La llamada a la oración del almuecín surge de repente y se convierte ipso facto en la mejor banda sonora. De frente, el espectáculo visual que supone contemplar el corazón de Tozeur desde la última planta del Café Berbère. Esta conjunción mágica es más que suficiente para conquistar a cualquier viajero. Enseguida, a canto desgarrado colmado de emoción y sentimiento se suman dos, tres y hasta cuatro almuecines más procedentes de las mezquitas vecinas. A los pies, un océano de azoteas en tonos ocres, minaretes, antenas parabólicas y palmeras. Uno piensa entonces: “¡Qué estampa tan maravillosa!”.
Podría afirmarse que Tozeur, esta recóndita población del sur de Túnez, es uno de los oasis más bellos del país. Solo hace falta pasear por su medina del siglo xiv, el Ouled-el-Hadef, para confirmarlo. Caminando sin rumbo por sus retorcidas calles, pasajes abovedados y plazas, es como se descubre la hermosa arquitectura que domina sus edificios, construidos con ladrillos de arena y arcilla que recrean auténticas obras de arte de formas geométricas. Un café en cualquier terraza será la mejor manera de tomarle el pulso a la ciudad y, de paso, ser testigo del ajetreo de sus comerciantes. Mientras, en la calle de Kairuán, el Museo de Artes y Tradiciones Populares revela curiosidades sobre objetos y ropajes del pasado.
Solo hace falta pasar por la medina del silo XIV de Tozeur para darse cuenta que es una de las más bellas del país
Apenas cinco minutos de paseo separan el corazón de Tozeur del famoso palmeral, que resulta ser el primer recurso económico de la ciudad. Millones de palmeras datileras crecen en un área de 2500 hectáreas, surtiendo de hasta 200 tipos diferentes de este manjar no solo a los paisanos tunecinos, sino también a los supermercados de medio mundo. Buena opción es alquilar una bicicleta y recorrer el sendero de cuatro kilómetros al cobijo del frescor que otorgan los altísimos árboles.
Llega la hora de salir a explorar el auténtico desierto, que abruma por su inmensidad. Una de las paradas obligadas en cualquier aventura por el Sahara tunecino se halla en el Ong Jemel, la roca que brota de sus arenas con forma de cabeza de camello. Subir hasta su supuesto cuello otorga una panorámica fascinante, aunque la verdadera diversión llega unos kilómetros más allá, donde el decorado de Tatooine, escenario de La guerra de las galaxias , la película de George Lucas, permanece en pie desde los años 70 para deleite de los turistas.
Cañones, cascadas sorprendentes y palmeras se suceden a las puertas del gran desierto
A la hora de la caída del sol, mejor encontrar la soledad en alguna duna desde la que, sobre una alfombra de colores, y con unos dátiles como tentempié, contemplar cómo el horizonte se incendia antes de ser sustituido por un inmenso manto de estrellas. Esta es una de las experiencias de lujo que organizan desde Anantara Sahara Tozeur Resort & Villas, una suerte de paraíso en la tierra en forma de exclusivo hotel cuyas instalaciones surgen del desierto. Las suites, desplegadas en forma de palma alrededor del complejo, cuentan con vistas a los arenales, lo que hace debatir a cualquier alma disfrutona entre deleitarse con la estampa, refrescarse en la piscina o dejarse mimar en el hammam del spa.
Sin embargo, allá afuera las tentaciones no cesan. Otra forma de seguir descubriendo las bondades saharianas es poniendo rumbo al mítico Chott el-Jerid, una inmensa llanura salina cubierta de cristales centelleantes. También, por qué no, conduciendo hasta los oasis de montaña de Chebika y Tamerza, donde descubrir sus antiguas aldeas, hoy abandonadas, mientras se realiza un trekking por los incomparables paisajes del Atlas. Para rematar la singladura, en Mides más palmerales, cascadas sorprendentes y cañones a dos pasos de la frontera con Argelia.
El apunte experto
- Siempre resulta mágica una puesta de sol en la soledad del desierto desde un improvisado set de lujo.
- Visitar el antiguo decorado de Tatooine en La guerra de las galaxias.
- Obligado comprar dátiles para llevar a casa en el mercado de Tozeur.
- Recorrer las sinuosas carreteras, entre desfiladeros y cañones, de las montañas del Atlas.
- Cuando la llamada a la oración suene desde los alminares de las mezquitas, es momento de parar, cerrar los ojos e intentar conservar el recuerdo.
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