Valeria romana solo ha habido una: Valeria Mesalina, la tercera esposa del emperador Claudio, famosa por su belleza. Pero un siglo antes de que naciera ella, entre el 93 y el 82 a. C., el procónsul Cayo Valerio Flaco, el más poderoso de Hispania, dio nombre a otra Valeria, una ciudad fundada por aquel entonces a medio camino entre las actuales Cuenca y Alarcón. Pasaron 20 siglos y allí lo que estaba en pie era el pueblo de Valera de Arriba. Cuando los vecinos enterraban a sus difuntos en el cementerio, al cavar iban saliendo a la luz capiteles corintios y otras piedras magníficas. Así estuvieron hasta que, en 1950, Francisco Suay, alcalde, maestro y arqueólogo, les hizo ver que aquellos eran los restos de una ciudad romana importante y los convenció de que adoptasen el nombre de aquella: Valeria.
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Además de un nombre digno de una emperatriz, la moderna Valeria presume de tener la mayor iglesia románica de la provincia, la de Nuestra Señora de la Sey, edificada con todas las piedras que se sacaron de la antigua ciudad. Su fábrica contiene columnas romanas y numerosos restos epigráficos de carácter funerario. Y también, fragmentos de decoración arquitectónica visigoda. Porque la Sey fue la seo, una sede episcopal en tiempo de los godos.
A 300 metros, donde estuvo el cementerio, aparecen las ruinas del foro de la Valeria romana, con su basílica, sus tiendas, su exedra y, lo más impresionante, una fuente de 105 metros de largo que, dicen, fue la mayor del Imperio. Cubierta de mármoles, estucos y esculturas, y manando agua por sus 12 caños, debió de ser un lujo, el Versalles de la Mancha , la envidia de las no muy lejanas Segóbriga y Ercávica.
En lo más alto del cerro descuellan los muros roídos de un castillo medieval y los restos mejor conservados de la ermita románica de Santa Catalina, que ha sido rehabilitada como lapidarium, un espacio donde se exhiben fragmentos pétreos de interés arqueológico: epígrafes, columnas, cornisas, pedestales…
En el borde acantilado del cerro, por la parte de naciente, se aprecian otros vestigios mucho más importantes: los de un conjunto de viviendas rupestres, excavadas en la pura roca y con signos evidentes de haber estado voladas sobre la hoz del río Gritos. Es decir, como las famosas Casas Colgadas de Cuenca , con la pequeña diferencia de que estas fueron construidas, como poco, 1500 años antes.
Desde la menos alta de estas casas se ofrece una cómoda bajada, por terreno despejado, hasta la orilla del río. No es el Gritos el caudal grande y ruidoso que su nombre sugiere, sino un hilillo verde y manso que ha tajado un cañón de cinco kilómetros de largo y hasta 60 metros de profundidad. En sus paredes hacen mil equilibrios los escaladores y las rapaces.
Aguas abajo, un puente de madera invita a cruzar el Gritos para seguir, por su margen izquierda, el sendero que avanza hasta el final de la hoz, entre el río y los paredones anaranjados. Tras una hora y cuarto de paseo, se presenta Valera de Abajo, un pueblo que, a falta de monumentos, tiene docenas de fábricas de carpintería. A 50 kilómetros del pinar más cercano, no es menos insólito que una fuente de 105 metros o un prototipo romano de las casas colgadas.
No dejes de...
Visitar las famosas Casas Colgadas . Las de la ciudad de Cuenca, que se asoman a la hoz del Huécar desde el siglo XIV y cuyo diseño está inspirado en las que construyeron los romanos sobre el cañón del río Gritos. Las de la capital conquense albergan en su interior el Museo de Arte Abstracto Español (march.es/arte/cuenca), donde se exhibe un centenar largo de obras de grandes artistas, como Tàpies, Saura, Chillida, Oteiza, Zóbel, Torner, Rueda, Canogar, Chirino, Feito, Millares, Sempere...
Guía práctica
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