En apenas veinte minutos uno puede ascender desde el nivel del mar hasta más de mil metros de altura o darse un chapuzón en el Cantábrico y, de pronto, verse aupado en un monte con una esponja de nubes a los pies. Repartir la mirada entre la marea que golpea a unas playas vírgenes y el perfil rocoso que apunta hacia el cielo. Así es Asturias en su parte oriental, un territorio encajado entre el océano y la cordillera.
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La ruta comienza en una serie de playas salvajes que se extienden a lo largo de este tramo del litoral asturiano. En la de Espasa desemboca el río del mismo nombre, dejando a su paso un reguero en el que chapotean los niños, y a la de La Beciella, completamente seductora, se llega caminando por una senda costera que conforma un tramo del Camino de Santiago. Menos rústica y más concurrida es la playa de la Isla, así llamada por un islote al que se accede, solo cuando hay bajamar, por una lengua de tierra. Y más abierta e ideal para la práctica del surf, Arenal de Morís.
Así da comienzo la característica paleta en azul y verde de los paisajes asturianos, que se irá extendiendo a lo largo de esta ruta desde el mar hacia las montañas. En el trayecto saldrán al paso pequeños pueblos con el privilegio de vivir encajados entre ambos mundos, como Caravia y La Isla, dos bonitos entramados ocultos en la naturaleza. Aquí encontramos tanto arquitectura popular (palacetes y hórreos) como muestras de construcciones medievales y renacentistas. Pero, sobre todo, la herencia de los indianos, aquellos emigrantes que abandonaron la tierrina a finales del siglo XIX para amasar fortunas en las Américas. A su regreso levantaron casonas con monumentales fachadas, como la llamada Villa María Luisa, en primera línea de la playa.
Más allá del escaso asfalto, pronto irrumpen los parajes montañosos, coronados siempre por la niebla. Es la sierra del Sueve, tapizada de bosques de acebos y tejedas, en los que merodean zorros, jabalíes y gamos junto a la especie más emblemática: el asturcón. La excursión más popular conduce al mirador de El Fito, ‘el Balcón del Principado’. Una grandiosa aproximación a los Picos de Europa que regala la postal perfecta: cumbres escarpadas, prados en los que pastan las vacas, e, inabarcable, al fondo, el horizonte infinito del Cantábrico.
Desde aquí arranca otra ruta más ambiciosa, la que conduce hacia el pico Pienzu, que, con sus 1159 metros, se erige en el punto más alto. Una caminata que comienza como un paseo llano gana en dificultad a partir de la collada de Bustaco, donde la pendiente se vuelve más pronunciada. Una vez en la cumbre, si el día está despejado, se asiste al fin a la esperada fusión del mar con las montañas. A los pies, casi 200 kilómetros de costa custodiados por una espina dorsal que va desde los Picos de Europa hasta la sierra del Aramo. Es el oriente de Asturias en un solo vistazo.
No dejes de...
Visitar Lastres. Merece la pena perderse por esta villa marinera, cuyo entramado urbano dibuja un anfiteatro de casas que descienden hasta el mar. Especialmente bonita es la vista desde el mirador de San Roque, al que se llega ascendiendo las callejuelas del casco histórico en un paseo entre casonas señoriales y monumentos como la Torre del Reloj. No hay que perderse la playa de La Griega ni la panorámica de los acantilados desde el faro.
Guía práctica
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