cabo san lucas

Los Cabos, el México alternativo de las estrellas de Hollywood 

En este microcosmos en la punta sur del estado de Baja California viajeros privilegiados disfrutan de un paraíso natural de lujo relajado.


12 de diciembre de 2022 - 9:51 CET
© Age Fotostock

En uno de los bares de diseño pirotécnico de Cabo San Lucas, una chica levanta uno de los instrumentos abandonados en el escenario y rompe a tocar y a cantar. «Otra gringa loca», comentan los compañeros de barra. Es Lady Gaga. No muy lejos de allí, en una taquería esquinera abierta a medianoche, un inglés con gafas de sol que ha conseguido chapurrear «tres tacos de cochinita» se sienta en la barra, solo, a devorarlos. Es Bono (el de U2, no el manchego). A la mañana siguiente, un voluminoso hombre negro, de más de dos metros, curiosea las tiendas de recuerdos del puerto vestido con la camiseta con el número y el nombre del jugador estrella de Los Ángeles Clippers. Nadie adivina que es el propio jugador que, para pasear en vacaciones, se ha puesto su equipación. 

 

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«Historias como estas me las cuentan todos los fines de semana», explica Rodrigo Esponda, director general de Turismo de Los Cabos. La punta sureña del estado mexicano de Baja California Sur, entre La Paz y Cabo San Lucas, alterna mar, desierto y montaña en brevísimos trayectos. Nada nuevo para México, pero millonarios, celebridades y estrellas de Hollywood lo eligen (para rodar o para sus vacaciones) porque se ha convertido en un microcosmos alternativo: barrios consagrados al arte de vanguardia, viajes en barco a islas fuera del mapa, rutas por el desierto en bici eléctrica, en jeep o a camello, granjas ecológicas y cocina sostenible. 

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«George Clooney tiene su casa y está muy implicado con la comunidad. Shakira se divorcia y se viene con los niños a pasar unos días y olvidarse de los problemas – relata Rodrigo–. Aquí se viene a ser uno mismo y a hacer cosas normales sin ser molestado. Aquí todo el mundo es normal». La tarifa de esa normalidad es de 2200 dólares la noche. Al menos ese es el precio medio en las 2000 habitaciones de los 13 hoteles que cuentan con el sello de calidad Virtuoso. «Los Cabos tiene una larga tradición de lujo relajado que conecta con los artistas y con los que vienen buscando exclusividad. Hay 18.000 habitaciones en el destino y muchas están en hoteles de lujo. Aquí está Thompson, Waldorf, Rosewood, Hyatt, Auberge, One & Only y, pronto, un segundo Four Seasons», detalla. 

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La lista apabulla, pero más si se mira cada nombre de cerca y se pasea, como ya lo hizo Bing Crosby, junto a los arcos de ladrillo, los muros blancos y las celosías frente al mar del One & Only Palmilla, el hotel más antiguo de Los Cabos (en la imagen). También cuando se pide otra ronda de marisco en El Farallón, el restaurante del Waldorf Astoria empotrado en un risco azotado por el Pacífico; o al esperar a que el mayordomo deshaga tu maleta frente a las piscinas infinity del hotel de muros terrosos Las Ventanas al Paraíso de Rosewood. Y, cómo no, al atacar, en la playa y con unas largas vistas marítimas, uno de los platos de fusión de cocina mexicana, japonesa y peruana del Manta de The Cape de Thompson, el restaurante de Enrique Olvera, el cocinero más destacado de México; o cuando oyes las olas desde una cama del Esperanza de Auberge, un cinco estrellas en el que ir descalzo, con una playa casi privada cerrada por acantilados. 

 

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«Hay también quien prefiere alquilar una villa, las hay hasta de 50.000 dólares la noche con todas las actividades incluidas», dice Rodrigo. Esas actividades tienen mucho que ver con el mar, «el 30 por ciento de las especies marítimas del planeta viven o pasan por Los Cabos». Jacques Cousteau llamó a Cabo Pulmo, el arrecife más al norte de América, «el acuario del mundo». Los chorros que delatan la respiración de las ballenas se ven a decenas en temporada, entre diciembre y abril, las colonias de leones marinos ocupan las rocas que sobresalen frente a la costa y, entre los miles de especies que viven en el arrecife, hay diez de tiburones residentes, como el tiburón toro. Bancos de cientos de móbulas y mantas rayas desfilan bajo los buceadores y se puede contratar una experiencia tan exclusiva como la de nadar con orcas. Una avioneta las busca para ti y un biólogo marino acompaña a los buceadores y les explica lo que están viendo. 

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La península de Baja California, con su paisaje de cactus, desierto y montaña en el interior, tiene a un lado el Mar de Cortés y al otro el Pacífico. El punto en el que se unen ambos está señalado por el Arco, una formación de piedra que semeja una puerta de entrada del uno al otro frente a Cabo San Lucas. La jaranera ciudad, con decenas de restaurantes y discotecas en las que el diseño y el ritmo de las noches es puro espectáculo, tiene un punto preferido para ver el sol caer sobre las formaciones rocosas: el restaurante Monalisa, encaramado a un acantilado. 

