Prepárate, porque arrancamos aquí un viaje de esos que te van a sorprender. Una ruta única, diferente, por un país hasta ahora inexplorado por el turismo de masas. Cuando en 1991 Albania abrió sus fronteras demostró que se trataba de un diamante en bruto colmado de mil y un atractivos. Pulido poco a poco, moldeado paso a paso, el país cuyas playas no tendrían nada que envidiar a las del Caribe, nos espera.
LA CAPITAL MÁS COOL
Tirana es el centro neurálgico de Albania, una urbe que fusiona grandes dosis de estética comunista con un movimiento vanguardista que está dando mucho de qué hablar. Un buen resumen de lo que fue –y continúa siendo– el país se halla en la inmensísima plaza de Skandenberg, de 40.000 metros cuadrados, con una estatua ecuestre en el mismo centro del histórico gran héroe nacional. Junto a ella, se alza la vetusta mezquita de Et´hem Bey, una reliquia arquitectónica que rememora el pasado otomano de Albania y cuya construcción acabó en 1823. También la famosa Torre del Reloj, desde cuyo mirador, a 35 metros de altura, ofrece unas vistas incomparables. En el otro extremo de esta, el edificio del Museo Histórico Nacional sorprende con su fascinante mosaico exterior de grandes dimensiones.
Muchos otros atractivos de Tirana se encuentran dispersos por la ciudad, como los museos ubicados en antiguos búnkeres de la época comunista. El enorme y decadente edificio de la Pirámide, acabó utilizándose como palacio de congresos y posteriormente fue abandonado. A cada paso, edificios de corte sobrio, cuadriculados, contrastan con los alegres murales multicolores que decoran muchas de sus fachadas. Para conocer la cara más alternativa de la capital, nada como acercarnos hasta Blloku, el moderno vecindario repleto de galerías, restaurantes vanguardistas, clubs de diseño y mucha música.
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LOS ORÍGENES DEL HÉROE
Hablamos de nuevo de Skanderberg, sí, pero esta vez para recuperar su historia. Para ello hay que conducir apenas una hora hasta alcanzar el hermoso pueblo de Kruja, rodeado de montañas. ¿El motivo de la fama del personaje? Se debió a la valentía que demostró cuando, desde este enclave, su tierra natal, decidió plantar cara a los otomanos allá por el siglo XV, liderando la resistencia a lo largo de nada menos que 25 años y enfrentándose a ellos.
Una escapada a Kruja brinda la oportunidad de empaparse de pasado otomano paseando por su bellísimo bazar oriental repleto de puestos y tiendas de artesanía tradicional. Subiendo las cuestas que llevan hasta su zona más alta, se atraviesan las antiguas murallas de la fortificación, construidas en los siglos V y VI. Así nos topamos con el museo dedicado al propio Skanderberg, donde conocer todos los detalles de su vida. La guinda al pastel de esta visita se halla algo más arriba, son los restos del antiguo castillo que hacen frente al paso de los siglos. Junto a sus ruinas, por cierto, se tienen las mejores vistas de Kruja y de su entorno. Una postal para recordar.
¿GANAS DE MONTAÑA?
Pues pongámonos las botas de trekking y lancémonos a la aventura, porque el norte de Albania cuenta con algunos de los paisajes montañosos más bonitos de todos los Balcanes. Eso sí, las comunicaciones por carretera no lo ponen fácil. ¿Lo más sencillo y lo que más viajeros acaban por hacer? Poner rumbo a Shkodër, la segunda ciudad más grande de Albania y puerta de entrada a los Alpes albaneses, donde dejar el coche a un lado y lanzarse a explorar la naturaleza en transporte local.
En minibús gestionado por una agencia o en todoterreno, y, posteriormente, en un ferri que llevará a atravesar las montañas entre desfiladeros a través del embalse de Koman, se alcanzará Valbona. La zona está recorrida por senderos por los que escudriñar hasta el último rincón de las entrañas de Albania, aunque es el que conecta con Theth el más popular de todos. Son 16 kilómetros de ruta lineal que discurren entre prados, picos de más de 2000 metros de altura, valles y ríos, para espíritus ávidos de aventura. La zona, por cierto, se halla repleta de ofertas de alojamientos en guesthouses y granjas. Los vecinos vieron un filón económico en el turismo y hace años decidieron prepararse para ello.
