La fervenza del río Xallas -o de Ézaro-, como las Siete Hermanas noruegas o la escocesa Mealt, tienen en común que desembocan en el mar, y no hay demasiados ríos en Europa, ni fuera de ella, que lo hagan así, dando un brinco. La nuestra, la gallega, lo hace precipitándose al océano por una brecha del granítico monte Pindo, creando una hermosa cascada de 40 metros de altura.
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Damos comienzo a nuestra ruta en este punto, en el extremo meridional de la Costa da Morte, donde, en efecto, muere el Xallas, y no de cualquier manera. A cinco minutos en coche subimos al Mirador de Ézaro con vistas al monte; abajo, vemos al Xallas saliendo del embalse de Santa Uxía, la ría y la playa de Ézaro y el océano Atlántico. Unas vistas divinas. Por algo el monte Pindo era el Olimpo de los celtas. La que no se ve desde aquí es la cascada, pero cuando la presa desagua se aprecia su humareda húmeda.
Para ver bien la cascada, tenemos que bajar en coche hasta el nivel del mar, rebasando una rampa con un desnivel del 26%, mítica para los aficionados al deporte del ciclismo, y el monumento al Ciclista. Ya abajo, al borde de la ría, se aparca el coche y se llega paseando en cinco minutos a sus pies. El camino es una pasarela de madera de 300 metros, ancha y segura, que avanza sin desnivel entre la central hidroeléctrica de Castrelo y la ría, hasta el anfiteatro de granito pulido por el que se despeña el Xallas.
Si queremos ver el salto desde otro punto de vista, podemos alquilar un kayak, empresas como AdventurÉzaro (kayakezaro.com) los ofrecen y realizan rutas guiadas con una duración de 75-90 minutos navegando río abajo hacia la plaza de Ézaro (22€/persona).
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De nuevo en coche, dejaremos atrás la ría de Ézaro y atravesaremos enseguida O Pindo, un pueblecito con una playa más ancha que larga que se esconde al pie del monte del mismo nombre. Luego pasaremos por Quilmas, A Curra, Panches y Caldebarcos, con sus casitas de rubio granito bien labradas y otras pintadas de alegres colores, parando aquí y allá para asomarnos a una costa sumamente rocosa, de peñas esculturales y playas minúsculas.
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Tras rebasar Caldebarcosy luego hay que continuar subiendo hasta los miradores de Louredo y de As Paxareiras. El primero está decorado con troncos de árboles procedentes de un incendio, pintados por el artista Nando Nestón; el segundo, a mayor altura, entre los generadores del parque eólico Paxareiras, permite contemplar a vista de pájaro la playa de Carnota, la más larga de Galicia: ¡5 kilómetros! Al norte veremos el cabo de Finisterre.
Si ya la hemos contemplado desde arriba, ahora hay que bajar para disfrutar de esta playa grande y agreste, pues en su parte posterior la arena forma dunas donde anidan los chorlitejos patinegros y marismas, sobre las que andan las garzas reales observando a los que cruzan estas aguas someras por largas pasarelas de madera, camino de la playa propiamente dicha.
Otra atracción que no hay que perderse es el hórreo de Carnota, del siglo XVIII, en un lugar muy fotogénico, rodeado por la iglesia de Santa Columba y otros hórreos. Este es colosal, tanto que ha sido declarado monumento nacional.
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Para quienes quieran continuar, un poco más al sur se descubren las playas de Lariño y Area Maior (en la imagen), esta última especialmente bella y significativa, pues a su vera se alza el monte Louro, señalando el final de la Costa da Morte.