Injusta y absurdamente ignorada por muchos viajeros, la capital tunecina presume de tener en su haber un sinfín de reclamos culturales, religiosos y patrimoniales con los que conocer la esencia de todo un país. Una ciudad es vibrante, animada, colorida y peculiar. Tradicional con tintes de modernidad, elegante a la par que caótica, y con un rico patrimonio que, recordando los grandes tiempos del pasado, no deja de alentar a su gente a mirar al futuro. Aunque en la mayor parte de los viajes al país norteafricano su capital acaba por convertirse, meramente, en un lugar de paso, proponemos abrir bien los ojos y fijarnos en todo lo que Túnez tiene para ofrecer.
Y hablamos de zocos rebosantes de vida, puestos de artesanía, mezquitas y palacios. Pero también de exclusivos hoteles ocultos tras las murallas de su medina, elegantes restaurantes en los que se aboga por la nueva cocina e interesantes galerías de arte. Sentados en cualquiera de sus teterías, pausamos el ritmo que dictan las grandes capitales para abrazar, sin prisas, el alma de esta ciudad.
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DÍA 1- MAÑANA
Despertamos en Túnez con el canto del almuecín que, desde la mezquita vecina, avisa de la hora de la oración. Enseguida, a su voz, le siguen dos, tres y hasta cuatro más, cada una en su tono y cadencia particular, regalándonos uno de esos tantos momentos que, a diario, recrean en el mundo musulmán instantes de magia.
Nos hospedamos en Dar Ben Gacem (darbengacem.com), una antigua vivienda noble del siglo XVII en la que durante 300 años vivió la familia Aoun, conocidos perfumistas de Túnez. Lo que desde la calle, en plena medina tunecina, tan solo aparenta ser una fachada blanca con una bonita puerta de madera, esconde en su interior un esplendoroso hotel boutique de 7 habitaciones en las que el descanso y las mayores atenciones están aseguradas. Es el proyecto personal de Leila Ben-Gacem, que peleó por mantener la esencia de lo que un día fue el edificio contratando a los artesanos más afamados del país en su restauración.
En su patio central hacemos acopio de un desayuno de campeones colmado de las delicias tunecinas más exquisitas. No faltan el zumo de naranja ni las confituras de higos, el pan recién hecho y los dátiles. Después, nos viene a recoger Mohammed, nuestro guía: además de mantener el patrimonio de la ciudad, Leila ofrece numerosos servicios con los que dar vida y trabajo a los jóvenes de la comunidad de la medina.
Arrancamos así nuestro periplo por uno de los entramados de callejuelas más laberínticos y encantadores del norte de África. La medina de Túnez, Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, es un universo en sí mismo: plagado de antiguas mezquitas y zawiyas, de madrasas y tourbets —tumbas familiares—, es también un hormiguero por el que transitan a diario miles de locales para hacer las compras. De la mano de Mohammed recorremos estrechos pasillos, algunos cubiertos, otros a cielo abierto, que nos llevan de un zoco a otro. Separados por gremios, talleres artesanos se alternan con negocios de toda la vida en los que el trasiego es constante. Nos abrimos paso entre el gentío para descubrir la zona de las joyerías, pero también la del cobre, los telares o las especias. Paramos en un puesto de tradicionales chéchias, los típicos sombreros tunecinos: el festival no es solo visual, también para los oídos y el olfato.
Pero la medina se puede descubrir de muchas maneras, también desde las alturas. Subimos a una de sus azoteas, la del Café Panorama, para descubrir el skyline tunecino tomando un delicios té a la menta. Otra opción no menos atractiva es hacerlo en cualquiera de las teterías escondidas en las callejuelas secundarias: el placer de sentarse en una banqueta de plástico en plena calle y ver la vida pasar, es máximo. A nuestro alrededor, siempre, los gatos, verdaderos reyes y protagonistas de las calles de Túnez.
Hacemos una parada obligada en el exterior de la Gran Mezquita —los no musulmanes tienen prohibida la entrada—, conocida como Jamâ-ez-Zitouna o 'mezquita del olivo'. Fue construida en el siglo XVIII y reconstruida un siglo después por un emir aglabí. Muy cerca está también el Tourbet Aziza Othmana, mausoleo donde descansan los miembros de la familia de Aziza, princesa famosa por realizar numerosas obras de caridad. El Complejo de las 3 Madrasas —de la Palmera, Bachia y de Slimania—, también del siglo XVIII, es todo un espectáculo visual gracias a sus trabajos de orfebrería y sus azulejos.
Cuando el hambre apriete, nuestro sitio se halla tras una puerta amarilla en medio de una concurrida y estrecha callejuela: en Dar Slah (darslah.com), un negocio familiar con más de un siglo de historia, descubrimos los sabores más auténticos de Túnez mediante su surtido de exquisitos entrantes o sus pimientos rellenos de carne y salsa de tomate.
DÍA 1- TARDE
Una mañana repleta de estímulos nos da para una tarde más sosegada. Así que dejamos la algarabía de la medina atrás y ponemos rumbo a uno de sus iconos culturales: el Museo Nacional del Bardo nos ayudará a entender el pasado de este interesante país.
