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Zarautz, arte y gastronomía con nombre propio junto al Cantábrico

Esta villa marinera merece una visita más allá del verano en la que dejarte seducir por su arte: el gastronómico de renombrados chef, como Arguiñano, y el que se contempla en el estudio de Íñigo Manterola, el artista que dibuja con el metal


Actualizado 20 de septiembre de 2023 - 15:50 CEST
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De sobra conocidos son los encantos de este pueblo marinero frente al Cantábrico que cada verano se convierte en uno de los destinos más deseados de la costa occidental guipuzcoana. Pero ser objeto de deseo le viene de lejos. Zarautz es un antiguo pueblo ballenero que ya en el siglo XIX se convirtió en el lugar preferido de la realeza y la aristocracia españolas, donde disfrutaban de sus veranos suaves junto al mar y de la playa más larga de Guipúzcoa, con dos kilómetros y medio de fina arena. En pleno siglo XXI son otros reyes quienes buscan Zarautz: los del surf. Aquí llegan, de todas partes del mundo, atraídos por sus olas de fama mundial, sea en la época que sea.

Pero en esta perfecta villa guipuzcoana aún nos aguardan planes más allá de las playas y de esa vida íntimamente ligada al mar. Nos vamos en busca de otros dos grandes reclamos con nombre propio: el de su gastronomía, gracias a la afamada cocina vasca de sus chefs, entre los que se encuentra el megaconocido Karlos Arguiñano, pero no es el único; y el de la cultura, gracias al artista Íñigo Manterola, donde visitamos su estudio-taller para vivir el arte de la mano de su creador y quedar fascinados con su obra.

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LOS NOMBRES PROPIOS DE SUS MEJORES MESAS

Si algo tiene que tener claro el viajero amante de la gastronomía es que aquí ha acertado, porque es uno de sus grandes reclamos. Misión imposible recorrer el casco histórico sin caer en la tentación de entrar en alguno de los bares de pinchos zarauztarras (aquí pintxos) y no sucumbir a esta fiesta para los ojos y el paladar.

Y la fiesta la comenzamos en casa de Arguiñano, que además fue el creador en 2016 -junto a sus hijos- del pincho que representa a Zarautz y que también tiene nombre propio: “Toldotxo”: lomos de merluza, patatas panaderas, pimiento verde, alioli y jamón ibérico machacado con pan crujiente, asemejando la arena de la playa de esta localidad. Se puede degustar en algunos locales del casco viejo o en su restaurante frente al Cantábrico (karlosarguinano.com).

 

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Situado en un palacete del siglo XX, villa Aiala no es solo restaurante, también es un pequeño hotel de espíritu familiar. Para probar la cocina de los Arguiñano, porque el restaurante lo llevan sus hijos, lo mejor es aceptar la propuesta gastronómica que nos hacen Zigor Arguiñano y María Torres con el menú degustación (51,90 €, bebidas no incluidas). Cocina vasca, producto de temporada, tradición y modernidad juntos en cada bocado. Los postres (y la panadería) van de la mano de Joseba Arguiñano, el más televisivo siguiendo los pasos de su aita. ¿Sabías que el restaurante Karlos Arguiñano tiene la mayor puntuación de todo Euskadi según las reseñas publicadas en Google?

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Sin duda el de Arguiñano es el más visitado, pero no el único que merece la pena. Un sol Repsol luce en Kirkilla Enea (kirkilla.com) de la mano de Xabier Zabala, que nos invita a probar sus creaciones más personales. Productos de cercanía comprados en el mercado de Zarautz y tratados con esmero que dan como resultado unos canelones de txangurro, un arroz cremoso con vieiras, un bacalao confitado o unas manitas de cerdo con salsa vizcaína, entre otras muchas delicias. Difícil elección.

El chef Joxe Mari Mitxelena nos espera en el casco viejo, en Gure Txokoa (restauranteguretxokoa.es), un asador con su toque personal donde se sirve una cocina tradicional con el imprescindible toque de innovación. Aquí hay que probar lo que sale de sus brasas -tanto pescados (tiene su propio vivero), como carnes- y los asados.

