Espacios naturales bien conservados, acantilados de vértigo, playas extensísimas, paseos senderistas sugerentes y, sobre todo, dos localidades repletas de historia y monumentos otorgan una personalidad única al tramo costero bañado por el mar Cantábrico y compartido por Castro Urdiales y Laredo. A él se suma otro elemento significativo: el paso por ellas del Camino de Santiago. Este recorrido comienza en Castro Urdiales, la más antigua de las dos localidades, ya que se alza sobre lo que fue el estratégico y fortificado puerto romano de Flaviobriga. Otro momento crucial de su historia fue el siglo XII, cuando pasó a formar parte de la Hermandad de las Cuatro Villas de la Costa de la Mar, junto a Laredo, Santander y San Vicente de la Barquera.
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La intensa actividad comercial de su puerto en los siglos posteriores convirtió la villa marinera en un emporio mercantil del que han quedado muchas huellas en ella. Una buena idea para comenzar la visita de Castro –así la llaman sus vecinos– es seguir la calle de Santander, que desemboca en el paseo marítimo, justo a la altura del puerto. Desde este lugar se divisa la inconfundible estampa formada por la dársena con sus barcos, las casas porticadas, el castillo de Santa Ana y la iglesia de Santa María. Hay que subir caminando hasta este templo considerado el mejor ejemplo de la arquitectura gótica regional, con influencias del estilo ojival procedente de Normandía y Burgos, en el que llama la atención el marcado contraste entre sus elegantes arbotantes y la maciza torre defensiva a los pies de la basílica.
Ese semblante fortificado se ve justificado por la proximidad del castillo de Santa Ana, erigido en el siglo XII para proteger la amurallada villa y su puerto de los recurrentes ataques desde el mar. En la actualidad ejerce de faro marítimo. A un paso queda el elegante puente medieval de acceso a la ermita de Santa Ana, templo que se alza sobre lo que fue un islote rocoso en el que han quedado impresas las marcas del intenso pasado de la localidad. Castro también cuenta con varias playas urbanas, en especial las de Ostende y Brazomar, y un largo rompeolas ideal para los andarines y los amantes de las panorámicas más bonitas sobre el Cantábrico.
Para seguir disfrutando del mar y de los paisajes de la Costa Esmeralda, lo mejor es tomar la tranquila N-634 con dirección a Laredo. Enseguida se alcanza la desembocadura del río Agüera, que forma una vistosa ría escoltada por los acantilados calizos del monte Candina y la playa de Oriñón. Hay que atravesar los verdes y amables paisajes del valle de Liendo, auténtico paraíso de la biodiversidad, para llegar hasta Laredo. Una localidad en la que está muy marcada la diferencia entre el casco antiguo y las nuevas zonas turísticas. El primero se corresponde con la amurallada Puebla Vieja y refleja la estructura urbana de su fundación medieval.
A partir del siglo XII, la villa se convirtió en una de las más importantes de toda la costa del Cantábrico gracias a la actividad comercial de su puerto y a ser residencia del corregidor de las Cuatro Villas. Quizá por ello sus estrechas y entrecruzadas rúas están repletas de palacios, casas señoriales, torres y edificios religiosos. Entre estos últimos destaca la iglesia matriz de Nuestra Señora de la Asunción, de estilo gótico, con cuatro naves y un retablo flamenco policromado único en su género. Para finalizar la visita al Laredo histórico, nada mejor que ascender por la calle de San Marcial, igual que hicieron en su día la reina Isabel la Católica y el emperador Carlos I, para llegar hasta el fuerte del Rastrillar y el mirador de la Caracola. Desde allí se divisan las mejores panorámicas del puerto, el extenso arenal de La Salvé, la ría de Treto y, al fondo, impresionante, el boscoso monte Buciero, la villa de Santoña y sus renombradas marismas.
No dejes de..
Realizar la ruta de los Ojos del Diablo. Discurre por lo alto del monte Candina, una mole caliza de 500 metros de altura que se hunde en el Cantábrico. El recorrido, de dificultad media, comienza en el aparcamiento situado junto al p. k. 161 de la N-634 y tiene siete kilómetros (ida y vuelta). A lo largo del camino salen al paso un inusual hayedo costero, bosquetes de encina y la colonia de buitres leonados más abundante del litoral europeo. Al llegar a las dos enormes oquedades abiertas por la erosión en el borde del acantilado que dan nombre a la ruta se divisa un magnífico paisaje costero.
Guía práctica
Guía práctica