En invierno las kilométricas playas que caracterizan al litoral gaditano siguen estando ahí para pasearlas y para sentir la fuerza de los vientos que las barren. También la belleza en blanco de sus ciudades y pueblos permanece inalterable. Y su gastronomía está en plenitud, gracias a que es la época en que se elaboran o capturan productos como los dulces navideños de Medina Sidonia o los suculentos mariscos y pescados de invierno. Pero, además, hay otros muchos atractivos por los que la provincia de Cádiz merece una visita en invierno.
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Diciembre, por ejemplo, es el mes de las zambombas en Jerez de la Frontera. La más populosa de las ciudades de la provincia (y también su capital económica) bulle de actividad en este tiempo, alimentada por esa celebración que anticipa la Navidad. Se llaman zambombas porque el protagonista en la farra es ese instrumento de caña. La fiesta en sí consiste en que una familia, un grupo de vecinos o de amigos se reúne, por lo general en torno a una hoguera, a cantar y bailar villancicos populares, para acabar tocando los más diversos palos flamencos.
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Eso, las tradicionales, la de toda la vida, que tienen lugar en patios particulares o en las plazas frente a las casas. Porque en los últimos años se han institucionalizado y algunas se celebran en espacios públicos de la ciudad, como las plazas del Arenal, de la Asunción y del Banco. Y luego están las privada, previo pago de entrada o invitación, que se hacen en restaurantes, bares, salas de espectáculos y otras instituciones culturales.
Las zambombas, amén de en Jerez y Arcos de la Frontera, también han llegado a otras localidades de la provincia de Cádiz. Es el caso de Sanlúcar de Barrameda, donde adoptan un concepto lúdico que va más allá de la tradición. De hecho, es posible asistir a alguna de ellas en bares de copas y luego acabar bailando al ritmo de la música más actual.
Sanlúcar, que en invierno sigue mostrando su mejor cara, abandona ya su año como Capital Española de la Gastronomía en favor de Cuenca. Una celebración que ha coincidido en el tiempo con la efemérides del V Centenario de la Primera Vuelta al Mundo de la expedición de Fernando de Magallanes y Juan Sebastián Elcano, que partieron y llegaron al puerto fluvial de esta localidad.
Lo que siempre se va a quedar en Sanlúcar es el título honorífico de Capital Mundial de la Manzanilla (manzanilla.org) porque, de hecho, esa variedad de vino es exclusiva de aquí. Su particularidad, frente a los vinos finos que se elaboran en Jerez o El Puerto de Santa María (sherry.wine/es/vinos-de-jerez), es la participación activa de los vientos que llegan desde el Atlántico, el Guadalquivir y el cercano Parque Nacional de Doñana y los que lo hacen desde el interior de la provincia. Esto determina la existencia de delicadas notas salinas, que lo convierten en un vino único, diferente y, desde luego, irresistible. Más allá de las ferias de primavera y verano, cuando quizás se tome demasiado frío y sin consideración alguna a su largo tiempo de elaboración (no menos de cuatro años), el invierno es un buen momento para degustar esta bebida en toda su riqueza de matices.
Y lo mejor es hacerlo mientras se visita alguna de las principales bodegas de Sanlúcar. De esta forma se puede conocer en toda su dimensión la complejidad del arte de la vinificación en soleras y botas. Por ejemplo, en Barbadillo, en Argüeso (en la imagen), en Yuste, en La Guita o en Hidalgo, en La Gitana.
Dentro de La Gitana, además, se puede disfrutar de la mejor gastronomía de esta tierra, ejecutada por uno de esos cocineros que, seguro, darán mucho que hablar en el mundo de la alta cocina: el chef es José Tallafigo, el restaurante se llama Entrebotas (entrebotasrestaurante.es) y la experiencia resulta realmente original, aparte de muy aromática.
El invierno es también un buen momento para visitar el interior de la provincia. Sobre todo, su corazón montañoso, en torno a la Sierra de Grazalema. Allí nieva en ocasiones no tan excepcionales, convirtiendo las localidades crecidas en sus laderas y promontorios en auténticos belenes a escala humana. Es el caso de la propia Grazalema, junto al corredor y puerto del Boyar, donde descargan los húmedos vientos atlánticos, que convierten a este lugar en uno de los de mayor pluviometría del país.