 

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Seguimos nuestra ruta gastronómica en Okamika (okamika.es), otro de los locales de referencia en el casco antiguo. Aquí se come de pintxos o de raciones (también medias), se bebe buen vino gracias a su muy extensa carta y para los cerveceros, marchando unas artesanales. Y todo con buen ambiente. Si aún queremos más, uno de los bares más conocidos del casco, Euskalduna Taberna, ofrece pintxos a buen precio en una tradicional barra vasca.

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Cerramos el capítulo "gastro" en el mismo sitio donde lo empezamos, en la bella playa de Zarautz. A cinco minutos caminando del Hotel Restaurante Karlos Arguiñano está la heladería de Carlos Arribas. De nuevo un nombre propio, el de este maestro heladero vasco que realiza helados artesanales en su heladería-escuela. Seguramente, los mejores helados de Guipúzcoa.

 

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ÍÑIGO MANTEROLA, EL ARTISTA QUE DIBUJA CON EL METAL

Después de poner nombre al arte de la gastronomía en Zarautz, nos vamos a otro Arte, con mayúsculas. El del artista vasco Íñigo Manterola, nacido en Orio y afincado en Zarautz, quien curiosamente guarda un vínculo con Karlos Arguiñano al haber trabajado de joven en su restaurante mientras se pagaba los estudios.

A las afueras de la villa, en el polígono Errotaberri, se visita su estudio de arte (inigomanterola.com, siempre bajo cita previa), un enorme y cuidado espacio que da cabida a sus obras, donde conocer de cerca al pintor y escultor. Que un autor te explique su propia obra es un privilegio difícil de imaginar. A menudo, nos acostumbramos a encumbrar a los artistas una vez han desaparecido, pero en Zarautz es posible conocer a un gran autor a través de su obra, o su obra a través del artista, lo mismo da.

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En la planta baja nos recibe en un espacio expositivo que mezcla pinturas y esculturas (algunas de grandes dimensiones) y en el que también, escondido tras unos paneles, aparece su taller, el sitio de su creación. Lo primero que uno observa es como los orígenes de Manterola, nacido en una familia de tradición marinera -hijo, nieto y biznieto de pescadores-, guardan un vínculo directo con sus obras, especialmente en sus pinturas. Incluso cuando se sumerge en el mundo no figurativo, el mar, el puerto, los barcos, los arrantzales (pescadores), los paisajes costeros como el de Donosti… son su fuente de inspiración. Su obra es una constante evolución y experimentación que se balancea entre lo figurativo y lo abstracto volviendo de uno a otro constantemente para retroalimentarse.

Pero Íñigo Manterola camina entre la escultura y la pintura con la misma maestría. “Me siento igual de cómodo en ambas disciplinas, va un poco por rachas, pero lo que no puedo hacer es pintar en la mañana y en la tarde esculpir. Si tienes la cabeza en una de las disciplinas tienes que trabajarla”, nos dice. 

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Como escultor llama la atención su capacidad de dibujar con el metal y lo hace con un trazo que se desarrolla en el espacio, y también en el tiempo, como si el espectador pudiese contemplar para siempre la huella de su mano. La búsqueda de cómo plasmar el movimiento y el paso del tiempo es algo que le obsesiona desde joven, un movimiento ya que le atrajo de los barcos de pescadores, y que ha tratado de reflejar en todas las artes plásticas que ha tocado, también audiovisuales. En su estudio se ven muchas de sus obras expuestas, algunas de ellas a la venta, también las de mayor tamaño forjadas por él mismo.

Más mundano, pero igualmente interesante, es su taller, donde se mezclan soldadoras, con sopletes, la grúa, hierro, acero corten, resina... y donde Íñigo da clases tres meses al año.

Sus exposiciones han podido verse en ciudades como San Sebastián, Madrid, Barcelona… y fuera de España en otras como Ciudad de México, Oporto, Abu Dabi… sin embargo no hay mejor lugar para contemplar su obra que aquí, el centro de su creación, y de su mano. Una experiencia única y diferente para vivir en Zarautz.

 

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