Empezamos este reportaje con una advertencia: prepárate, porque venimos a presentarte una versión de Huesca que sorprende. Un viaje para descubrir las mil y una caras de una provincia a la que le sobran bondades y razones para visitarla. Para demostrártelo, nos vamos de ruta. Pero no a cualquier lugar, no. Iniciamos nuestra andadura en los alrededores de Barbastro para empaparnos de sus ricos sabores antes de continuar el camino hasta los paisajes nevados del valle de Tena. Allí, entre pueblitos de postal y lagos helados, dormiremos en un refugio sin igual bajo las estrellas.
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VINOS DE ALTURA A UN PASO DE BARBASTRO
Nuestra ruta comienza en una de las bodegas de mayor renombre de Somontano, solo hace falta contemplar la monumental joya arquitectónica que alberga Sommos (bodegasommos.com) para saber que la cosa promete. Este conjunto de formas geométricas que juegan entre sí hasta componer una imagen que se asemeja y mimetiza con las vecinas montañas del Pirineo aragonés, es todo un ejemplo de pura vanguardia arquitectónica. No en vano, está considera una de las «Maravillas Arquitectónicas del Mundo del Vino».
Su singularidad, su mezcla armónica de vidrio y acero y su ubicación, rodeada de hectáreas y hectáreas de viñedos de los que surgen las uvas con las que Sommos, nacida en 2015, elabora sus ricos y premiados caldos, es toda una declaración de intenciones. Vinos que comenzamos a catar en cuanto ponemos un pie en el interior de la bodega. ¿Qué tal un Sauvignon Blanc y algo de ibéricos para ir entrando en materia? Va a ser que sí.
Así será mucho más entretenido conocer los detalles que José Javier Echandi, enólogo de Sommos, se afana en explicarnos con detalle y de la manera más didáctica mientras recorremos sus rincones más destacados. Curiosidades como que una de las claves del éxito de esta bodega aragonesa, que hace también que sea muy diferente a todas las demás, es que trabajan con la gravedad como herramienta principal: aquí no hay máquinas que manipulen toscamente las uvas, sino que estas pasan de unos depósitos a otros de manera suave y delicada gracias a su propio peso.
Lo comprobamos con nuestros propios ojos desde un balcón interior con vistas a la inmensa nave de elaboración de 27 metros de altura donde sucede la magia. Los grandes depósitos de acero inoxidable que atesoran esos caldos tan preciados se extienden a nuestros pies, y lo continúan haciendo en las diferentes plantas subterráneas con las que cuenta el edificio. En el ala opuesta, son las elegantes barricas de roble francés las que conquistan el espacio. Pequeños tesoros donde se almacena el vino hasta estar listo para embotellar. En todo el proceso, el uso de alta tecnología y la innovación están presentes, siempre buscando la excelencia en cada uno de los vinos de Sommos.
Fuera, el festival continúa, y antes de catar formalmente algunas de sus propuestas, caminamos entre viñedos al calorcito del sol oscense: hay que aprovechar que el invierno nos regala uno de esos días para enmarcar. Aprendemos entonces que algunas –y solo algunas– de las variedades por las que apuesta Sommos y que crecen a lo largo de sus 355 hectáreas en propiedad en Somontano, son Pinot Noir, Garnacha, Chardonnay o Gewürztraminer, esta última, una uva que se adapta a climas fríos y con la que se elabora un vino fresco y mineral. También descubrimos que, gracias al lugar donde se halla Sommos, a medio camino entre el desierto de Batuercas y las montañas de los Pirineos, cuenta con una diversidad de climas y tierras en las que plantar sus viñedos tan amplia, que le aportan una variedad aún mayor a su producción.
De vuelta al interior, nos esperan tres vinos más en su modernísima sala de catas antes de pasar al restaurante, abierto al público en general, en el que se sirve un menú degustación que varía por temporadas maridado con sus ricos caldos. Antes de marchar, cómo no, una parada en su tienda para añadir al equipaje algún que otro placer del que disfrutar al regresar a casa.
A apenas 6 kilómetros de distancia, un buen lugar para descansar es la vecina Barbastro. Una ciudad recogidita y fácil de pasear que, además de un rico patrimonio monumental compuesto de tesoros como la catedral de la Asunción, el Museo Diocesano, la plaza de la Constitución o el conjunto de San Julián y Santa Lucía, permite ahondar en el terreno de los vinos con una visita al Espacio del Vino de la Denominación de Origen Somontano (vinosdesomontano.com). De regalo, nos damos el placer de disfrutar de la rica gastronomía del chef Jorge Zanuy en L´Usuella, su restaurante, donde la cocina oriental y de vanguardia se fusionan con las recetas de toda la vida.
