Visitar Pastrana es recordar a la princesa de Éboli, aquella dama altanera, linda y tuerta que, como decía Cela en su Viaje a la Alcarria, “tanta influencia tuvo y tan de cabeza trajo a los poderosos”. Estuvo casada con el privado de Felipe II, Ruy Gómez; luego fue íntima del secretario Antonio Pérez y, por último, calvario del rey, que, harto de sus contubernios, intrigas y amenazas, la hizo encerrar de por vida en su palacio de Pastrana, sin permitirle que se asomara más que una hora a una ventana enrejada que da a la plaza llamada, por eso mismo, de la Hora.
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Visitar Pastrana es evocar también a santa Teresa, que fundó dos conventos con la princesa y quedó decepcionada con su actitud. Porque la princesa decidió meterse a monja, y fueron tantos sus excesos que, al final, a las monjas de verdad hubo que sacarlas del convento de noche y por la puerta de atrás.
El palacio Ducal, obra que la abuela de la princesa de Éboli encargó en 1542 al gran arquitecto del momento, Alonso de Covarrubias, conserva la sala con la triste ventana enrejada. Desde él, por la calle Mayor, se va a la plaza en que se alza la iglesia-colegiata. En la cripta está la princesa enterrada con su marido Ruy; en la sacristía, la joya artística de Pastrana, el museo parroquial, con los tapices de la conquista de las plazas del norte de África por las tropas de Alfonso V de Portugal, realizados entre 1475 y 1480. También se exponen ornamentos litúrgicos, tallas y pinturas de autores tan notables como Juan de Borgoña y Juan Carreño de Miranda.
“Pastrana recuerda –decía Cela– a Toledo: una callecita, un portal, una esquina, el color de una fachada, unas nubes”. También decía que se parecía a Santiago de Compostela “en el sentir”. Paseando por ella, se llega en nada a la colegiata y al convento de San José, en el que la princesa ingresó.
Para llegar al otro convento que fundó santa Teresa, el del Carmen, hay que coger el coche, porque está a un kilómetro y medio, valle abajo. Abundan en él los recuerdos de san Juan de la Cruz –que aquí educó a novicios– y, sobre todo, de la santa abulense. La iglesia y el claustro albergan las magníficas obras que integran el Museo V Centenario Santa Teresa. Se ven, entre otras, pinturas de Luca Giordano, Juan Antonio de Frías y Escalante y Paolo de Matteis, así como la imponente talla del Cristo de la Verdad, de Gregorio Fernández.
Cinco kilómetros más adelante, al llegar al Tajo, se descubre uno de los paisajes más bellos de la Alcarria: el río más largo de la península, con su agua verde y sus riberas pobladas de alamedas y monumentales sauces, pasando con su séquito de fochas, garzas y ánades reales, ancho y solemne, “como un sultán”, que dijo Cela.
Otros cinco kilómetros y aparece, en la orilla izquierda del Tajo, uno de los pueblos más bonitos de la Alcarria: Zorita de los Canes, de callejuelas en cuesta y casas sencillas, pero bien labradas, donde poco más de cien vecinos viven en silenciosa paz. Abajo, junto al Tajo, se conserva un lienzo de la muralla medieval con el arco de entrada; y arriba, descollando sobre el caserío, los restos del castillo más grande de Guadalajara, en el que tuvo su cuartel general la poderosa orden de Calatrava a finales del siglo XII y principios del XIII. Por cierto, que el duque de Pastrana y marido de la princesa de Éboli, Ruy Gómez, fue clavero de Calatrava. De los perros alanos que usaban para vigilar el castillo, viene el apellido de la localidad: de los Canes.
A un kilómetro de Zorita, en la orilla del río, se hallan las ruinas de Recópolis, la ciudad que Leovigildo fundó en el 578 para celebrar la consolidación del reino visigodo después de una serie de campañas victoriosas. La bautizó así en honor a su hijo, Recaredo. Para aquella época, era una ciudad grande e importante, que hasta acuñaba moneda. Pero, tras la invasión islámica, los musulmanes la abandonaron para construir Zorita, usando sus piedras como cantera y dejando en pie poco más que la vieja iglesia visigoda, la cual sería rehabilitada tras la conquista cristiana como ermita bajo la advocación de Nuestra Señora de la Oliva.
Desde que abrió sus puertas como parque arqueológico, Recópolis dispone de un centro de interpretación y de guías que orientan al visitante por el laberinto de lo que fueron viviendas, comercios, talleres de vidrio, cisternas, silos y las diferentes dependencias palaciegas. El recorrido acaba en la iglesia, un templete de planta cruciforme inscrita en un rectángulo, con una sala bautismal en la esquina noroeste, que es lo más vistoso del yacimiento y todo un logro para los visigodos, pues estos eran guerreros, no arquitectos. De hecho, en los tres siglos largos que duró su reinado, solo construyeron una ciudad de nueva planta: Recópolis.
No dejes de...
Remar en kayak o tabla de paddle surf en las aguas del Tajo. Hay dos lugares en los que se pueden practicar estas actividades: el parque fluvial de Zorita de los Canes, a los pies del pueblo homónimo, coronado por el castillo de los calatravos; y la playa del embalse de Bolarque (en la imagen), una cala de aguas verde turquesa rodeada de pinares, que no tiene nada que envidiar a las de la Costa Brava, en el vecino término de Almonacid de Zorita. Las organiza la empresa de turismo activo Masqueaventura (masqueaventura.es).
Guía práctica
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