Es curioso cómo cambia la perspectiva de todo según las épocas. A mediados del siglo xvii, con el ejército de Cromwell haciendo de las suyas por Irlanda , uno de sus oficiales hablaba del Burren como un lugar en el que no había “suficiente agua para ahogar a un hombre, ni suficientes árboles para colgarlo, ni suficiente tierra para enterrarlo”. El paisaje árido de esta parte de Irlanda entre Galway y Ennis, en el condado de Clare, desconcertaba a aquel personaje y no precisamente por la belleza arrebatadora que tiene este rincón de unos 300 kilómetros cuadrados donde todo parece ser roca pura.
El término gaélico del que procede la palabra Burren, an Boíreann, significa ‘lugar pedregoso’, pero, lejos de ser un desierto, es un lugar en el que crecen el 70 por ciento de las especies nativas de flora de todo el país, tan singulares que encontramos desde flores propias de entornos árticos a otras de latitudes mediterráneas. Los datos sobre la biodiversidad de esta comarca son tan apabullantes como el paisaje de piedra caliza agrietada que se formó hace millones de años y que ahora, convertido en geoparque por la Unesco, empieza a ser descubierto y valorado. El hecho de que hasta hace bien poco casi nadie lo apreciera ha permitido, por un lado, que el paisaje y las tradiciones se hayan mantenido intactos, y, por otro, que los criterios de sostenibilidad y ecología hayan sido los que se han establecido a la hora de incorporar esta región al mapa de los destinos turísticos.
Un viaje por el Burren siempre va a ser diferente, inspirador y embriagador. Este, en concreto, empieza en la parte norte, en New Quay, en el pequeño criadero de ostras Flaggy Shore Oysters, donde Gerry, un biólogo marino retirado, enseña todo lo relacionado con estos moluscos. Además de aprender sobre la vida marina, también ofrece sus ostras, o sea, que el viaje comienza saboreando el Atlántico.
Un viaje por el Burren siempre va a serdiferente, inspirador y embriagador
Siguiendo la carretera de la costa en dirección suroeste, llegamos a Ballyvaughan y nos adentramos por una carretera que discurre entre colinas grises rumbo a la cueva de Aillwee. Estamos en una zona kárstica, por lo que hay un buen número de cuevas que se han formado por la acción del agua durante siglos y siglos. La primera que abrió al público fue esta y el recorrido guiado por ella permite ver no solo espeleotemas, sino los restos de animales prehistóricos que habitaron Irlanda hace millones de años, como el oso pardo.
Hoy los animales protagonistas aquí son las rapaces de un espectáculo de aves y las vacas del Burren. Las primeras forman parte de un proyecto de conservación de buitres y de reintroducción del milano, y las vacas tienen que ver con el queso que elaboran en una pequeña quesería de este complejo. Pacen en libertad y se alimentan de las hierbas que crecen entre las grietas de las rocas del Burren. Se encuentran a unos pocos kilómetros al sur, en Caherconnell, donde se levanta uno de los antiguos poblados fortificados de época celta, Caherconnell Stone Fort. Este también es un lugar en el que aprender sobre el modo de vida más reciente de los habitantes de la zona, especialmente de los granjeros, y asistir a demostraciones de adiestramiento de perros pastores.
A pocos metros de este lugar está uno de los símbolos del territorio: el dolmen de Poulnabrone, que lleva en pie desde el Neolítico y no desentona en mitad del paisaje de piedra. La sorpresa llega cuando, al adentrarnos unos kilómetros hacia Carran, siguiendo carreteras cada vez más pequeñas y estrechas, se alcanza el vergel de The Burren Perfumery, un lugar lleno de árboles y plantas donde Sadie Chowen crea perfumes artesanales inspirándose en las flores y los aromas minerales de la zona. No es la única a la que este lugar ha llevado por ese camino. En el pequeño pueblo de Kilshanny, la española Raquel Ruido tiene su taller de jabones y cosmética natural The Moher Soap Co., cuyos productos utilizan no pocos hoteles de la zona.
Pasando por Lisdoonvarna y Doolin, este viaje termina frente al Atlántico en uno de los lugares más famosos de Irlanda: los acantilados de Moher, que sí, están aquí, en el Burren. Poco importa si el día está soleado o es uno de esos días lluviosos tan habituales, el espectáculo está asegurado. Hay un sendero que bordea los escarpes y merece la pena recorrerlo, teniendo precaución con el viento y las corrientes de aire que suben desde el mar, situado 200 metros más abajo. Es justamente ese carácter indómito el que acaba haciendo que algunos vuelvan una y otra vez aquí.
El apunte experto
- Los helados artesanos de Linnalla, en Flaggy Shore, están elaborados con leche fresca de las vacas del Burren.
- En la microdestilería Burren Distillers (burrendistillers.com) se elabora el Burren single malt de antaño, heredero de las recetas de unos monjes españoles de Salamanca que se instalaron en la abadía de Corcomroe en el siglo xii.
- La carretera costera de Blackhead, desde Ballyvaughan a Doolin, discurre por una estrecha franja entre el mar y las montañas de piedra gris cuarteada y pulida por el hielo, el agua y el viento, y lleva a lugares como la playa de Fanore.
- Las sesiones de música en los pubs de Doolin, un pueblo reputado por los conciertos en directo de música tradicional irlandesa.
- En el centro de interpretación y ahumadero The Burren Smokehouse, conocer las decenas de curiosidades relacionadas con el salmón, presente en la cultura irlandesa, desde la mitología a la gastronomía.
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