RUMBO AL PARAÍSO
Eso será lo que nos venga a la mente en el mismo instante en el que, a al otro lado de la ventanilla del coche, el paisaje comience a pintarse de blanco. Un paraíso de nieve, claro, en el que las montañas nos retarán, imponentes, con sus picos desnudos y helados, a olvidarnos del frío y disfrutar de sus estampas de mil y una maneras. Por ejemplo, recorriendo algunos de sus pueblos de postal.
Y eso es precisamente lo que hacemos: en el Valle de Tena, a los pies del pico Foratata, se encuentra enclavado el encantador pueblo de Sallent de Gállego, donde nos aseguran que «transcurren todos los cuentos y habitan todos los seres mitológicos». La verdad es que, a simple vista, no nos extraña: con sus casitas de piedra y tejados a dos aguas, el río Gállego, su puente del Paco –también llamado romano o románico, aunque ni lo uno, ni lo otro– y su iglesia, levantada en el siglo XVI sobre la románica que hubo anteriormente, cuenta con todos los elementos para ser el escenario de cuento perfecto. De hecho, hay repartidas por todo el pueblo balizas con códigos QR que, al escanearlos, narran una historia.
También desprende un halo encantador el pueblito vecino de Lanuza, que pertenece al término municipal de Sallent de Gállego y cuyas casas se despliegan ladera abajo hasta alcanzar el deslumbrante pantano del mismo nombre. Un escenario sobre el agua lanza un guiño a las noches de verano en las que se celebra en él el festival Pirineos Sur, que recibe a miles de personas. Durante años deshabitado tras sus vecinos haber sido expropiados en el 61 por la Confederación Hidrográfica del Ebro para la construcción del embalse, hoy Lanuza ha vuelto a renacer.
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¿Entre sus otros atractivos? Las vistas que desde aquí se obtienen de Sallent de Gállego, la Foratata y las pistas de esquí de la Estación de Esquí de Formigal de fondo. Precisamente esta última es nuestra próxima parada.
VINOS Y ESQUÍS, QUÉ BUENA COMBINACIÓN
Y quien dice esquís, dice tabla de snowboard, raquetas o, sencillamente, nada en los pies. Porque la nieve se puede disfrutar de muchas formas, incluso sin necesidad de saber practicar ninguno de esos deportes. ¿Por ejemplo? Con una buena copa de vino en cualquiera de los restaurantes de la estación con vistas a los Pirineos y a los miles de aficionados que escogen este destino para deslizarse por sus pistas. También en Marchica (formigal-panticosa.com/marchica), por qué no: el aprés-ski más ambientado de toda la zona se halla aquí. Todo ello gestionado por Aramón.
Optamos por algo diferente y, sobre todo, único. A las 5 y media de la tarde somos recogidos por una enorme máquina ratrack que nos transporta, montaña arriba, hasta Las Mugas (formigal-panticosa.com/mugas), una suerte de edén bajo las estrellas a 1800 metros de altura y con vistas a los tresmiles del Pirineo aragonés. En total, seis exclusivas habitaciones iglú donde el lujo no solo está en los detalles que aseguran una estancia inigualable en su interior: también se hallan en la posibilidad que otorga el enclave de conectar con el entorno y con nosotros mismos. Solos, con el silencio como compañero y la indescriptible sensación de saber que nos encontramos en un lugar privilegiado.
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Y aquí podríamos pasar horas ensimismados, simplemente contemplando la belleza que nos rodea. Sin embargo, Las Mugas ofrece mucho más. Para empezar, una cena preparada por su atento personal en la muga-restaurante en la que nos sirven un menú de excepción elaborado a partir de productos locales y deliciosos vinos. Por la mañana, tras despertar con los primeros rayos de sol que traspasan las paredes de nuestro iglú, es el momento de disfrutar de un suculento desayuno con vistas.
La guinda al pastel, eso sí, con las raquetas de nieve puestas. Al hacer check-out iniciaremos un paseo guiado a pie sobre la nieve que nos llevará a transitar por el paisaje más encantador durante un par de horas que acabarán, tras descender, en la estación. Una manera de nuevo distinta y emocionante de poner fin a nuestra aventura.