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El Expreso de la Robla, recorriendo el norte de España en tren

Con el encanto de otra época y las comodidades del mejor hotel contemporáneo, viajamos por la cordillera Cantábrica entre Bilbao y León con excepcionales paradas. La vía es estrecha y el trayecto, inolvidable


Actualizado 22 de agosto de 2023 - 17:58 CEST
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¿QUÉ ES EL EXPRESO DE LA ROBLA?

Construido a finales del siglo XIX para llevar el carbón de las minas de León y Palencia a los altos hornos de Bizkaia, este ferrocarril clásico se ha convertido hoy en un tren turístico de lujo que, durante tres días de trayecto y dos noches, nos permite recorrer la cordillera cantábrica de una manera diferente. Y hacerlo por la vía estrecha más larga de Europa occidental (335 kilómetros).

 

¿CUÁNDO IR?

Los trayectos se realizan en ambos sentidos Bilbao-León y León-Bilbao durante los meses de junio a septiembre, con 4 salidas al mes (dos en cada sentido) y 2 salidas (una en cada sentido), en el mes de octubre. Ya hay programados trayectos para 2024. El precio por persona es de 1.100 € e incluye pensión completa y todas las visitas y excursiones (renfe.com/trenesturisticos).

 

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¿CÓMO ES EL EXPRESO DE LA ROBLA?

Los compartimentos están equipados con camas-litera y todo tipo de comodidades: armarios, climatización, internet, cuatro de baño privado con ducha de hidromasaje, neceser para el aseo y hasta zapatillas … En tres de los coches se distribuyen salones comunes con salas de descanso y lectura (tiene hasta biblioteca), bar-restaurante donde se realizan los desayunos-bufete y algunas de las comidas y cenas. Lo mejor: los enormes ventanales por los que contemplar el verde paisaje que se recorre.

 

Un autobús de lujo acompaña al tren en su recorrido para llevar a los viajeros a las visitas y excursiones que se realizan durante las paradas, acompañados de un guía , están incluidas en el precio del billete. Y que nadie se preocupe por el descanso, porque el tren permanece parado en las estaciones durante de la noche, para que este sea perfecto.

 

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© Getty Images

LA EXPERIENCIA DE VIAJAR EN TREN ENTRE LEÓN Y BILBAO

Es mejor llegar con tiempo a la ciudad de León para hacer las visitas imprescindibles pertinentes, porque el Expreso no espera. La catedral gótica, bañada de luz gracias a sus impresionantes vidrieras, es la primera y la basílica de San Isidoro, cuyo panteón real está considerado, por sus frescos, como la Capilla Sixtina del arte románico. Una vez conocidas estas dos grandes joyas estamos en disposición de partir.

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Ya en el tren, la primera media hora avanzamos por la ribera del Torío entre campos y alamedas, casi en línea recta. Pero este paisaje se vuelve más interesante al llegar a Matallana, al pie de las montañas donde se esconde, entre otros tesoros naturales, la cueva de Valporquero. El recorrido por esta caverna de 2,5 kilómetros (incluido en el precio del viaje, lo mismo que el resto de visitas) permite admirar seis salas, entre ellas la más llamativa, la de las Maravillas, con un pequeño lago y miles de estalactitas: macarrones, excéntricas, abanderadas…

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Entre Matallana y Cistierna contemplamos, por las ventanas de la izquierda, un bravo paisaje de crestas calizas, desfiladeros y bosques de hayas y robles donde viven, sin que nadie los vea, los osos. Soñando con ellos, dormimos en la estación de Cistierna, a bordo del tren.

A la mañana siguiente desayunamos camino de Guardo, estación palentina en la que cambiamos el tren por el autobús para acercarnos a la villa romana La Olmeda, a Carrión de los Condes y a Frómista, donde se cruzan el camino de Santiago y el Canal de Castilla. Tres puntos fuertes de Palencia.

 

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Tras la excursión en autobús, nos dirigimos de nuevo en tren hacia Sotoscueva, en las Merindades de Burgos. Aquí la vista se nos va, a mano derecha, hacia las "conchas", que es como los paisanos llaman a las serrezuelas calizas, de laderas acantiladas, que se levantan al sur del valle.

En una de ellas se encuentra el monumento natural de Ojo Guareña, un complejo kárstico con más de cien kilómetros de desarrollo, que es uno de los conjuntos de cuevas más extensos del mundo, habitadas desde el Paleolítico Medio hasta la Edad Media. La más famosa es la ermita rupestre de San Bartolomé, donde pueden verse encantadoras pinturas murales de los siglos XVIII y XIX.

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Espinosa de los Monteros, estación donde cenamos y dormimos la segunda noche, atesora un buen número de torres, palacios y también casas blasonadas. Es villa de rancio abolengo, cuyos pobladores se ganaron hace más de mil años el privilegio de proteger a los reyes mientras dormían. Monteros de cámara, les decían.

 

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También es importante ver el valle de Mena, donde amanecemos el tercer y último día de viaje, y Balmaseda, la primera villa de Bizkaia por orden de fundación (1199), por la que pasamos enseguida. El puente de la Muza, sobre el Cadagua, conserva aún el torreón donde se pagaba el pontazgo, una aduana medieval. En Balmaseda estuvieron los talleres del Hullero, el viejo ferrocarril de La Robla, en los que trabajó el ingeniero Alejandro Goicoechea, el mismo que luego inventó el Talgo.

© Gonzalo Azumendi

El recorrido en tren acaba en la estación de Bilbao-Concordia, una belleza modernista de 1902, hermana y vecina del Teatro Arriaga.

Tras visitar la ciudad y el museo Guggenheim (incluido en el programa), vale la pena prolongar el viaje paseando aguas abajo por la margen izquierda de la ría para conocer a Carola, la mastodóntica grúa de los antiguos astilleros Euskalduna, hoy en el museo marítimo Itsasmuseum, y luego arrimarse en metro o cercanías a Portugalete, donde están el famoso Puente Colgante y el museo de la Industria Rialia. De las compras y los pinchos tampoco nos olvidamos, dejarán el mejor sabor a la experiencia.

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