Sería inaudito que alguien haya echado las cuentas, pero los guías de la medina afirman, con mucha seguridad, que la ciudad vieja de Fez encierra entre su cinturón de murallas más de 22.000 casas, 5000 tiendas y 9000 callejas, muchas de ellas sin salida. Semejante laberinto intimidó a franceses del Protectorado, quienes, incapaces de orientarse, acabaron levantando la mucho más manejable ville nouvelle o ciudad nueva, a cinco kilómetros de la antigua.
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La estampa inicial de la mayor zona peatonal del mundo asombra cuando se contempla por primera vez: sus mujeres en caftanes de colores y la chiquillería jugando por el zigzag de sus pasadizos, la primera ráfaga de hierbabuena y canela entre los puestos del zoco o el primer grito de belek, es decir, ¡cuidado!, cuando un carromato o un asno cargado de mercancía tapona una callejuela en la que no entraría un coche. O esa primera llamada a la oración retumbando entre edificios cubistas que por fuera están casi derruidos, pero que, tras sus desportilladas fachadas, quizá alberguen un palacio de puertas adentro.
Fez presume de ser la capital espiritual, cultural y artesanal de Marruecos; la más santa, puramente árabe y antigua de las denominadas ciudades imperiales que, en algún momento de la historia, se erigieron como epicentro del reino. Fue en esta fértil hondonada entre las montañas del Rif y el Medio Atlas donde el primer sultán de la dinastía idrisí fundó a finales del siglo viii lo que entonces no era más que un villorrio a la vera de un riachuelo.
Fez es la más santa, antigua y puramente árabe de las ciudades imperiales
Al poco, en una de sus orillas se asentaron centenares de musulmanes huidos de Córdoba, creando lo que aún se conoce como el barrio andalusí. Casi al tiempo, otras tantas familias de la ciudad tunecina de Kairuán encontraron refugio en la orilla opuesta. Aquellos dos barrios medievales conforman Fez el-Bali o el viejo. Ya con la dinastía merínida se alzaría en sus inmediaciones el de Fez el-Jdid, que significa el nuevo, a pesar de haberse originado allá por el siglo xiv.
Los gremios de antaño se mantienen vivos en esta ciudad patrimonio mundial
Las fronteras de uno y otro se desdibujan por esta maraña de casi medio millón de vecinos con la que no hay mapa que valga. Desde el Palacio Real, podría atravesarse la antigua judería o mellah en busca de Bab Bou Jeloud, uno de los accesos más vivos a la medina, para adentrarse en ella siguiendo al gentío a través de las calles algo mayores de Talaa Kebira o Talaa Sghira. Fluir con la multitud será la única orientación fiable en Fez. Porque en cuanto uno se deje arrastrar por algún callejón menor, ya estará perdido, a menos que sepa regresar sobre sus pasos y volver a encauzarse entre una muchedumbre que sí sabe adónde va y, muy probablemente, lo conduzca hasta otra puerta de la muralla.
Pero perderse en Fez, además de inevitable, es altamente recomendable. Bastará preguntar a cualquiera hacia dónde enfilar para que le indiquen si a izquierda o derecha… ¡hasta volver a perderse! Antes o después irán aflorando el barrio de los curtidores de pieles, el de los ebanistas, caldereros y perfumistas, madrasas tan ornamentadas como Al-Attarine y Bou Inania, amén de un sinfín de mezquitas a las que no se podrá entrar, y no por cuestiones religiosas, pues fue el general francés Lyautey, en tiempos del Protectorado, quien lo prohibió en todo el país al avergonzarse por cómo sus soldados pisaban sin miramientos las alfombras sobre las que oraban los fieles.
Aunque la globalización dice que estamos en el siglo xxi, los gremios de antaño se mantienen vivos en esta ciudad Patrimonio de la Humanidad, donde en una chocante Edad Media los parroquianos trajinan en chilaba y babuchas con el móvil en el cinturón.
La mayor zona peatonal del mundo asombra cuando se ve por primera vez
El apunte experto
- Disfrutar de la llamada a la oración desde alguno de los restaurantes con azotea próximos a la puerta de Bab Bou Jeloud, con las mejores vistas a la medina, sobre todo al atardecer.
- Los mosaicos, estucos y artesonados de la madrasa Al-Attarine, que, como una pequeña Alhambra, es el mejor monumento visitable de Fez.
- Sus fotogénicas curtidurías, a ser posible provisto con una ramita de hierbabuena para atenuar el hedor.
- La artesanía de sus tiendas, previo regateo, pero siempre con respeto y mucho humor.
- Las noches en un riad u hotelito tradicional de la medina, mejor que cualquier alojamiento de la Fez moderna.
GUÍA DE VIAJE