Tomamos el tranvía número 4 hasta alcanzar el barrio del Bardo, a unos 6kms de Túnez, donde se haya el inmenso palacio campestre del siglo XIX que alberga el museo arqueológico más importante del Magreb. En su interior nos topamos con la mayor colección de mosaicos romanos del mundo, que ya es decir, entre los que destacan los que lucen en la Sala de Ulises, que traídos desde Dougga, representan una de las escenas más famosas de La Odisea, cuando el héroe se ve obligado a atarse al mástil del barco para no dejarse hipnotizar por los cantos de sirenas.
Sin prisas, lentamente, haremos un recorrido por cada espacio para empaparnos de historia. Restos arqueológicos pertenecientes a la Edad de Piedra, pero también a las épocas cartaginesa, romana, cristiana o islámica, lucen a cada paso tentándonos a parar.
Llegará la hora de la cena y elegiremos regresar a la medina para comprobar por nosotros mismos la razón de la fama de la gastronomía ofrecida en Dar el Jeld Hotel & Spa (dareljeld.com), otro lujoso hotel boutique de cinco estrellas cuya decoración está protagonizada por numerosas piezas de arte. Optamos por su refinado restaurante en la planta inferior, donde a la tenue luz de las velas de su patio interior, disfrutamos de platos como su ensalada de calamar o el cuscús de cordero con granadas, pasas y pistachos. Arriba, en el rooftop, el chef Xalid Ghariani, augura toda una experiencia gastronómica. Antes de irnos a dormir, un último té a la menta. Es hora de descansar.
DÍA 2- MAÑANA
Si la tarde de ayer la dedicamos a ponernos al día sobre el legado que los diferentes pueblos, sobre todo, el romano, dejaron atrás, hoy ha llegado el momento de irnos a uno de los lugares más emblemáticos de Túnez: queremos conocer in situ su historia. Hablamos del yacimiento de Cartago, también Patrimonio de la Humanidad. Ubicado en una zona residencial del mismo nombre, llegar hasta él es tan simple como tomar el metro ligero desde Túnez y recorrer el trayecto de apenas 30 minutos hasta alcanzarlo.
Cartago fue fundada por los fenicios —según Virgilio en el año 814 a. de C.—, destruida y reconstruida siglos después por los romanos. Hoy, pocos son los vestigios que quedan de la que llegó a ser una de las metrópolis más importantes del Mediterráneo antiguo después de Roma. Nos adentramos en el complejo que alberga sus ruinas, situado frente al mar, tratando de imaginar, fantasear, con cómo sería la vida por aquel entonces, cuando las columnas que hoy se mantienen en pie a duras penas, sostenían templos y edificios civiles, y la vida transcurría con normalidad.
Recorremos el empedrado que aún hoy perdura en sus calzadas para disfrutar de maravillas como los restos de su anfiteatro, de sus villas romanas y sus Termas de Antonino, de las que tan solo se mantienen en pie la parte inferior y los sótanos. A lo largo de los jardines que las rodean, es fácil toparse con estelas púnicas y romanas. También con una capilla cristiana del siglo VII. Cerca de las termas, en el parque de las villas romanas, quedan también restos de lo que una vez fue el odeón.
Una parada rápida en Uranium, un pequeño bar-cafetería donde picar algo de comer y tomar un zumo de naranja fresco, nos dará las energías suficientes para seguir.
DÍA 2- TARDE
Hablemos del presente, que ya está bien de mirar atrás: Túnez cuenta también con una animada vida social y cultural que merece la pena ser explorada. Tomamos un taxi que nos deja en apenas 10 minutos en B7L9 Art Station (kamellazaarfoundation.org), el primer espacio de arte ubicado en un suburbio en Túnez que busca ofrecer un lugar en el que los artistas puedan crear y compartir, exponer, experimentar y debatir. Una apuesta ejemplar que logra poner el foco en la vitalidad y diversidad de proyectos con los que cuenta la escena cultural tunecina.
De regreso al centro, tampoco está de más parar en el Centro Nacional de Cerámica Artística, que cuenta con una singular escuela de formación y una sala de exposiciones con piezas de artistas de todo el mundo. Después, tocará caminar. Y lo haremos lentamente por la avenida de Habib Bourguiba, donde sentiremos cómo late la Túnez actual.
Flanqueados por una arboleda, nos encontramos con niños y mayores, adolescentes y ancianos, paseando sin mirar el reloj. En sus laterales, edificios de la época del protectorado francés lucen su estilo art decó haciendo que paremos a cada instante. Nos gusta especialmente el Teatro Municipal, a punto de desaparecer en 1980 pero salvado gracias al clamor popular. El Hotel Carlton es también ejemplo de belleza.
En el extremonos topamos con la Place de l´Independance, junto a la cual se yergue la catedral de San Vicente de Paúl, de finales del siglo XIX. También se halla aquí la Puerta de Francia, una de las tres entradas más importantes a la medina. Un té a la menta —sí, otro más— en cualquier terraza de la plaza nos vendrá fenomenal. Y supondrá la mejor despedida para este destino que tantas sorpresas nos ha regalado.