Esta es la historia de un sueño cumplido: viajar al fin del mundo. A la Patagonia, una tierra de resonancias míticas donde la naturaleza aún conserva su poderío porque los humanos no la han conseguido domesticar. Un territorio impredecible, en el que la climatología cambia de una hora a otra sin previo aviso. Y un lugar de impresionantes montañas, espectaculares glaciares y dos océanos, el Atlántico y el Pacífico, que se abrazan en el cabo de Hornos, el punto más austral del mundo y cuya leyenda ha llegado a nuestros días, en parte, por su trágica historia de naufragios debido a la bravura de los vientos.
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Hoy se puede explorar esta parte del mundo realizando un crucero de expedición a bordo de uno de los dos modernos barcos de la compañía chilena Australis, que lleva navegando por estas aguas más de 30 años. Sus barcos, más pequeños que los grandes trasatlánticos (pero equipados con todo lujo de comodidades), están diseñados para adentrarse por los estrechos canales patagónicos. Es más, son los únicos que cuentan con los permisos necesarios para acceder a ciertas zonas vedadas a otras embarcaciones; y ello, gracias a su colaboración con la comunidad científica y a su compromiso de protección medioambiental de una zona extremadamente frágil que hay que conservar. En total, son cuatro noches y cinco días realizando una travesía en un crucero de ensueño que se inicia en Ushuaia (Argentina) y finaliza en Punta Arenas (Chile).
Una vez embarcados y tras instalarnos en las acogedoras cabinas del barco, los guías de expedición convocan a todos los viajeros para comunicar las normas de seguridad a bordo y dar una pequeña charla informativa sobre las excursiones que se van a realizar al día siguiente. Una rutina, esta última, que se repetirá a lo largo de todo el viaje. Mientras, Ushuaia va quedando atrás y el barco comienza lentamente su marcha adentrándose en el canal Beagle. Momento ideal para disfrutar con el atardecer de un paisaje espectacular desde la cubierta, un buen preludio de lo que nos espera.
Tras atravesar el canal Murray y la bahía de Nassau, ya en aguas chilenas, el barco navegará durante la noche para llegar, con las primeras luces del día, al cabo de Hornos, donde, si las condiciones climáticas lo permiten, se desembarca en zódiacs. Este legendario islote (descubierto por los holandeses Jacob Le Maire y Willem Schouten en 1616 y declarado Reserva de la Biosfera por la Unesco en 2005) fue, hasta la apertura del canal de Panamá (1914), una ruta alternativa al estrecho de Magallanes. Azotado por vientos implacables, está habitado por un oficial de la Armada chilena y su familia, que viven en una casa contigua al faro aislados de todo y de todos. Destinado en este promontorio durante un año, él mismo se encarga del mantenimiento del faro y de una pequeña capilla de madera, Stella Maris, que se puede visitar. Un sinuoso sendero conduce a un mirador sobre el que se levanta la escultura de un albatros, homenaje del gobierno chileno a los marineros que perdieron la vida en estas latitudes. Desde aquí, contemplando la furiosa unión de las aguas del Atlántico y el Pacífico, uno puede sentir intensamente que está en el fin del mundo.
Después del atormentado paisaje del cabo de Hornos, el barco arriba por la tarde a un destino de apacible belleza: bahía Wulaia, en el oeste de Isla Navarino. Antiguo asentamiento de los yámanas (aborígenes de Tierra de Fuego), hoy es una reserva arqueológica y natural que cuenta con un pequeño museo donde conocer la historia de la región fueguina. A la entrada, una placa recuerda que hasta esta bahía llegaron en 1833 Charles Darwin y Robert FitzRoy a bordo del HMS Beagle. Siempre en compañía de los guías, se pueden realizar diferentes caminatas. La más recomendable, si el cuerpo aguanta, es la que se interna por bosques de lengas, ñires o coihues (vegetación típica del bosque subártico) para ascender al punto más elevado del lugar y contemplar una vista impagable de toda la bahía.
No se sabe bien qué impresionamás, si ver caer el hielo del glaciar agua u oír su crujido en lasprofundidades
La tercera y cuarta jornada del crucero reserva el que puede ser uno de los platos fuertes de cualquier expedición a la Patagonia: los glaciares. Para llegar hasta ellos, el barco retoma el canal Beagle y, a medida que avanza entre el entramado de islas y fiordos, se ve emerger la última estribación de la gran cadena montañosa de los Andes: la cordillera Darwin, que forma parte del Parque Nacional Alberto de Agostini, el tercero más grande de Chile.
Estamos en la vertiente sur de este cordón montañoso de nieves perpetuas en cuyos senos y fiordos duermen las primeras e impresionantes masas de hielo que visitamos: el glaciar Pía (llamado así en honor de la princesa María Pía de Saboya, hija del rey Víctor Manuel II de Italia) y el glaciar Porter (geólogo y aventurero que consiguió cruzar el cabo de Hornos en kayak). Son dos glaciares de marea (tocan el agua) y de los más activos de la zona, porque suelen ser frecuentes los desprendimientos. No se sabe bien qué impresiona más, si ver caer el hielo al agua o, ante el silencio de los extasiados viajeros, oír su crujido en las profundidades del glaciar.
Tras navegar por el canal Cockburn, nos internamos en el fiordo de Agostini para ver otras dos impresionantes paredes de hielo: los glaciares Águila y Cóndor. El primero se encuentra sobre una laguna de origen glaciar que permite pasear por su pequeña playa para llegar a su base y casi tocarlo con la mano. Al Cóndor, llamado así porque, con suerte, se puede ver sobrevolando la zona a estos gigantes del aire, se llega en zódiac navegando entre imponentes paredes rocosas. Su visión desde el agua es, simplemente, asombrosa.
Al glaciar cóndor se llega navegando entre imponentes paredes rocosas
Desde aquí, el crucero se encamina a través del estrecho de Magallanes a su quinto y último día de navegación. El destino: Isla Magdalena, una reserva natural donde vive una importante colonia de pingüinos magallánicos que pasean y hacen su vida ajenos a las miradas de los turistas que visitan este refugio natural. Frente a la reserva se encuentra Punta Arenas, capital de la provincia chilena de Magallanes, punto y final de un recorrido inolvidable por los canales patagónicos.
El apunte experto
- Recorrer el pequeño centro histórico de Ushuaia y descubrir su colorida arquitectura fueguina; visitar el Museo Marítimo y del Presidio (origen de la ciudad) o darse una vuelta por el mercadillo de artesanos instalado cerca del puerto.
- Probar el calafate sour, el cóctel típico de las tierras patagónicas, que se elabora a base de licor de calafate (fruto del arbusto del mismo nombre y que es endémico en la zona), zumo de limón, azúcar y hielo.
- Al atardecer, contemplar desde la popa del barco el vuelo suspendido de albatros y petreles y, con un poco de suerte, avistar delfines australes.
- En Punta Arenas, subir al cerro Santa Cruz, desde donde se obtiene una inmejorable vista de la ciudad y el estrecho de Magallanes.
- También en Punta Arenas, dar un paseo por la plaza de Armas, presidida por la estatua de Hernando de Magallanes, y hacer una visita al Museo Salesiano Maggiorino Borgatello, imprescindible para conocer la cultura de Tierra de Fuego y de la Patagonia.
GUÍA DE VIAJES