Los valles de Ansó y de hecho no necesitan el altavoz de las estaciones de esquí de sus vecinos para hacerse notar. Ansó, un pueblo de piedra antigua, considerado de los más bonitos de España, es su particular reclamo. Calles adoquinadas, casas impolutas con puertas de madera y el orgullo de seguir siendo uno de los pocos mancomunados que aún quedan en Europa.
Los dueños del territorio son sus 400 vecinos, y suyas, las decisiones sobre un lugar que ha apostado por conservar su legado arquitectónico y sus tradiciones intactas. Este legado está presente en el famoso traje ansotano, el más antiguo del continente, y en las variantes dialectales de la fabla aragonesa, que aún hablan los mayores del lugar. La torre medieval, la iglesia de San Pedro y las casonas nobles con escudos de armas de Ansó nos dan pistas de un pueblo pujante, gracias en buena parte a su descomunal cabaña ovina.
Esas mismas praderas de pastos infinitos y esa naturaleza en estado puro son el gran atractivo de este valle. Desde aquí arrancan las rutas hacia algunos de los lugares más espectaculares del Pirineo occidental. A tan solo seis kilómetros, en una ruta apta para todos los públicos, espera el imponente valle de Aguas Tuertas, de origen glaciar, que se abre entre montañas de 2000 metros formando praderas verdísimas sobre las que el río Aragón Subordán se retuerce en caprichosos meandros.
Al final del valle surge una sorpresa neolítica en forma de dolmen –el de Achar Aguas Tuertas–, que, junto a otros vestigios salpicados a lo largo de las rutas, confirma que estos valles también atrajeron a nuestros predecesores hace 5000 años. Junto a los altivos picos que flanquean las rutas, los otros protagonistas de este entorno son los frondosos bosques (aquí los llaman selvas). Bajo la mirada granítica de la sierra de los Alanos, el hayedo de Zurita es, posiblemente, el más espectacular de todos (con el permiso de las hayas monumentales que crecen en el bosque de Gamueta). Tras la caminata, es hora de reponer fuerzas, y para ello están las bordas situadas en los márgenes de la preciosa carretera de Zuriza, esos antiguos establos de piedra reconvertidos en rústicos restaurantes.
En Hecho, los mitos y leyendas típicos del Alto Aragón viven aún en las chimeneas troncocónicas (chacineras) de sus casas, coronadas por espantabrujas. También en la localidad de Siresa, a tan solo 2,5 kilómetros, pues el monasterio románico de San Pedro de Siresa, el más antiguo de Aragón, fue presunto refugio del Santo Grial. Flanqueando su enorme ábside se admiran pequeños retablos del siglo XV y un tesoro en forma de cristo medieval de madera policromada enterrado bajo el altar.
Con los deberes históricos hechos, es hora de volver a la naturaleza. La sinuosa carretera parece ser engullida por el cañón del río Aragón Subordán en la llamada Boca del Infierno. Cuando al final la garganta se abre por fin, nos espera la Selva de Oza, un frondoso bosque de hayas y abetos blancos repleto de senderos que cruzan bosques, prados y arroyos. Un lugar de ensueño donde perderse y encontrarse a la vez.
No dejes de...
Caminar por La Foz de Biniés. Entre Berdún y Ansó (en la imagen) discurre esta espectacular garganta formada por la erosión del río Veral en las rocas calizas. El recorrido, de tres kilómetros, atraviesa paredes verticales de más de 200 metros de altura. Se accede a él fácilmente por una estrecha carretera que regala una de las postales del viaje, con dos túneles consecutivos horadados en la roca que parecen los pórticos de una catedral natural.
Guía práctica
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