Desde luego este es un destino ideal para amantes del aire libre y, en especial, para senderistas, que pueden llegar en una caminata relativamente sencilla a uno de los parajes más espectaculares y singulares de la provincia: el pinsapar de Grazalema. Un tipo de abeto que es una rareza en esta latitud y que, junto a otros valores, supuso el reconocimiento de la Sierra de Grazalema como Reserva de la Biosfera de la Unesco.
En plena naturaleza, flanqueado por un espeso bosque de coníferas y frente al pueblo que le da nombre está el hotel Fuerte Grazalema (fuertehoteles.com), en cuyas 77 habitaciones con terraza se experimenta la reparadora sensación de un descanso en casi completo silencio. Este alojamiento es un buen punto de partida para explorar otras localidades serranas integradas dentro de la llamada Ruta de los Pueblos Blancos.
Es el caso de Setenil de las Bodegas, con su intrincado urbanismo en forma de circo aterrazado y con buena parte de sus viviendas horadadas a pico en la roca. Muy recomendable es aprovechar esos días soleados de invierno para comer en alguna de las terrazas de la calle Cuevas del Sol, protegidas por una inmensa mole de piedra.
Y otro de esos pueblos blancos que merecen visita en esta época es Zahara de la Sierra, crecido al pie de un vertiginoso castillo de origen musulmán que se recorta sobre las aguas del río Guadalete. Este, a su vez, se ha convertido en una suerte de lago artificial al estancar sus aguas la presa de Zahara-El Gastor. La escenografía de Zahara parece demasiado perfecta, incluso irreal, pero lo cierto es que es un lugar absolutamente tangible y, de hecho, está con todo merecimiento en la lista de Los Pueblos más bonitos de España. Y de los más auténticos también.
En esa lista está otra localidad de interior de la provincia de Cádiz, aunque muy cercana a la costa: Vejer de la Frontera. Visitarla en invierno es disfrutarla de una forma humana y tranquila, muy distinta a los meses de verano, cuando miles de visitantes intentan encontrar un hueco para aparcar y luego un lugar donde cenar en alguno de sus muchos, bonitos y atractivos restaurantes.
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En esta época, a mediodía, es muy agradable comer en el patio de El Jardín del Califa (califavejer.com/el-jardin-del-califa), especializado en cocina magrebí, y luego subir a tomar un café, incluso un té a la menta, en la recoleta terraza superior de este complejo, que también tiene habitaciones situadas en antiguas casas de vecindad. Desde las alturas, contemplar cómo el atardecer tiñe de dorados y rojizos los tejados y fachadas encaladas del casco urbano de Vejer es algo que difícilmente puede olvidarse.
Otra opción, en materia gastronómica, es dejarse sorprender por las propuestas de cocina fusión y creativa del restaurante Las Delicias (lasdeliciasvejer.com). Situado en el antiguo teatro de la localidad, aprovecha la peculiar estructura de ese espacio para impactar al comensal desde el mismo momento en que traspasa la puerta de entrada. Es cierto que puede parecer extraño encontrar un local así en un lugar donde uno esperaría encontrar tradición y clasicismo. Pero, por eso mismo, por la originalidad de la decoración y los bien conseguidos platos, se da por bien pagada una cuenta algo superior a lo que suele ser habitual.
Aprovechando la visita a Vejer, aparte del paseo reposado impuesto por sus empinadas cuestas, bien merece acercarse a los antiguos molinos de viento. Antaño fueron una importante fuente de riqueza y hoy son magníficos miradores tanto a la localidad en sí como a la cercana playa de El Palmar.
El Palmar es, sin duda, uno de los mejores arenales del litoral andaluz. En invierno la baten las fuertes corrientes oceánicas, rompiendo en grandes olas que, por sí mismas, conforman uno de los espectáculos más impresionantes y bellos que regala la provincia de Cádiz fuera de la temporada estival.