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¿Qué esconde el valle de Alcudia? Un viaje inesperado por Ciudad Real

Pocos conocen la belleza de ese territorio minero, agrícola y pastoril al sur de la provincia manchega que vive de espaldas a las rutas más conocidas. No saben lo que se pierden


Actualizado 13 de septiembre de 2023 - 0:00 CEST
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El AVE que une Madrid con Sevilla hace parada en la estación de Puertollano, punto de partida de un recorrido por el centro de la península que descubre un paisaje silencioso y solitario de encinas, alcornoques y robles ideal para el turismo rural y cinegético. El valle de Alcudia vive alejado de los caminos más concurridos de La Mancha, apartado de todo itinerario, y no será por falta de riqueza, pues posee una extraordinaria naturaleza y un rico legado minero e industrial creado a lo que se esconde en las entrañas de su tierra.

 

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Entre la infinita llanura de La Mancha y Sierra Morena, el valle de Alcudia es también el valle de la trashumancia. El histórico invernadero de la Mesta puso el punto y final a las cañadas reales que venían de las frías regiones de Segovia y Soria. Extensísimas dehesas y bondadosas aguas minerales lo hacen pintoresco y hermoso. 

 

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Todo empieza en Puertollano, en su industrioso corazón que divide las tierras del Campo de Calatrava de las lomas, los páramos y las dehesas del valle de Alcudia. La ciudad proliferó a finales del XIX, coincidiendo con los tiempos del auge minero del carbón. Puertollano fue una ciudad medieval. Creció en torno a calles irregulares y sinuosas, desordenadamente dispuestas sobre el tablero urbano. En su centro se edificó la iglesia de la Asunción. No hay en la ciudad casas solariegas como las de la vecina ciudad de Almagro. A principios del siglo XX, en cambio, se proyectaron edificios historicistas y eclécticos para acoger a una nueva burguesía.

 

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El paseo de San Gregorio, conocido aquí como el Ejido, es la arteria más populosa y vital de Puertollano. En su centro, bajo un quiosco decimonónico, está la Fuente Agria, de cuyos caños brota un agua de inconfundible sabor. Siempre se ha dicho que quienes la bebían tenían una salud de hierro.

 

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Los alrededores de Puertollano, de camino a Brazatortas, muestran la que fue su principal fuente de riqueza. Hay minas como la Extranjera, Eloísa o San Esteban que representan fieles modelos de la arquitectura industrial de principios de siglo.

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El bullicio industrial de Puertollano, con sus polos y refinerías, queda a un lado cuando se alcanza Almodóvar del Campo, que es otra historia. Un lugar de paseos tranquilos por su barrio viejo bien cuidado. La iglesia de la Asunción muestra un hermoso artesonado mudéjar y cerca queda el Ayuntamiento, con su edificio coronado por dos torretas. Hay casas blasonadas como la de los Girones o la de los Quiles que hablan de familias hidalgas y caballeros de espada y honor.

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El camino que une Almodóvar del Campo con Almadenejos discurre por cerros medianos y tierras de cultivo donde crecen cereales y vides desperdigadas. Por este pueblo, que vive a la sombra de la vecina Almadén –famoso este también por su plaza de toros hexagonal (la única del mundo), vinculada a su pasado minero–, se camina a la vera del arroyo de Valdeazogues y de la presa del Entredicho. Almadenejos está rodeada por una muralla del siglo XVIII que se mantiene casi entera y con dos puertas. También conserva el baritel de San Carlos, un edificio de forma poligonal vinculado a la actividad minera.

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Las minas de mercurio dieron fama a Almadén. La ciudad creció a la vez que extraía el azogue. No es extraño, por tanto, que esta villa fronteriza reúna uno de los más importantes conjuntos de la arquitectura industrial del siglo XVIII, incluido en el Patrimonio Mundial de la Unesco. La puerta de Carlos IV, la puerta de la mina de El Pozo, el Real Hospital de Mineros de San Rafael o la fachada de la Escuela de Ingeniería Técnico Minera son edificios íntimamente ligados a los últimos tiempos de esta ciudad. Hoy Almadén ya no tiene tanto renombre como antiguamente, pero su museo resume los siglos en que fue referente de la minería europea y resulta toda una experiencia su visita con casco y en tren minero.

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Los lugareños llaman sierra de la Solana de Alcudia a ese conjunto de suaves cerros que se esparcen por encima de las localidades del Alamillo y Bienvenida. Por contra, denominan sierra de la Umbría de Alcudia a aquellos otros pliegues montañosos de mediana altura que sirven de límite entre Ciudad Real y Córdoba.

 

OTROS PUEBLOS

 

Por estas comarcas el paisaje se suaviza. Las dehesas se repiten a cada paso, los arroyos bajan llenos de agua y desde los altozanos los miradores regalan un paisaje amable a todo caminante. En parajes como las Minas de Horcajo o La Garganta se advierte la proximidad de Sierra Morena, que aquí llaman Sierra Madrona. Este camino lleva directo a Fuencaliente, villa blanca, como las del norte de Córdoba, con su plaza, su alameda y su balneario de aguas termales.

Luego, volviendo nuevamente a ese cruce de caminos que es Brazatortas, partirán otros senderos hacia el sur. Son los caminos de la sierra que limitan con Jaén y llevan hasta poblaciones como Hinojosa de Calatrava, Mestanza, Solana del Pino o San Lorenzo de Calatrava, caseríos todos ellos arracimados por los cerros, ocultos en medio de los encinares y enmarañados entre senderos olvidados.

 

IDEAS PARA COMER Y DORMIR EN LA RUTA

 

Guisos tradicionales y cocina de vanguardia con producto de la comarca en El Cordobés (el-cordobes.es). En La Taberna (hotelgema.com), el restaurante del hotel Gema, se degustan guisos en olla de barro y todas las carnes en parrilla de carbón. El cuatro estrellas Conde de Fúcares de Almadén es el mejor alojamiento de la ruta.