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El puerto de Cabo San Lucas está consagrado a las excursiones marítimas, de pesca, de buceo o de recreo. «Tenemos una de las flotas más impresionantes del mundo, con yates de 200 pies (60 metros) que ni entran en la marina», cuenta Rodrigo. Más al norte, de La Paz y Cabo Pulmo parten los barcos que llevan a dos enclaves protegidos como Reserva de la Biosfera: las playas de Balandra (en la imagen), la costa histórica a la que llegó Hernán Cortés y donde se puede caminar durante kilómetros sobre un agua embalsada; y la isla de Espíritu Santo, verde y rosa, hecha de lava y ceniza volcánica. 

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Las aguas de Los Cabos son el escenario de los torneos Bisbee «el campeonato de pesca más importante del mundo, con 200 participantes que pagan 150.000 dólares para inscribirse y pueden ganar un premio de 10 millones de dólares», dice Rodrigo. Sus sedes en los puertos son ese lugar donde ver y ser visto imprescindible en el principal destino de llegada de jets privados en México, con meses en los que más de 10.000 viajeros aterrizan en su propio avión. El concurso comparte exclusividad con las decenas de campos de golf («atraen a los que buscan las mejores vistas al mar»), el Abierto de Tenis de Los Cabos, el Festival de Cine de Los Cabos (siempre lleno de estrellas como Robert de Niro o, en la última edición, Tenoch Huerta) o el centro comercial Luxury Avenue de San Lucas, con marcas como Gucci o Vuitton. 

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Hay alternativas a todo este bullicio, claro, con kilómetros y kilómetros de playas vírgenes (muchas de ellas no aptas para el baño, eso sí) y ciudades pacíficas y algo recónditas. Una de las más peculiares es la antigua población minera de El Triunfo, un pueblecito de montaña ecléctico y lleno de vestigios industriales conservados con mimo, como una torre diseñada por Gustave Eiffel. Y Todos Santos, uno de los Pueblos Mágicos de México, con calles coloniales de ladrillo y vibra hippie y atardeceres de infinita lasitud, con el mar un poco a lo lejos. Es también la sede del Hotel California, del que se sigue diciendo que es aquel en el que se inspiraron los Eagles para su canción.  

 

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La principal alternativa a Cabo San Lucas es San José del Cabo, una ciudad presidida por la fachada de una misión histórica en la que los edificios coloniales están ocupados por galerías de arte y restaurantes siempre con algo más. Hay donde elegir, pero se puede empezar por los espacios más locales, como la muestra de la pintora de aquí, Calderoni, la galería de Patricia Mendoza, que selecciona obra de artistas mexicanos en un espacio con bar y patio, o la exposición de Iván Guaderrama, quizás el artista más sorprendente de la localidad, con coloridos cuadros e instalaciones interactivas que se relacionan con el espectador de maneras inesperadas. Los jueves, las calles del centro se cierran al tráfico para acoger el Art Walk, una feria semanal en la que la animación callejera tiene un acento artístico. 

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«Hace años, un estudio contaba que el 16 por ciento de los visitantes venían a Los Cabos por la gastronomía», explica Rodrigo. San José es el lugar ideal para probar algo diferente. Para empezar, están las fincas de las afueras con una propuesta muy concreta y muy de aquí: restaurantes ecosostenibles con sus propios huertos, con clases de cocina y alojamientos alternativos. Acre es la más vanguardista, con sus cabañas encaramadas a árboles; en Tamarindos se respira un lujo de hacienda mexicana y está construyendo poco a poco un puñado de casitas y Flora´s Farm es la más local, de ambiente relajado y alternativo.  

 

Hoteles más allá de lo ecológico

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En la propia localidad hay decenas de opciones, como Fish & Grill, con cocina francesa muy centrada en el producto, como una degustación de ostras que vienen de distintos puertos de Baja California, cada una con sus características diferenciadas. Pero si se busca lo más auténtico, Don Sánchez hace alta cocina mexicana y H Restaurant es un pequeño bistrot en el centro, pero lejos del jaleo, con producto local y decorado como una biblioteca colonial. Por supuesto, hay vida culinaria fuera de San José. Por poner tres ejemplos muy diferentes: el Wachingo de San Lucas, pura cocina mexicana en un decorado-espectáculo; el Dum de Todos Santos, cocina francesa con vocación experimental en un mágico palmeral; y Doña Pame, en Miraflores, uno de los raros locales históricos de Los Cabos, donde paran desde 1965 todos los viajeros gourmet que recorren la carretera Transpeninsular. 

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Volviendo a San José, también la vida nocturna está contagiada de arte. En Arroyo, un bar de atmósfera indie, las salas son casi instalaciones artísticas, desde una en la que bailar tecno a otra en la que jugar con Nintendos. Cránea es un espectacular espacio presidido por una gran grúa promovido por unos participantes del Burning Man que se han traído de allí un concepto mestizo de esculturas, djs y la fundamental carta de combinados. Porque los cócteles, aunque no habían salido todavía, son la gasolina de Los Cabos. Puede que la pequeña barra de Nómada, en San José, sea el lugar en donde los preparan con más amor a la mexicana (destilados del país que van mucho más allá del tequila), pero están por todas partes: en playas, piscinas de hoteles, cubiertas de barcos… Una buena parte del éxito de Los Cabos entre las estrellas, habrá que reconocerlo, se debe a que siempre hay un mixólogo cerca para recordarte que, qué demonios, estás de vacaciones. Y que para todo mal, mezcal, y para todo bien, también.