Son las 6 de la tarde de un día de finales de febrero y a la altura del número 527 de Alcalá hay mucho movimiento. Si en la calle más larga de Madrid el tráfico se anima cuando llega esta hora, muchos son los que toman el metro en la estación de Suances, en la línea 5, para regresar a casa después de su jornada laboral en este barrio de oficinas. Solo algunos con más tiempo salen a correr o a dar un paseo y cruzan la discreta puerta que se abre en el muro que rodea todo el perímetro del parque Quinta de los Molinos para perderse por un lugar donde el trajín desaparece y reina la calma y el sosiego. De paso, disfrutan del espectáculo que estos días atrae a muchos más visitantes a este oasis de la zona este de Madrid gracias a la floración de sus almendros.
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Aunque son cinco las puertas que tiene la Quinta de los Molinos, las dos principales dan a la calle Alcalá; por una de ellas accedemos para descubrir esta antigua finca de recreo de 21 hectáreas cuya historia se puede leer en un cartel antes de empezar a pasear. El ingeniero y arquitecto alicantino César Cort Botí, una figura clave en el desarrollo del urbanismo en España, compró en la segunda década del siglo XX unos terrenos rústicos en la antigua carretera de Aragón con la idea de crear un gran jardín de aire mediterráneo.
Dónde puedes ver este año los almendros en flor, el anticipo de la primavera
El jardín fue ideado con dos partes diferenciadas: la zona norte (a la que también se accede por la calle Juan Ignacio Luca de Tena), distribuida en terrazas y con varias arquitecturas destacadas; y la mitad sur, la zona agrícola, con una división en cuarteles de distintas variedades de almendros rodeados de plantaciones de coníferas y frondosas que los protegieran.
Una escapada cerca de Madrid para cada fin de semana de primavera
En torno al primero de los cuarteles, que encontramos a la derecha, antes de llegar a las dos fuentes gemelas de ladrillo que nunca fueron acabadas, muchos se entretienen haciéndose fotos con los almendros de flores blancas, los niños se divierten más jugando con la pelota, otros pasean con su perro y algunos se tumban en la pradera con una manta y pasan un romántico rato en pareja. Las cámaras de los móviles no consiguen captan como el ojo humano tanta belleza como los alineados árboles derrochan estos días en conjunto.
El camino principal, adoquinado en su primer tramo, deja a derecha y a izquierda los almendros de flores rosas y blancas en los que, estos días, se concentran los visitantes, pero si se avanza más, al llegar a la parte norte, el jardín cambia. A un grupo que hace una visita el guía les va descubriendo con detalle todos los rincones de la red hidráulica que se creó para la quinta: sus albercas y fuentes ornamentales, los manantiales y pozos, los molinos de viento traídos de Estados Unidos en 1920 que se instalaron para la extracción de agua de estos y que dieron nombre a la finca…
Los almendros acaparan toda la atención a finales de febrero y principios de marzo, pero este apacible espacio verde de la ciudad, para muchos madrileños todavía un desconocido, también es un escape para cualquier momento del año, porque tiene senderos por los que caminar entre olivos centenarios, pinos carrascos y piñoneros, encinas, cipreses y eucaliptos. Algunos de estos altísimos ejemplares los vemos a la orilla del lago de los Molinos donde nadan los patos alrededor de un surtidor central que eleva el agua a varios metros de altura. Muchos arbustos se encuentran en el camino, desde lirias a artemisas, por eso los aficionados a la botánica tienen también aquí su espacio.
Los jardines más curiosos del mundo para dar la bienvenida a la primavera
Pasando el puente sobre el cauce del arroyo de los Trancos, que separa la parte más forestal del parque y la zona que reúne la mayoría de las construcciones y obras hidráulicas, y tomando a la derecha un camino se accede a la terraza superior por una fuente entre dos escaleras. En un lugar destacado se ve un antiguo invernadero, hoy un armazón metálico, que acoge en su interior una fuente, y delante de él una antigua columna jónica.
A un lado del invernadero está la Casa del Reloj, de estilo tradicionalista, que César Cort construyó como residencia de verano y ahora es una escuela taller. A su alrededor, otro molino de viento, más fuentes, un estanque, una columna corintia y otro conjunto de almendros brotando en flores rosas.
Al fondo, a espaldas de la entrada sur, se admira el palacete que el ingeniero y urbanista construyó entre 1925 y 1940 en un estilo muy cercano al de la Secesión vienesa, con tres cuerpos escalonados y una torre que tiene nuevo uso, convertido en el Espacio Abierto, un edificio municipal con un auditorio y aulas donde se organizan talleres, actividades y espectáculos para niños y jóvenes, y un café-jardín donde tomarse un respiro entre paseo y paseo por esta quinta histórica que ya anuncia la primavera.