Es habitual que el día comience en Fermoselle con niebla, concentrada en los cañones del Duero y el Tormes que rodean a este pueblo zamorano. Según va clareando, sube desde las gargantas y se agarra a los peñascos sobre los que se construyeron sus casas, cubriendo el caserío y los campos aterrazados donde crecen olivos y almendros hasta el borde mismo del precipicio rocoso. Cuando se desvanece vemos el perfil del pueblo, con su cogollo de viviendas apiñadas en un punto elevado y otras que descienden en dirección al Duero. La cicatriz que la fuerza del agua ha creado en el paisaje a lo largo de milenios hoy es una frontera: a este lado España, al otro, Portugal, aunque las gentes que lo habitan han generado lazos estrechos de vecindad.
Comenzamos a recorrer el pueblo por la plaza Mayor, donde está el ayuntamiento, la iglesia de la Asunción y algunos edificios con soportales de piedra. La calle Tenerías, que nace aquí y desaparece cuesta abajo tras un arco, enlaza con el pasado medieval del pueblo. La del Rincón del Castillo conduce al emplazamiento de la antigua fortaleza casi desaparecida. Mejor callejear. En este barrio, con más desniveles, pudo estar la judería. Porque, como muchos de los pueblos fronterizos con Portugal, Fermoselle acabó acogiendo a la población sefardí que se refugió en las localidades rayanas a finales del siglo XV. Las marcas en las fachadas de piedra de sus casas dan pistas de ello.
Pero lo que da identidad a Fermoselle es algo que todavía está más escondido, bajo tierra. Aunque sería más exacto decir bajo el suelo de roca, porque aquí tierra hay poca. Se trata de las bodegas que se excavaron por doquier batiendo el duro granito y el gneis, horadando la roca sobre la que se asienta este pueblo de pasado vetón, visigodo, mozárabe y leonés.
No existe un inventario del número de bodegas subterráneas, pero pueden ser cientos. De hecho, se le conoce como “el pueblo de las mil bodegas”. De todas ellas, unas 50 están acondicionadas para la visita y se pueden recorrer a través de varias rutas temáticas. Estas suelen recalar en Pastrana, una de las pocas bodegas en cueva que aún siguen en activo en el pueblo. Junto a su entrada se levanta un crucero que parece ser que tiene que ver más con lo material que con lo espiritual, pues señala el punto en el que se pagaba el fielato, el impuesto por la venta ambulante. Este también era el barrio donde se elaboraban odres o pellejos que servían para transportar el vino.
En los alrededores de Fermoselle, la piedra sigue siendo el elemento dominante. Está en los canchales, tesos y berruecos, pero también en los muros que separan las fincas. Los llaman “cortinas” y son todo un arte. En ese paisaje también están presentes otros elementos pétreos como puentes, potros, casetos de pastor..., incluso los miradores a los cañones se sustentan sobre piedras. Entre los más cercanos al pueblo están los de Las Escaleras, el Meandro del Duero o el de la Cascada La Escalá. Son zonas acondicionadas para el senderismo, que animan a conocer de cerca la cara más salvaje del entorno del río.
No dejes de...
Recorrer la ruta del vino Arribes. Fermoselle es el centro de esta ruta en la provincia de Zamora, porque también se extiende por la vecina de Salamanca. Junto a las antiguas bodegas excavadas en el subsuelo, hoy se visitan algunas modernas que han apostado por este rincón repleto de singularidades, como Pastrana o Frontio, en Fermoselle, o El Hato y el Garabato (en la imagen), en la vecina Formariz. La oferta enoturística incluye, además, otras actividades en la naturaleza y experiencias gastronómicas que complementan las vitivinícolas (rutadelvinoarribes.com)
Guía práctica
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