La sinuosa carretera n-232 se adentra en la comarca de Els Ports por un paisaje que parece imaginario cuando, tras un recodo, se contempla sobre un cinturón de piedras centenarias Morella. Si el Camelot de las novelas de caballerías era una idealización, la capital de la comarca es una certeza tan sólida como sus murallas. Las mismas que un personaje real como el Cid Campeador no pudo nunca llegar a conquistar, pese a que lo intentó hasta en cuatro ocasiones entre 1083 y 1091.
Morella no es solo uno de los pueblos más bellos de España, su monumentalidad y la superposición de historia en sus piedras abruma. Ahí está para confirmarlo el castillo, icono de la villa, en lo más alto, con el palacio del gobernador brotando entre la roca y la plaza de armas. También sus dos kilómetros y medio de muralla, con siete puertas y diez torres, que se descubren por el paseo de ronda, y los arcos góticos del claustro del convento de San Francesc. O la basílica de Santa María la Mayor, del siglo XIII, con sus dos primorosas puertas de acceso y singularidades como la escalera del coro policromada. Para descubrir la magia de Morella lo mejor es caminar sin prisas por sus empinadas calles empedradas, lo que supone toparse con un pedazo de su historia a cada momento. En el paseo salen al paso palacios y casonas como la Piquer o el palacio del Cardenal Ram, la huella hebrea en su judería y la vitalidad de zoco que pervive en la calle Blasco de Alagón.Pero no solo de patrimonio histórico vive esta localidad del interior de Castellón, también atesora una riquísima tradición gastronómica enraizada en productos del terruño, con creaciones como los flaons, el dulce morellano por excelencia, que se compra en sus pastelerías.
Otro de los alicientes de convertir Morella en campamento base para una escapada son las aventuras que ofrece su entorno, como la de enrolarse en el entramado arbóreo de tirolinas, puentes y lianas que ofrece la multiaventura Saltapins. O imaginar frente a las murallas de la ciudad lo que debió sentir san Jorge y otros adalides caballerescos cuando se enfrentaban a furibundos dragones gracias a Morelladon Beltranis, el dragón local que pastó en Morella hace 125 millones de años. Para conocerlo hay que visitar el Museo Temps de Dinosaures, a un paso del Portal de Sant Miquel y sus torres octogonales. Pero si lo que se busca es dar un paseo literal entre esas criaturas jurásicas, lo mejor es poner rumbo al yacimiento de dinosaurios Ana de Cinctorres, porque no todos los días uno puede hacer un viaje al Cretácico inferior y mirar a los ojos al modelo hiperrealista de un Baryonyx de ocho metros, primo lejano de los dragones del Medievo.
En torno a la capital de Els Ports también hay deliciosos pueblos, como Olocau del Rey, Vallibona y Villafranca, e interesantes rutas senderistas. Ahí está, por ejemplo, la ruta pr-v 215, que engarza Morella con la aldea de Herbeset, o la que lleva hasta Forcall, que guarda tesoros de épocas lejanas, como restos de la ciudad romana de Lesera, su plaza mayor medieval y porticada o sus palacios renacentistas.Aunque para recorrido con tintes novelescos, pero con verosimilitud histórica, nada como enrolarse en el Anillo de Morella, una ruta circular que forma parte del Camino del Cid y brinda la sensación de estar cabalgando junto al Campeador a su paso por las tierras morellanas en el siglo xi. Así es Morella, un rincón en cuyos paisajes se suceden los encantamientos y los prodigios.
No dejes de...
Degustar el oro negro de Morella. En los fríos meses invernales comienza la temporada del producto autóctono más exquisito: la trufa negra. Con este ingrediente como base, los restaurantes más reputados elaboran los menús que ofrecen durante las famosas Jornadas de la Trufa, que tienen lugar entre los meses de enero y marzo. En su oferta se incluyen desde las recetas más tradicionales hasta las más innovadoras.
Guía práctica