coge mochila, agua y algún tentempié, para no perderte ni un recodo ni una sola piedra del municipio. La piedra, precisamente, es la protagonista de esta villa medieval de Teruel. Piedra es sus palacios, piedra seca en las lindes de sus huertas, piedra en la que están grabadas historias de templarios y de leyendas. Según la tradición, el Cid Campeador pasó por aquí, aunque la Historia no lo ha confirmado. Sigamos paseando por las calles de este pueblo turolense.
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La torre de los Nublos
Cuando accedemos a La Iglesuela del Cid por su parte más antigua, una torre sobresale llamándonos la atención. Se trata de la Torre de los Nublos, considerada como el último vestigio del antiguo castillo templario. En la planta baja, yacen los antiguos calabozos y la mazmorra. Los pobres que tuvieron el infortunio de ser encerrados entre esas paredes no veían la luz del sol hasta qué o bien eran liberados o perecían por las duras condiciones del lugar.
Además de las mazmorras, que pueden ser visitadas concertando una cita con la Oficina de Turismo de la localidad, entre esta torre y el campanario, se encontraría antaño la Sala Capitular, hoy utilizada como salón de plenos del Ayuntamiento, con sus ventanales góticos ajimezados.
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La Iglesia de la Purificación
Dentro del mismo conjunto arquitectónico que conforma la plaza Mayor se encuentra la iglesia de la Purificación, obra del siglo XVII, que fue levantada sobre los cimientos de una antigua iglesia gótica. De esta quedan las bóvedas de la nave central y el ábside poligonal.
La Iglesia de la Purificación fusiona varios estilos que narran la rica historia de la localidad. En su interior, perduran vestigios de la estructura gótica original y destaca la talla románica de la Virgen del Cid, del siglo XII, la pila bautismal del siglo XV, esculpida en piedra como una única pieza, en la que los niños eran bautizados mediante inmersión y la capilla de Nuestra Señora de los Dolores, de 1756. Esta es una joya barroca que no solo representa un pedazo de la historia, sino que también deslumbra con un efecto trampantojo, una ilusión óptica de profundidad creada ingeniosamente a través de las columnas en disminución.
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Casas solariegas
Otro de los emblemas de esta plaza Mayor es la Casa del Blinque, antigua propiedad en 1729 de otra familia adinerada de la zona, Jaime Azpeitia, en la que se puede observar la TAU templaria (un símbolo en forma de T) en el arco de la puerta, así como una extraña columna sosteniendo el pórtico. Como ejemplo de la notoriedad y de la riqueza de La Iglesuela del Cid cabe destacar que en la Casa del Blinque se alojó Carlos V y su séquito en 1837, así como el general Espartero.
Otras casas solariegas que destacan en este pueblo de Teruel son la Casa de los Guijarro, la Casa de los Agramunt y la Casa de los Aliaga. En esta última se esconden auténticos tesoros como una escalera ‘secreta’ que conectaba varias plantas de la casa, una cocina en la que aún puede sentirse el calor del hogar, un biombo con recortes de periódicos antiguos y juguetes con siglos de historia.
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Palacio Matutano-Daudén, un hotel que es un museo
Otro de los motivos por los que La Iglesuela del Cid merece una visita es la posibilidad de dormir en un auténtico palacio: el Palacio Matutano-Daudén, del sello Rusticae (palaciomatutanodauden.com). Son muchos los que aprecian esta hospedería que lleva abierto algo más de un año y, nos cuentan, que hasta la familia Roig, de Mercadona, se ha alojado en una de sus habitaciones.
En el corazón del Palacio Matutano-Daudén, la gran escalera imperial de estilo rococó, hecha de madera de pino con celosía característica del Maestrazgo, preside el hall. Una maravilla que nos deja impactados. En lo más alto de la escalera, destaca el escudo de la familia Daudén, quienes fueron los primeros moradores del palacio. Con el tiempo, la propiedad pasó a manos de los Matutano por herencia, transformándose en el Palacio Matutano-Daudén.
El suelo de la entrada es otra maravilla de esta hospederia. Está compuesto por el típico enguijarrado de La Iglesuela del Cid, hecho con piedrecitas de riachuelo. No es el original del palacio, que permanece intacto debajo. Durante la restauración para convertir el palacio en hotel, se implementó un sistema de calefacción por suelo radiante. Para preservar el suelo original, las tuberías se colocaron sobre él, realizando la reconstrucción en la última capa.
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Alta gastronomía comprometida con la sostenibilidad
Por la escalera, apodada localmente como ‘la escalera del ruedo’ subimos a las habitaciones, 36 en total, ninguna con televisión, para garantizar el descanso y la desconexión de sus huéspedes, y al gran salón, hoy convertido en el restaurante La Torre de los Nublos, donde se conservan 9 frescos originales que representan la historia y las tradiciones de La Iglesuela del Cid.
En este restaurante, la comida es una experiencia sencillamente única. Con ingredientes locales y de temporada de pequeños productores, ofrecen platos deliciosos. Los vinos ecológicos de la región complementan perfectamente cada creación. Este lugar no solo cuida del paladar, sino también del entorno y la comunidad. Un festín que va más allá del gusto, una declaración de respeto y compromiso con la sostenibilidad y el medioambiente.
Y para los que buscan un oasis de desconexión, esta hospedería también cuenta con salas de juegos, salas de descanso desde donde poder contemplar los tejados y las huertas del pueblo y un spa donde poder olvidar el bullicio de la ciudad.
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Escapadas desde La Iglesuela del Cid
La experiencia gastronómica va más allá de la comida, ya que el hotel ofrece emocionantes excursiones para la recolección de setas y la búsqueda de trufas. Emocionante es, por ejemplo, la salida al campo para observar cómo una perrita es capaz de marcar el lugar exacto donde se encuentran las trufas.
Los amantes de los animales también puede disfrutar de paseos a caballo y los del buen vino no pueden dejar escapar la oportunidad de vivir una experiencia vitivinícola premium en Mas de Llucia Wine Estate, a una hora de La Iglesuela del Cid, donde recorrer los viñedos aterrazados y disfrutar de una cata de vinos. En sus seis hectáreas, se cultivan las variedades autóctonas tintas como cariñena, garnacha tinta y Alicante bouschet. Además, también han apostado por otras variedades blancas como macabeo y garnacha blanca. Todo el terreno se gestiona bajo los principios de la agricultura ecológica.
Y si lo que apetece es recorrer andando o en bici el lugar, en La Iglesuela del Cid destaca el PR-TE 70, o 'Ruta de la piedra seca', incluido dentro de los Senderos Turísticos de Aragón. Se trata de una ruta circular con 6,5 km de longitud, 155 metros de desnivel y dificultad baja donde poder admirar los mejores paisajes de arquitectura de piedra seca de Aragón. Otro itinerario interesante es el de la 'Vuelta al Morrón o Loma del Pinar, el PR-TE-71, con 3,2 km, 229 metros de desnivel y dificultad baja. Desde lo alto de Morrón se pueden observar unas vistas magníficas de este pueblo turolense.
En resumen, una escapada al Maestrazgo en Teruel es una experiencia que, sin lugar a dudas, renovará energías mientras te sumerges en un entorno repleto de historia, naturaleza, delicias gastronómicas como setas y trufas, y vinos que deleitarán tu paladar.