Cruzar al Algarve desde Huelva por el Puente Internacional del Guadiana es cosa fácil, pero en realidad al otro lado todo cambia. De repente se entra en un mundo de relojes más lentos, de baluartes corroídos por el salitre, de restaurantes con precios que aún nos resultan asequibles, de chimeneas en forma de minarete, de ventanas enmarcadas en color añil y de camaleones que, camuflados en los retamares, contemplan estupefactos las playas infinitas bordadas de dunas y pinares. Es un puente al pasado.
Nada más cruzar el puente aparece Castro Marim, un pueblo blanco ajeno a las urgencias del mundo moderno, con un castillo medieval y un fuerte abaluartado del siglo XVII. Ambas fortalezas son lugares óptimos para observar las marismas del Sapal de Castro Marim y Vila Real de Santo António, una reserva natural que se extiende sobre las más de 2.000 hectáreas del estuario del Guadiana y que es como un imán para las aves, sobre todo las espátulas, las pagazas piquirrojas y los flamencos. Casi la tercera parte del espacio está dedicado a la extracción de sal, una labor que algunos salineiros siguen realizando como sus tatarabuelos, a pura mano.
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Tres kilómetros río abajo, ya en la misma desembocadura, se encuentra Vila Real de Santo António, una población grandecita que se hizo de la nada en 1774 para competir en la pesca con el recién creado puerto español de La Higuerita (Isla Cristina). Su fundador fue el marqués de Pombal que logró levantar la nueva ciudad, con su iglesia, sus edificios oficiales y sus 41 manzanas rectangulares, en un tiempo récord de dos años. Vila Real, agradecida, le dedicó al marqués la plaza principal, la más luminosa y monumental, con su obelisco, sus tejados ‘tesoro’ (estilo pagoda) y su hipnótico empedrado blanco y negro que irradia del centro dando pie a las más insólitas perspectivas fotográficas. El contraste entre la elegante arquitectura pombalina y los modestos comercios de toallas que copan el centro es uno de los grandes encantos de Vila Real.
Dejando atrás la villa cuadriculada se pone rumbo a Praia Verde. La vista, desde la elevación del aparcamiento resulta increíble, pues hacia el oeste se extiende un interminable arenal (playas de Alagoa y Manta Rota) en el que las construcciones han respetado, no ya solo la primera línea, sino las dunas que se alzan a continuación, tapizadas de retamas blancas y pinos piñoneros.
La siguiente parada, Cacela Velha, es una aldea de postal, la más bella de toda la costa del Algarve, que está encaramada en un promontorio desde el que se domina a vista de gaviota el extremo oriental del parque natural da Ria Formosa, una sucesión de istmos y larguiruchas islas arenosas que discurre paralela a la costa a lo largo de 50 kilómetros, hasta la península de Ançao, cerca de Faro, formando un magnífico laberinto de agua, canales, caños, esteros, dunas y playas. Pasear por la orilla hasta la vecina Fábrica, observando cómo los mariscadores se reparten con los charrancitos el botín de la bajamar, es una felicidad que no cuesta nada. Claro que tampoco cuesta mucho sentarse en la terraza de la Casa da Igreja y ponerse morado de ostras contemplando la puesta de sol.
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De la espléndida naturaleza de la ría Formosa también disfruta Tavira, que es la última parada de la ruta, aunque la primera en riqueza histórica y monumental. Testimonio de la antigüedad de esta ciudad es el puente romano sobre el río Gilão, por el que pasaba la calzada de Faro a Mértola, así como el pedazo de muralla árabe que se exhibe en el Núcleo Islámico del Museo Municipal y el castillo medieval que corona la empinada Vila Adentro.
No es para visitar con prisas Tavira, porque además de lo anterior, tiene la friolera de 37 iglesias, y aunque no se pase por todas en alguna de ellas, como Santa María do Castelo o la de la Misericordia, conviene hacer un alto para disfrutar de su belleza.
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Para remetar la ruta habrá que cruzar a la Ilha de Tavira, una de las cinco islas-barrera del parque natural da Ria Formosa, con 12 kilómetros de playas para todos los gustos y públicos. Se puede ir en barco desde la propia Tavira o a pie por el puente peatonal del complejo Pedras d’el Rei, a siete kilómetros de la ciudad. Por este último se accede a la playa do Barril, donde hay un impresionante cementerio de anclas. También un trenecito de vía estrecha que se usa para ir cómodamente sentados hasta la playa.
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PARA DORMIR Y COMER EN EL ALGARVE ORIENTAL
Buenas opciones para alojarse en el Algarve son el resort Pedras D’el Rei (pedrasdelrei.com), con casitas blancas y olivos monumentales junto a la Ilha de Tavira es muy buen opción para familias, también la Pousada Convento (pousadas.pt). Y en Castro Marim, en la coqueta Casa Rosada (casarosada-algarve.com).
A la hora de comer el fresquísimo pescado de Dom Petisco, en Vila Real de Santo Antonio, ofrece no solo buena gastronomía, también excelentes vistas. Lo mismo que el restaurante Panorámico, en Praia Verde. Las ostras tienen buen precio en Casa da Igreja, en Cacelha Velha, y el pulpo en la Casa do Polvo, en Santa Luzia, a 4 kilómetros de Tavira.