La idea de paraíso encaja bien con este archipiélago tropical perdido en el oceáno Índico, al norte de Madagascar, que es el país más pequeño de África, aunque bien lejos del continente. Lo conforman un centenar largo de islas, unas de granito y otras coralinas, desperdigadas por un paisaje marino que es tres veces el tamaño de España. Que casi la mitad de su territorio sea parque nacional dice mucho de cómo la naturaleza lo dio todo en este rincón del mundo que vive en una eterna primavera.
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Solo 33 de las 115 islas de Seychelles están habitadas y Mahé, Praslin y La Digue son las que hay que descubrir sí o sí, porque son las principales. Otros islotes menores están ocupados en exclusiva por hoteles de un hedonismo absoluto y el resto se conservan vírgenes, conquistados por la vegetación autóctona o la fauna marina; los más lejanos, a unos 1200 kilómetros de distancia. Sus ingredientes: bosques tropicales, arenales blanquísimos flanqueados por cocoteros y rocas de granito pulidas por los vientos, aguas de un color turquesa casi imposible, arrecifes de coral y pequeñas y encantadoras localidades donde se concentra su población (unos 100.0000 habitantes de origen africano, asiático y europeo), que se ha ido conformando por oleadas, la última, la de una gran comunidad india, que hoy vive muy volcada en el comercio de la isla.
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Ese crisol de razas, culturas y religiones que conviven en armonía y define a las Seychelles se entiende conociendo su origen y su historia, que comienza cuando estas islas que emergieron del mar fueron dibujadas por los exploradores portugueses en las cartas de navegación del siglo XVI. Aunque no serían habitadas hasta hace dos siglos cuando, tras ser refugio de piratas, fueron colonizadas por Francia. Luego pasarían a manos británicas, hasta su independencia en 1976.
CÓMO LLEGAR A SEYCHELLES
La inmersión en la vida criolla de Seychelles empieza por Mahé, la isla más grande (aunque solo tiene 30 kilómetros de largo por unos 8 de ancho). Aquí está el aeropuerto internacional, en el que aterrizan los vuelos de Emirates (emirates.com) que conectan con España, tras hacer escala en Dubai o Doha. El vuelo ya es en sí una experiencia única, pues transcurre a bordo del A380, el avión comercial más grande y lujoso del mundo, con suites privadas, bar a bordo, cabinas con asientos que se convierten en camas...
Victoria es la diminuta capital del archipiélago, tan pequeña que ¡solo tiene un semáfaro! Apenas un puñado de casas coloniales, pero cuenta con interesante museo de historia natural y un colorido mercado. Le debe su nombre a la reina Victoria, de aquellos tiempos en los que este territorio era colonia británica, aunque no es la única herencia british, también posee una copia del Big Ben y algunas costumbres que se mantienen vivas, como la de tomar el té a las 5, conducir por la izquierda o que los abogados de la Corte de Justicia sigan usando pelucas y togas.
LAS TORTUGAS MÁS GRANDES DEL MUNDO
Las playas de arena blanca abundan en Mahé, pero por su ambiente atrae la de Beau Vallon, donde se come el pescado que se cocina allí mismo en la hoguera y se toma agua en cocos recién cogidos. El jardín botánico de Mont-Fleuri ocupa una antigua hacienda de la época de las colonias y en él crecen árboles aromáticos –el de la pimienta, el de la nuez moscada…–, y más de 30 especies de palmas, algunas endémicas de la isla. Su visita permite ver de cerca a las tortugas gigantes de Aldabra, de las más grandes del mundo, pues llegan a sobrepasar el metro de longitud y pesar 250 kilos. También se ven saliendo en barco de excursión al Parque Nacional Marino de Sainte-Anne, a solo 5 kilómetros de distancia de Victoria. Pero en ningún sitio como buceando en la isla coralina de Aldabra, en la que habitan más de 150.000 tortugas y que la Unesco ha incluido en su lista del Patrimonio Mundial.
Y aunque de bolsillo, en este destino insular con una rica biodiversidad no faltan tampoco rutas senderistas, pues gran parte de su superficie lo ocupa el macizo selvático y montañoso de Morne Seychelles, declarado parque nacional. Para hacer estos recorridos guiados, lo mejor es recurrir a las agencias locales Creole (creoletravelservices.com) y Mason’s Travel (masonstravel.com), que organizan todo tipo de actividades, desde cruceros privados por la costa a la hora de la puesta del sol, a salidas de buceo o visitas al jardín botánico.
El colmo de la felicidad en Seychelles son sus hoteles de lujo relajado fundidos con la naturaleza, pequeños edenes donde uno pierde la noción del tiempo, como el Hilton Seychelles Northolme Resort & Spa (hilton.com), con sus villas con piscina privada infinita sobre una verde ladera y rodeadas de jardines tropicales. El mar se escucha desde la cama y se contempla mientras se reactivan los sentidos en el spa, que se despiertan también probando los sabores exóticos de su cocina –basada en el marisco local y en la cocina criolla tradicional–, en una cena íntima a la luz de las velas, saliendo a navegar en un kayak o haciendo snorkel en las aguas turquesa que lo rodean.
A la isla de Praslin, la segunda más grande del archipiélago –una hora en ferri o 15 minutos en avión desde Mahé–, se la conoce como “la perla del Índico”. Son casi 40 kilómetros cuadrados de naturaleza intacta donde se encuentra la Reserva Natural del Vallée de Mai. Patrimonio Mundial, en este impresionante bosque de palmeras crece el coco de mer, la semilla más grande del mundo, que puede llegar a pesar hasta 30 kilos y necesita de 5 a 7 años para madurar. Es el símbolo de Seychelles lo que se llega buscando a esta isla porque dicen que tiene efectos afrodisíacos, pero luego sorprende con más atractivos, como su bonita playa de Anse Lazio, ideal para hacer snorkel.
Más relajada y desenfadada es la vida en La Digue, 10 kilómetros cuadrados a los que dieron nombre los primeros colonos franceses y por los que uno se mueve en bicicleta para llegar a sus espectaculares playas, entre las que destaca Anse Source D’Argent, rodeada por cocoteros y con sus curiosos bloques de granito moldeados por el agua y el viento.
Otros escenarios de postal perfecta aguardan en la isla Cousin, a dos kilómetros de la costa de Praslin, declarada reserva natural, o en la coralina de Desroches, 6 km2 de paraíso exclusivo por los que se extiende el Four Seasons Resort Seychelles (fourseasons.com). Tras un corto vuelo en avioneta, esperan sus villas con piscina privada que son un refugio relajado de desconexión y privacidad, porque salvo el canto de los pájaros y la brisa del mar, nada distrae de lo esencial.
Tumbarse en una hamaca colgada entre las palmeras, cenar pescado y marisco recién capturado en un antiguo faro o una comida fusión, mezcla de las culturas francesa, india y criolla que han dejado huella en los fogones del archipiélago, y brindar al final del día contemplando el atardecer es una muestra clara de que las cosas aquí hay que tomárselas con calma. ¿Qué tal con un daiquiri a la orilla del mar?