No hay un itinerario marcado para visitar Chillida Leku. La voluntad del escultor era que cuando llegues a él te dejes guiar por la intuición, vayas donde te apetezca, toques las obras y crees un vínculo con ellas. Así lo explica Mikel Chillida, nieto y director de desarrollo de este museo fundado en vida por el creador del Peine del Viento, quien descansa, fundido con la tierra y bajo una cruz de piedra, junto a su mujer Pilar Belzunce, madre de sus ocho hijos y verdadero pilar de su vida. “Gracias a ella todo esto existe; sin ella, la historia de mi abuelo sería otra, totalmente diferente”.
Eduardo Chillida, que el 10 de enero de 2024 cumpliría 100 años, buscaba en los años 80 un hogar para sus obras y se sintió atraído por este lugar (en euskera, leku) de Hernani, a solo unos kilómetros de San Sebastián. El espacio abierto y bien comunicado le pareció perfecto para que “maduraran” sus voluminosas obras. Y, pese a estar en ruinas, se enamoró de su caserío, que llevaba 500 años en la finca. El mismo arraigo que él sentía por sus orígenes. “Mi aitona (abuelo) decía que era como un árbol, con las raíces en su tierra y los brazos abiertos al mundo”.
Chillida Leku no es un museo al uso, es el proyecto personal del artista donostiarra, en el que trabajó intensamente los útimos 20 años de su vida para dar a sus obras la casa de un padre. Ahora su hijo Luis, su nieto Mikel y otros miembros de la familia, junto a la prestigiosa galería suiza Hauser & Wirth , son los encargados de su gestión.
Diseminadas por un inmenso jardín de 11 hectáreas vemos aquí y allí 40 obras de gran formato que se integran en el paisaje como si siempre hubieran formado parte de él. Algunas están plantadas en la campa, donde antes pastaban los rebaños, otras, escondidas entre los bosques de hayas, robles y magnolios. Mikel, que guarda un gran parecido físico con su aitona, se emociona durante el paseo: “Este espacio es un tesoro, una maravilla que cambia con las estaciones. La obra forma parte de la naturaleza, la rodea y la hace viva”.
La primera escultura que se colocó en el museo es una de las más fotografiadas y pesa ¡64 toneladas!
En este inmenso jardín-museo se pueden pasar un par de horas o todo un día, adentrándose en el universo del artista, en el que todo tiene su sentido. Así se entiende su concepción del espacio, la importancia del tiempo en sus creaciones, su interés por las preguntas, el respeto por la materia, su firma, el diálogo entre lo lleno y lo vacío, su trabajo por series…
Aunque no hay orden para ir viendo las obras, la orografía del terreno lleva de forma espontánea a seguir un recorrido en forma de espiral, que pasa por la casa de estilo inglés que habitaron los Zabalaga, sus anteriores propietarios, y acaba en el caserío. Son las obras y la atracción que ejercen estas desde la distancia las que guían los pasos. “Cuando se está ante ellas, se rodean, se admiran desde distintas perspectivas y se tocan, nos decía mi abuelo cuando veníamos a la finca a pasar los fines de semana”. Es la manera de que el acero corten, con el que están creadas la mayoría de las esculturas exteriores, un material de fuertes resonancias del pasado industrial de la región, siga su proceso natural.Todas son únicas –Chillida no hace la misma escultura dos veces– y macizas. Muchos visitantes se fotografían con Buscando la luz I, realizada por el artista vasco en 1997 y la primera colocada en este museo al aire libre, pesa ¡64 toneladas! Hay muchas más de tamaño colosal, como Arco de la libertad y Lotura XXXII (1998). Y otras dedicadas a personalidades que tuvieron especial interés para el artista: el poeta Jorge Guillén, el modisto Balenciaga…
Chillida Leku es el proyecto personal del artista, en el que trabajó los últimos 20 años de su vida
En el centro y en alto se alza el caserío de la familia Zabalaga, en cuya restauración trabajó Chillida durante 14 años mano a mano con el arquitecto donostiarra Joaquín Montero. Sin planos, sin marcarse fechas, eliminando todo lo que le sobraba a esta rotunda obra de mampostería y sillería y llenándola de luz natural. La estructura es la original, con pilares y vigas de madera, pero el espacio es absolutamente contemporáneo. “He comenzado a guardar obras en él, pero este maravilloso caserío no será un museo, sino la señal de que soy de allí”, decía.
En el interior de la construcción se exponen las obras de menor tamaño. Nada más entrar vemos Forma, la primera escultura de Eduardo Chillida. La hizo en el año 1948, durante su etapa en la capital francesa. Está cerca de los preclásicos, porque le fascinaba la escultura griega, Fidias especialmente. Tras cruzar un gran arco de piedra, en un diáfano espacio con un altillo, se admira Monumento a la tolerancia y Homenaje a la mar IV, en alabastro, y otras piezas de hierro, hormigón, madera…, también hay dibujos, grabados, fotografías…
Como lugar de encuentro que siempre ha sido, más desde 2019, año en que volvió a abrir sus puertas con la nueva gestión, Chillida Leku es un museo muy dinámico donde pasan muchas otras cosas: exposiciones temporales en el caserío, conciertos, óperas, cine y espectáculos de danza en el jardín… Aunque a Mikel lo que le apasiona es el perfil de visitante “que viene y se trae su libro, se tira a la sombra de un árbol, pinta, lee, escucha música y lo convierte en su lugar. Esos son los que clavan realmente lo que es Chillida Leku”.
El apunte experto
- Otras esculturas de Chillida en San Sebastián: Abrazo, en la playa de Ondarreta; Monumento a Fleming, en la de La Concha; Torso, en el monte Urgull, la Cruz de la Paz, en la catedral del Buen Pastor.
- La intervención artística de la reconocida escultora donostiarra Cristina Iglesias en el faro de la isla de Santa Clara.
- Una visita al taller del escultor Íñigo Manterola en Zarautz para admirar sus obras en movimiento.
- Tabakalera, la antigua fábrica de tabaco de San Sebastián reciclada en el Centro Internacional de Cultura Contemporánea.
- El vanguardista Museo de San Telmo, ubicado en un antiguo convento dominico.
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