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GIROKASTRA, LA PERLA DEL VALLE DEL DRINA
Solo hará falta que caminemos brevemente por las callejuelas del casco histórico de Girokastra, rebosante de historia para entender las razones por las que fue declarada Patrimonio de la Humanidad. Esta ciudad acumula en su territorio numerosos tesoros patrimoniales, empezando por su imponente castillo, levantado allá por los siglos XIII y XIV –aunque existen vestigios arqueológicos que aseguran que la zona ya estuvo habitada en el siglo IV–. Cuenta con encantadores rincones como su jardín interior, sus galerías o su extenso patio exterior con vistas al valle del Drina.
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El responsable de toda esta belleza fue Ali Pasha, encargado de gobernar esta zona de Europa durante gran parte del Imperio otomano. Tras visitar el Museo de Armas o, por qué no, las antiguas celdas de la cárcel que un día se situó también en el castillo, tocará bajar por las intrincadas cuestas hasta toparnos con el espectacular entramado de callejuelas empedradas que componen el corazón de Girokastra.
Allí, una vez más, es el bazar el que acapara todas las miradas. Un buen puñado de tiendas colmadas de artesanía ocupan el espacio en el que se alzan, además, alrededor de 600 casas monumentales construidas por los otomanos. ¿Un detalle en el que fijarnos? Sus llamativos tejados de pizarra, bien conservados debido a que el dictador Enver Hoxha era natural de Girokastra. Ya se ocupó él de que su amada ciudad quedara intacta. Su casa natal, por cierto, se puede visitar.
LA CIUDAD DE LAS VENTANAS
Berat es famosa por la estampa que ofrece si se contempla con cierta perspectiva, donde son protagonistas las más de mil ventanas de sus casas construidas en cascada por la ladera de la colina y que llegan hasta el río Osum. Fundada en el siglo IV a. C. por los ilirios, se convirtió en un deslumbrante enclave entre montañas del interior de Albania, aunque alcanzó su momento de esplendor durante el Imperio otomano, cuando los turcos la escogieron como campo base desde el que extenderse por el resto del territorio.
Declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, lo ideal para conocerla bien Berat es recorrer sus calles sin rumbo, descubriendo pausadamente los detalles de las numerosas iglesias que pueblan Gorica, su barrio cristiano. También hay que alcanzar el castillo, cuyo interior aún sigue habitado. Muestra de las diferentes culturas que han pasado por este rincón son las dos mezquitas que se alzan en su interior, además de las 8 iglesias bizantinas que han resistido al paso del tiempo, de las 42 que tuvo en su origen. Es parada imperdible en un viaje por el país balcánico.
EL CARIBE ALBANÉS
Tras recorrer gran parte del territorio del país, alcanzar la costa supondrá el gran premio, aunque aquí las playas son de guijarros. Bañada tanto por el Jónico, como por el Adriático, Albania posee un litoral plagado de calas y playas cuyas aguas de color turquesa deslumbran sin remedio. Una parada en la ciudad portuaria de Dürres no estará de más, pero será al alcanzar el sur donde el Adriático se explaya.
Será obligada una parada en Vlorë para escudriñar hasta la última de sus solitarias calas. Conducir por las retorcidas carreteras que discurren en paralelo a la costa nos permitirá parar en todos esos rincones a nuestro antojo. Otra manera de disfrutar de ellos será contratando los servicios de una lancha-taxi en Himarë. Una experiencia que permite hacer un repaso desde el mar a aquellas calas inaccesibles por tierra, decidir cuál nos motiva más y quedarnos en ella a pasar el día hasta que regresen a por nosotros al atardecer.
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Hacer una incursión a la península de Karaburun o dedicar la jornada a tomar el sol en Jale Beach harán de la experiencia un viaje único. Eso sí, si se quiere experimentar la locura de uno de los destinos preferidos por los albanos, donde sombrillas y hamacas han conquistado hasta el último centímetro de costa, habrá que llegar hasta Ksamil.
Precisamente allí, apartado del jaleo de viajeros y locales, se encuentra el Complejo Arqueológico de Butrinto, el oasis que conforman las ruinas romanas —también cuenta con restos helenos y bizantinos— declaradas, cómo no, Patrimonio de la Humanidad.